El perro, el gato y el garabato

El perro, el gato y el garabato

Nada más peligroso para el perro y chocante para el gato que la gente empiece a reconocerse en el espejo, asumirse dueña del país y ser más que un garabato

Por: Juan Camilo Lara Giraldo
junio 06, 2018
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El perro, el gato y el garabato
Foto: Mauricio León / El Tiempo

Para analizar la actual situación electoral es importante mirarse los pies, elevar la cabeza 20 grados y trazar una circunferencia alrededor, pero el problema es que los colombianos tenemos un collar isabelino desde hace 200 años. El lugar de enunciación es en todo caso el centro de la política, ese acto básico de ubicarse a uno mismo y saberse reconocer en el espejo.

Como estamos con el collar isabelino, es evidente, empecemos por el perro. Hay un dicho de la antigua Roma que quiso ser negado en una película colombiana y al final es confirmado hoy por la élite nacional "perro no come perro". Expertos de la Universidad de Granada afirman que los carnívoros no se comen a los de su misma especie, hay riesgo de contraer patógenos y esto lo puede oler con claridad el perro de su casa o César Gaviria, ambos prefieren esperar que algo les caiga de la mesa.

La extensión de nombres y razas va desde el Pastrana conservador hasta el Lleras de tres dedos, especie de sangre pura que nunca dirigirá la manada. La política colombiana está cambiando, a pesar de tanto perro. Que los partidos no representan nada es algo que sabemos desde hace algunos años, son apenas empresas electorales. La noticia está en el fin de los linajes, en esta segunda vuelta se enfrentan dos criollitos: un garabato y un perro entrenado, que a pesar de ello sigue siendo un puerco.

El perro, descendiente del lobo, anda en manada y tiene un líder. A nuestro pesar el perro mayor ha hecho de este país un gran hueco de huesos y al que no entierra lo saca de la casa. Durante los dos gobiernos de Uribe el RUV contabilizó 3.374.270 víctimas, durante el gobierno de Pastrana cerca de 2.453.628. La jauría que hoy ladra con Duque y su campaña ya suma más del 70% de nuestras víctimas. Algún hermano, tío, abuelo, madre o hijo de quienes leen esto. Es evidente que ningún perro leerá lo que escribo, si usted se ofende puede ir al baño y verse en el espejo hasta que descubra, con alegría, que no lo es.

Perro que ladra sí muerde, o al menos le da en la cara. Esperaríamos que el uribismo entrara en el listado de razas peligrosas, pero los testigos de las mordidas han sido misteriosamente masticados.

Pasemos al gato. Todo el mundo quiere al gato, ese animal egoísta que pide más de lo que da. En general el perro y el gato se llevan mal, aunque algunos gatos como Robledo se crean perros y hayan construido junto a Mosquera la tesis de la burguesía nacional. Explicarse la actitud del gato cuando tiene en sus manos evitar la hegemonía del perro, solo es posible por aquella condición excepcional que desarrolló cuando abandonó al garabato, siempre caen parados. El garabato, al contrario, no cae de pie aunque salte de un primer piso.

Según el Dane, que parece un niño haciendo malabares en el mandado para quedarse con las vueltas. No es pobre aquel que gane más de $241.673. Aun así tiene que aceptar que en este país hay más de 13,6 millones de pobres, los demás hacemos parte de una exclusiva clase media que gana más de $241.673 mensuales, una fortuna que da soporte material a nuestro arribismo tropical.

Ser un garabato no es una vergüenza. Todos lo somos o hemos sido. Algunos han escrito libros enteros para intentar comprenderlo y explicarlo. Terry Eagleton logra sintetizarlo muy bien en la academia, para que profesores como Fajardo no puedan comprender que la polarización no existe como el desencuentro de dos siameses. Existen los conflictos de clase que son la base de nuestra desigualdad. Para el gato Fajardo el lugar de enunciación del cortero de caña y los dueños de Incauca debe ser el mismo.

Volvamos al lugar de enunciación. La psicología del desarrollo plantea que el niño puede reconocerse en el espejo, en promedio, a partir de los 18 meses. Si asumimos que al igual que el perro, Colombia tiene una forma particular de contabilizar su edad, podríamos decir que 200 años calendario equivalen a casi 18 meses en años colombianos. Cuando la gente puso en segunda vuelta un proyecto de país con indígenas, campesinos, afros, estudiantes, trabajadores, desempleados y diversidades sexuales, pobres decentes y dignos todos, empezó a reconocerse en el espejo y asumirse dueña del país, nada más peligroso para el perro y chocante para el gato.

Durante 200 años el collar isabelino nos ha impedido ser más que un garabato, vernos a nosotros y entre nosotros, comprendiendonos como dueños del país. Eso que el uribismo ha llamado odio de clases y Fajardo a secundado como polarización, no es más que el reconocimiento en el espejo que se supone estamos en la madurez de asumir. Querer educación gratuita es un lujo innecesario para un perro que tiene una perrera del tamaño de Bogotá.

Este 17 de junio, más allá de Petro, lo que se pide es#UnVotoPorColombia. El garabato está tomando forma de pueblo.

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