El perdón de las víctimas avergonzará a los violentos

El perdón de las víctimas avergonzará a los violentos

"Enterarse del dolor ajeno en abstracto es muy fácil, pues sentirlo es imposible. Colombia siempre fue un pueblo de dura cerviz, pero jamás su corazón fue tan duro"

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
julio 03, 2019
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El perdón de las víctimas avergonzará a los violentos
Foto: Pixabay

Colombia tiene en su vergonzoso haber millones de víctimas, de la extrema derecha, de la extrema izquierda, de las fuerzas oscuras del Estado, de cualquier grupo ilegal o al margen de la ley… Desplazados, secuestrados, extorsionados, desaparecidos, torturados, asesinados, amenazados, desterrado. La mayoría de mis compatriotas sabe de la existencia de esas víctimas de oídas, por lecturas, por terceras personas.

A propósito, esto me recuerda la actitud de un examigo que vive en Estados Unidos y el cual siempre se ha declarado abiertamente enemigo del proceso de paz y de cualquier negociación tendiente al cese de los odios, de la polarización y de la guerra. Es una actitud de indiferencia radical, diría fundamentalismo, frente a sus compatriotas. No por coincidencia es un hombre extremadamente religioso. La última vez que hablamos le dije que era muy fácil y hasta divertido ver la guerra por la televisión degustando unos snacks. Esa clase de actitud duele más cuando proviene de los que están contemplando de cerca nuestro nivel de hostilidad, que en últimas significa un círculo vicioso en un país acostumbrado por tradición bicentenaria a la violencia.

En este orden de ideas, enterarse del dolor ajeno en abstracto es muy fácil, pues sentirlo es imposible. Millones saben que existe, pero no pueden experimentarlo en carne propia. Por ejemplo, y en sentido hipotético, sería inútil que un muerto nos explicara la experiencia de la muerte, por más que lo intentara no dejaría de ser una metáfora. El dolor es intransferible, por eso el dolor de las víctimas es una experiencia solitaria incomunicable. Sin embargo, y en espera del máximo nivel de empatía por parte de ustedes, intentaré relatarles en pocas líneas la experiencia de una víctima, que fue víctima hasta su muerte y que debería poner en vergüenza a los violentos, a los corazones endurecidos y obcecados, a los radicales de aquí, de allá y de acullá.

Esta persona al igual que la inmensa mayoría de las víctimas perdonó y quiso siempre la paz y la reconciliación. Ella supo lo que era la angustia inimaginable de tener un ser querido secuestrado, desaparecido, torturado, asesinado. Un hijo, después otro, luego un yerno que era otro hijo. Bueno, también un hermano, y otros familiares. Jamás sus labios profirieron un insulto, una injuria, una amenaza. Guardó silencio, lloró a solas, siempre oró por sus hijos y por sus enemigos, sus victimarios. Guardó un bajo perfil. Se negó a demandar al Estado, pues según ella ni todo el dinero del mundo la consolaría ante la ausencia de sus seres queridos. Murió hace poco tiempo, como dirían los hagiógrafos, en olor de santidad, entregada a Cristo y murmurando que ningún dolor físico que haya experimentado por esos días se parecía a lo que padeció por sus hijos.

Cuando cristianos, católicos, en fin cualquier creyente de cualquier secta me dice que cree en Cristo, pero no perdona ni siquiera lo que no le tocó vivir, yo le pongo enfrente a esa mujer. Créanme, pacientes lectores, que llevo muchos años tratando de resolver este enigma: ¿por qué la mayoría de las víctimas perdonan y estarían dispuestas a abrazar a sus victimarios, mientras tantas personas que no son víctimas atizan el fuego del odio, la venganza y la violencia? A los violentos, a los indiferentes, a muchos victimarios no les dice ni fu ni fa el drama sin fin de un conflicto armado. Y si me anteponen para justificar su corazón endurecido el viejo asunto de la justicia, la de ellos es de hecho una actitud injusta…. En todo caso, la justicia le corresponderá tarde que temprano a Dios, y si son creyentes lo saben.

Mi Colombia siempre fue un pueblo de dura cerviz, pero jamás su corazón fue tan duro. Pero a la dureza de esos corazones expongo un corazón blando y, bueno, el de esa mujer, el de ella, la de la víctima que perdonó casi de inmediato atrocidades para cualquiera de ustedes imperdonables en contra de los suyos… Siempre la recordaré y bendeciré, de hecho es mi heroína y la admiro: es mi madre.

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