El “pacto de Chuscalito”: la nueva delirante obsesión de Quintero

El “pacto de Chuscalito”: la nueva delirante obsesión de Quintero

Para Quintero, el almuerzo entre un grupo de concejales uribistas selló una supuesta alianza para promover la revocatoria. ¿Qué tan cierto es?

Por: Fredy Alexánder Chaverra Colorado
diciembre 09, 2021
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El “pacto de Chuscalito”: la nueva delirante obsesión de Quintero
Foto: Instagram/@quinterocalle

A Daniel Quintero lo atormenta su creciente impopularidad, no solo porque se ha convertido en el alcalde de Medellín más impopular en la última década (según todas las mediciones), sino porque es el primero contra el que avanza en propiedad un proceso de revocatoria. De ahí que insista reiteradamente en buscar responsables, pero no lo hace asumiéndose en un ejercicio de autocrítica, tal vez revaluando su hostigante estrategia de comunicación o reduciendo los niveles de polarización en los que enfrascó la ciudad; para nada, la responsabilidad de ese negativo nada tiene que ver con sus promesas incumplidas o sus manejos clientelistas, solo forman parte de una conspiración fajardo-uribista, atizada por los poderes del GEA y amplificada por El Colombiano, hasta con nombre propio: el pacto de Chuscalito—.

El alcalde convirtió al Chuscalito, un restaurante ubicado en el sector de El Poblado, en el “centro de operaciones” de los grupos opositores empeñados en “revocarlo”, al menos así lo viene presentando desde su burbuja en Twitter, sin considerar el estigma que pueda generar sobre el restaurante o su personal en medio de la caldeada atmósfera de polarización política que sacude la ciudad.

Todo empezó con un almuerzo en Chuscalito entre concejales opositores para definir la composición de la mesa directiva del Concejo y evitar la llegada a la presidencia de un aliado del alcalde, una actividad habitual y sin visos de ilegalidad; sin embargo, Quintero la convirtió —tras perseguir y hostigar a los concejales en tiempo real desde Twitter— en una reunión sectaria para promover la revocatoria y sacarlo del cargo.

Para Quintero, el almuerzo entre un grupo de concejales uribistas, Daniel Duque, Daniel Carvalho y Luis Bernardo Vélez, selló una supuesta alianza para promover la revocatoria y “entregarle la ciudad al GEA”. Tan preocupado lo tenía la reunión que, en una movida paranoica e irracional, no dudó en cuestionarla desde su cuenta en Twitter, hostigando a los concejales y hasta enviando un equipo de Telemedellín (un canal público gerenciado por quien considera que “es el canal de Daniel Quintero”). Dejando una pregunta en el aire: ¿los concejales venían siendo perseguidos por emisarios de Quintero? Algo delicado y que recuerda —guardando las sanas proporciones— episodios tan lesivos para la democracia como las chuzadas del DAS o la persecución a la oposición durante el gobierno Uribe.

Pues bien, tras el almuerzo en Chuscalito y tras concluida la votación de la presidencia de la mesa directiva (que a la postre ganó un conservador aliado de Quintero), el alcalde viene hablando del pacto de Chuscalito como el principal entramado político y mediático contra su gestión. Algo que no resulta extraño en un mandatario que basa su gobernabilidad ante la opinión pública en la creación de identidades antagónicas, es decir, amigos y enemigos, porque en Medellín —una ciudad en blanco y negro— se está con Quintero o en contra de él, sin espacios intermedios.

De ahí que hablar de un supuesto pacto, sin mayor evidencia que un almuerzo habitual entre concejales opositores, le resulte mediáticamente funcional a un alcalde autoritario que basa su estrategia de comunicación en la artificial creación de enemigos.

Pero más allá de su círculo de áulicos e incondicionales, Quintero no ha logrado posicionar el supuesto “pacto de Chuscalito” como la amenaza in crescendo a su permanencia en La Alpujarra. El malestar a su administración es progresivo y debe ser leído críticamente desde una perspectiva multidimensional, ya que no se relaciona exclusivamente con los alcances de su confrontación pública con los contratistas de Hidroituango o con Uribe, pues también tiene que ver con su actitud confrontacional, su intolerancia a la oposición, la entrega de amplias porciones de la administración a la clase política tradicional (especialmente el Partido Liberal, Conservador y La U) y su ramillete de promesas incumplidas (¿en qué va la disminución en las tarifas de servicios públicos?).

En vez de inventar pactos ficticios y delirantes (que en voz baja algunos de sus colaboradores más sensatos califican de absurdos), Quintero se debería enfocar en recomponer su gobernabilidad, bajar la polarización y mirarse el ombligo, pues el principal responsable del negativo en las encuestas y de una revocatoria que va alzando vuelo es él mismo.

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