El nuevo parque de Pamplona: el remedio resultó peor que la enfermedad

El nuevo parque de Pamplona: el remedio resultó peor que la enfermedad

La remodelación que costó $12 mil millones resultó un fracaso urbanístico al que la gente no se acostumbra. El alcalde Bustos ha empeorado las cosas

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septiembre 21, 2015
El nuevo parque de Pamplona: el remedio resultó peor que la enfermedad

Pamplona nació desde la colonia como una joya arquitectónica que fue declarada por la Unesco en 1963, junto a Cartagena y Mompox, Patrimonio Histórico. Su plaza, conocida como parque Aguéda Gallardo, en honor a la precursora del grito de la independencia, había presentado tres modificaciones en lo corrido del siglo XX, pero respetando siempre su trazado original. Rodeada por casas de balcones amplios y lugares emblemáticos como el museo Ramírez Villamizar, en homenaje al escultor pamplonés, este tradicional espacio público fue testigo de la transformación del municipio en una especie de ciudadela alrededor de la  Universidad de Pamplona, con calles peatonales y una vida amable para todos.

El alcalde Faber Mogollón, en su último año de gobierno, tuvo un impulso modernizador y en el 2011 vio la oportunidad de presentar un proyecto de renovación de la plaza, que nadie le estaba pidiendo, y que solo necesitaba alguna reparación y limpieza. Acudió entonces al Ministerio de Cultura que había lanzado su política de recuperación de centros históricos para acceder a los recursos del presupuesto nacional. Tuvo en mente, a la par de la renovación del centro, su peatonalización. No era una mala idea, pero las cosas no le salieron.

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El alcalde de Pamplona, Carlos Bustos, inaugura el nuevo parque junto a la ministra de Cultura, Mariana Garcés

Mogollón, elegido por el Partido de la U, logró convencer al subdirector de patrimonio del Ministerio de cultura, Juan Luis Isaza, de la bondad del proyecto que además casaba dentro del plan estratégico de cultura. Desde Bogotá, el Ministerio abrió una licitación para convocar propuestas de diseño del nuevo parque. Los grupos de arquitectos de la Universidad de Pamplona quedaron excluidos por no cumplir con los requisitos exigidos por el Ministerio y resultó ganador el grupo de arquitectos antioqueños Consorcio HIE con la firma interventora Civile limitada. El proceso de contrapartida e iniciación de la obra le tocó al nuevo alcalde Carlos Bustos, del Partido Conservador, y rival político de Mogollón, quien tomó el proyecto como bandera de gobierno.

A pesar de la frustración, los grupos académicos de la U de Pamplona, por no haber sido escogidos para participar directamente, estos no se marginaron y le pidieron al alcalde Bustos que escuchara  y convocara a una consulta para que arquitectos, urbanistas y ciudadanos pudieran expresar sus opiniones frente al proyecto. Nadie más indicado que los pobladores de Pamplona, conocedores de su ciudad, para aportarle a un proyecto que resultaría definitivo para la ciudad. Como en efecto lo fue. El profesor Uber Giraldo propuso aprovechar la obra para peatonalizar el centro de Pamplona, como se había estipulado en el proyecto original presentado al Alcalde Mogollón. Cual no sería su sorpresa cuando, al constatar el desconocimiento de los diseñadores en torno al parque, ni siquiera la catedral estaba bien localizada.

El trabajo de remodelación estaba previsto para durar un máximo de 10 meses. Los almacenes tomaron medidas para acomodarse a las calles cerradas y tratar de sobrevivir en medio del cemento y las máquinas incómodas para los clientes. La obra tardó seis meses más de lo previsto con consecuencias sobre el comercio. El presupuesto se disparó. De los 9 mil millones iniciales se elevó a 12 mil. Sin previsión, el desarrollo de la obra mostró la urgencia de revisar el trazado de alcantarillado con lo cual el caos en la construcción fue mayúsculo.

La única sorpresa que resultó del trabajo fue la aparición de un camino real construido en la época de la colonia que travesaba el centro del municipio. Arquitectos y urbanistas liderados por Giraldo le pidieron al alcalde solicitar la modificación del diseño para respetar el valor arqueológico e histórico del descubrimiento. En una decisión discutida en vez de dejar el camino in situ, levantaron las piedras coloniales y las trasladaron a un museo.

El afán por poder recibir la obra que se volvió una dificultad para el flujo de tráfico en la ciudad llevó a acelerar de mala forma los trabajos y se entregó con detalles pendientes. No se completó el cubrimiento de las losas con lo cual muchas de ellas está rotas. Las jardineras que rodean la obra no se concluyeron y el parque quedó al desnudo, sin la arborización prometida. Tampoco logró el alcalde y su secretario de tránsito la reorganización del tráfico ni su propósito de peatonalización con lo cual camiones y vehículos de todas las gamas parquean en sus alrededores impidiendo la circulación de los peatones. Este cambio de los planes originales y el diseño del ministerio presentado al final del gobierno de Mogollón afectó el resultado final del parque acentuado por los errores del actual alcalde Carlos Bustos que no ha logrado rediseñar el flujo vehicular para facilitarle la vida a los peatones.

Faber Mogollon, alcalde de Pamplona al empezar la remodelación

Faber Mogollon, alcalde de Pamplona al empezar la remodelación

Se había previsto una ampliación de los andenes, pero, por el contario, estos se estrecharon para metros que la nueva plaza le quitaría a la calle y acudieron a odiosos bolardos de mala calidad para demarcar las zonas de tránsito que al final han terminado destruidos por las busetas y taxis que cercan la plaza volviendo el tráfico infernal. La reacción de la alcaldía ante la incomodidad de la ciudadanía ha sido la de colocar vallas para impedir el tráfico pesado pero los vehículos de carga no tienen inconveniente en pasar por encima de ellas. El alcalde Bustos, a quien le tocó terminar la obra, se prometió instalar cámaras de seguridad en los alrededores del parque para identificar a los agresores, pero hasta el momento esto no se ha dado como ha ocurrido con los demás compromisos, como si se tratara de una obra, que por tratarse de una iniciativa de su antecesor no le generara simpatía ni interés de realizar ninguna inversión que permitiera darle vida a este espacio público en el corazón de Pamplona.

Lo cierto es que la gente extraña su viejo parque. Los jubilados, los skaters, los borrachos de domingos, los bulliciosos estudiantes creen que no se debería haber afectado lo que nunca estuvo dañado. Para qué cambiar las centenarias piedras de Mutiscua originales de Norte Santander que todos reconocen en los  pueblos del departamento y que podían guardar bien el calor del día, por las tabletas blancas recién traídas de canteras del Sinú que han convertido el lugar en una desapacible nevera en donde ya no se hacen proyecciones de cine, presentaciones de cuenteros y ya ni siquiera pasean por ahí los emblemáticos 20 perros que rodeaban el parque.

La otrora alegre plaza es ahora llamada, en el decir popular, “parque cementerio de Pamplona”. Antes se podía mirar el pueblo desde el centro, ahora las jardineras obstaculizan la perspectiva visual y el piso hecho de trozos de mineral traído de Sinú enfría el ambiente. Los pamploneses la aprovechan para reunirse los viernes conservando una tradición que nada la marchitará, pero lo cierto es que el emblemático lugar y el espíritu que irradiaba difícilmente se logrará rescatar.

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