El mejor indicador de lecturabilidad en Colombia está en el transporte público; transmilenio, por ejemplo

El mejor indicador de lecturabilidad en Colombia está en el transporte público; transmilenio, por ejemplo

Entrevista con Gustavo Mauricio García Arenas, quien acaba de cumplir 18 años de editor independiente con el sello Ícono Editorial, presente en la FilBo 2022

Por: Ricardo Rondón Chamorro
abril 25, 2022
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El mejor indicador de lecturabilidad en Colombia está en el transporte público; transmilenio, por ejemplo
Fotos: Ricardo Rondón Chamorro / El santandereano Gustavo Mauricio García Arenas y sus batallas quijotescas como editor independiente

Gustavo Mauricio García Arenas acaba de celebrar dieciocho años como editor independiente con su sello Ícono Editorial, de la mano de Lucía Moncada, su esposa y socia, que a la fecha ha dado luz a más de 300 libros, entre novela, cuento, poesía, ensayo y ciencia, entre otros temas; además de ser ideario y cofundador, en 2007, de la Red Independiente de Editoriales Colombianas, que en la actualidad preside.

La del editor santandereano García Arenas ha sido un trabajo a pulso y a contracorriente, de una lucha sin treguas en la compleja labor de mantener el punto de equilibrio de una empresa quijotesca como es la de imprimir libros; hoy por hoy con las altas tarifas de materia prima, empezando por papel y tinta, y el engranaje técnico y humano en el desarrollo de la industria.

Desde su primera publicación, Tanta tinta tonta, autoría de Luis Liévano, una antología de palabras políticamente incorrectas, Ícono Editorial no ha cesado en la publicación de novedades y reediciones de singular importancia en la literatura, el ensayo político y la pluma feminista, temas que Gustavo Mauricio llama verdades polémicas.

Dieciocho años y más de 300 libros, es un tiempo y una cifra que corroboran su tesón y resistencia admirables. Se sabe de muchos, en este difícil renglón de la industria editorial independiente, que no alcanzan a completar el año, y se ven obligados a tirar la toalla, ya por falta de presupuesto, por la dura competencia con los pulpos editoriales, o porque definitivamente, como se conoce en el argot popular, no dieron con el chiste del negocio.

Por fortuna, García Arenas, desde mucho antes de lanzarse como editor independiente, ha gozado de una amplia experiencia con prestigiosos sellos editoriales con los que trabajó desde joven, y tiene la pericia y la visión que se requiere para no morir en el intento en la ardua actividad de imprimir y vender libros. Por supuesto que también le ayuda su perrengue santandereano para enfrentar con actitud y sabiduría los quiebres y descalabros que no faltan en cualquier actividad comercial.

Títulos como El clan de los doce apóstoles, de Olga Behar; Violentología (libro de gran formato), de Stephen Ferry; Mujeres valientes y poderosas de América Latina, de Florence Thomas y Matilde Salinas, El Palacio de Justicia: una tragedia colombiana, de la escritora colombo-irlandesa Ana Carrigan; Historia de un fracaso, de Víctor de Currea-Lugo; Crónicas de la violencia en los llanos, de Alberto Baquero; Dignidad campesina y Otros rumbos, de Alfredo Molano Bravo; Camilo, el cura guerrillero y El guerrillero invisible (sobre el cura Pérez), de Joe Broderick; una reedición de La nostalgia del melómano, de Juan Carlos Garay; dos reediciones del recordado periodista y escritor Rafael Chaparro Madiedo: su premiada novela Opio en las nubes y su libro de cuentos Siempre es saludable perder sangre; y Biblia de pobres y Rocabulario, del poeta Juan Manuel Roca, entre otros, hacen parte del catálogo de antología de Ícono Editorial.

Después de dos años, Ícono Editorial regresó al Pabellón 17 de la FilBo, stand 1615 A.

Para esta 34° edición de la Feria del Libro de Bogotá (después de dos años interrumpidos por la devastadora pandemia), Ícono Editorial reaparece con una atractiva vitrina de interesantes novedades en el Pabellón 17 de Editoriales Independientes, stand 1615 A. Entre ellas: Operación Palomera: el comienzo del fin de las Farc, de Olga Behar y Pablo Navarrete, y Genios de la mente: neurociencia y otras rarezas del cerebro, de los profesionales de la medicina William Contreras y Juan Diego Gómez: retrato hablado del poderoso misterio de esas tres libras de sistema nervioso y creativo que es el fascinante universo de la mente.

A propósito de Opio en las nubes, de Rafael Chaparro, novela de la que por estas fechas se están celebrando treinta años de su publicación, este martes 26 de abril, en la sala Madre Josefa del Castillo, de la Feria del Libro de Bogotá, a las 5:00 p. m., habrá una charla en la que participarán la escritora María Adelaida Palacio y Nicolás Cuesta Chaparro.

Del noble cometido de editor independiente, de sus bregas y altibajos para abrirse campo en el gran mercado, de los costos de impresión, del desamparo del Estado como gremio, del precio de los libros, y de las acomodadas cifras de lecturabilidad en Colombia, entre otros temas, hablamos con Gustavo Mauricio García Arenas.

Más de 300 títulos, en dieciocho años, ha publicado García Arenas con su sello.

¿Qué significa ser un editor independiente en Colombia?

Significa publicar a conciencia y sin censura. No es publicar por vender, sino por creer que es una necesidad que la gente conozca el contenido de un libro determinado. No es solo reaccionar al mercado.

¿Cómo es la rentabilidad, esas batallas que se libran?

Poder compartir en igualdad de condiciones con los grandes grupos económicos. La dificultad es abrir un espacio dentro de esa rapiña que hay con el negocio de los libros en Colombia. Estamos hablando de lograr, primero un posicionamiento en las grandes librerías, y de lo más complicado, poder convocar la atención de los medios de comunicación.

¿Cuánto capital se necesita para que un editor independiente se lance al ruedo?

Lo primero es tener libros para publicar, y eso tiene que ver con un trabajo integral de autor, tema del libro, etcétera. Pero lo básico es cumplir con los requisitos legales de una razón social, su respectivo registro, documentos para su viabilidad, un contador, etcétera. Sacar un libro no es tan costoso. Lo que es costoso es mantenerse. El propósito es que nos dejen existir como editores independientes. Convivir en los mismos espacios culturales. Permitir que la oferta sea equitativa.

¿Urge la necesidad de utilizar capitales que no están destinados para esos espacios, con el fin de llenar vacíos editoriales?

Sí, es el principal drama de ser editor independiente. De hecho, la mayoría de editores en este caso tienen otras profesiones con las que subsidian esos vacíos económicos, que por lo general deja esta labor.

¿Qué otras labores desempeña en su caso?

Hacemos corrección de estilo, diseño, fotografía, además de los ahorros de años, producto del trabajo con grandes editoriales.

¿Cómo se la juega con los costos de impresión en Colombia?

Además de los altos costos, el problema es de tirajes. En la medida de tirajes largos, el costo es menor. Pero los editores independientes no siempre podemos darnos ese lujo. Imprimimos de acuerdo a la captación de un público determinado. En ese orden se incrementa el precio de los libros. Y entre más alto el precio, pues obvio que baja la demanda, y se pierden lectores.

¿Ayuda la Cámara Colombiana del Libro?

Inicialmente hubo muy poca colaboración. Nos facilitaron el ingreso, pero los costos monetarios para las editoriales independientes son muy altos si se quiere pertenecer a esta institución: hay que desembolsar más de dos millones de pesos anuales.

¿Se fortalece la Red de Editoriales Independientes?

Nos respalda como gremio, como frentes comunes de protección y discusión. Pero no hay ningún tipo de financiamiento. Y menos un respaldo estatal.

¿Por qué no apuntarle de vez en cuando a esos rockstar de la literatura colombiana?

El problema no es que no le queramos apuntar, sino son ellos los que no le quieren apostar a una editorial independiente. Sin embargo hay excepciones como Florence Thomas, Olga Behar, Joe Broderick, y un rockstar como Noam Chomsky.

Hay muchos poetas con gran producción que no encuentran con quién publicar. ¿Qué trato le da usted a los bardos?

Con los poetas pasa como con los editores independientes. No viven de lo que producen como poetas sino de otros oficios, de las conferencias que dictan, de festivales internacionales de poesía a donde los invitan; porque son muy escasos los poetas que viven de la poesía que escriben, a no ser los herederos de Pablo Neruda, o aquellos poetas que han ganado el Premio Nobel.

Las editoriales independientes publicamos poesía, pero tiene que ser con una financiación entre autor y editor. La poesía tiene mucho encanto en un sector especial de la población. Hay que ver la ambiciosa convocatoria que despiertan los certámenes de poesía. Pero la pregunta es, cuántos libros vende un poeta por ejemplo en un festival de poesía como el de Medellín.

Los aplausos son muchos, pero la utilidad es escasa. La gente no compra libros de poesía. Y los editores independientes no somos instituciones de beneficencia porque también vivimos en esa lucha de la supervivencia.

¿Poetas colombianos de sus afectos?

William Ospina, Juan Manuel Roca, Piedad Bonnett, Darío Jaramillo Agudelo, Darío Villegas. El problema es que hay una cantidad de nombres nuevos dentro de la poesía, de gran valía, que la gente no conoce por falta de difusión. Antes estas promociones tenían un espacio abierto en los magazines culturales de los periódicos. Pero esas ventanas, en los últimos tiempos, se han venido cerrando copiosamente.

¿Son confiables las cifras oficiales de lecturabilidad en Colombia? O, definitivamente, ¿los colombianos son muy malos lectores?

Yo diría que el mejor indicador para saber si la gente lee o no, más que las cifras oficiales del Estado para justificar políticas, es subirse a un transporte público como TransMilenio, y ver cuántas personas van leyendo. O en los espacios públicos, en los parques, en las mismas librerías.

Un porcentaje mínimo en TransMilenio: si acaso una o dos lectores por articulado, en contraste con Europa, Alemania, por ejemplo, que tiene uno de los índices más altos de lecturabilidad en el mundo.

Y España, también, y en América Latina, Argentina. Pero en Colombia, ese panorama no existe. Y si existe es en pequeñas proporciones. Basta averiguar qué está leyendo la gente. Si son textos obligatorios de colegios o universidad, o si están leyendo por entretenimiento o por interés cultural.

¿Entonces, esas campañas institucionales de lectura son infructuosas?

Esas campañas de lectura gratis perjudican no solo al lector sino al sector editorial. Si la estrategia de lectura del Estado es regalar libros, pues mata las editoriales, porque la gente se habitúa entonces a que el gobierno le regala un libro, y de esta manera le quita el valor al libro, y ataca directamente al mercado. Mucha gente prefiere lo regalado, pero si uno entra a un bar, no ve a nadie que vaya donde el barman a que le regale un trago. Ahí se entiende que esa necesidad tiene que pagarse. Como debe ser con cualquier otra necesidad. Uno paga lo que a uno le gusta.

¿Cree que las tecnologías han influido en la falta de interés por la lectura?

Sí, hay una mayor oferta de entretenimiento para las personas. Lo que tenemos que hacer los editores es ofrecerles a los lectores lecturas en esos medios digitales. Y competir por su atención. Por eso en Ícono estamos publicando libros en formato digital y audio libros.

¿Observa próxima la muerte del libro de papel?

Yo diría que no, porque el placer físico de tener un libro de papel y tinta en las manos, no lo produce un artefacto.

¿Cuántos libros se lee usted al año?

Yo tengo una lectura muy profesional del libro. Una tara de lectura que es leer pensando cómo editar y publicar libros similares, o rechazar un tipo de edición. Entonces leo libros para indagar cómo escribió el libro el autor, cómo el editor tomó la decisión de publicarlo, qué tipo de papel utilizó, cuántas tintas, qué formato, el tipo de fotografía y de ilustraciones, el tipo de letra, etc. Soy más como un vampiro de los libros: absorbo lo que más puedo de ellos, o de mis lecturas, para transformarlo y aplicarlo en mis publicaciones.

Aún se percibe el aroma horneado de su poemario Como el pan, de la colección Piedra de sol, de Editorial Magisterio, publicado hace como veinte años. ¿Qué pasó con ese poeta que en un tiempo no lo dejaba dormir tranquilo?

Sigue intranquilizándome el sueño.

 

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