El infame crimen del negro Macancán en el Cauca
Opinión

El infame crimen del negro Macancán en el Cauca

En contraste con la presencia de Sansón negro, Anderson poseía una sencillez y un calor capaces de despertar el más profundo afecto

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julio 30, 2021
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Cuando uno se entera de la muerte de alguien a quien conoció y apreció son muchas las cosas que duelen. Más si su muerte fue violenta, producto de manos asesinas ignorantes e indolentes, incapaces de calcular el daño que con su acción criminal ocasionan. ¿Cuáles, si no intereses mezquinos y miserables, pueden ser las causas que mueven a quitar la vida a alguien como Anderson, el negro Macancán, un ser humano de excepcional condición?

Entre todos los dolores, lamento profundamente el que debe estar sufriendo Yuri, su compañera indígena, la mujer que idolatraba a Anderson con un amor de esos que conmovía y despertaba admiración entre quienes los trataron. A él le escucharon decir muchas veces que esa mujer era su vida entera, que nunca podría imaginarse lo que sería vivir sin ella. Ella opinaba igual sobre su papi, el hombre que le había revelado lo que significaba ser feliz en la vida.

En la guerrilla no era frecuente que sus miembros conocieran el pasado de los demás. Ingresar a ella era como volver a nacer, o como aterrizar de repente en otro planeta. Toda la vida anterior quedaba atrás, como si alguien echara a andar un cronómetro y el tiempo que contara fuera sólo el que corría hacia delante. Hasta el nombre anterior desaparecía, dando lugar a un curioso impacto silencioso, cuando se lo oía para designar a otro compañero de lucha.

Así que en bloque Oriental nunca supimos el origen de Macancán, esa estatua de bronce que parecía hecha solo de músculos y fuerza. Quizás hubiera sido campeón de fisicoculturismo, o heredero de alguna etnia africana particular, a la que basta con el remo del pescador o el hacha del leñador para desarrollar siluetas formidables. Nadie cargaba tanto peso como él, ni lucía con tal soltura una pesada ametralladora con sus cananas cruzadas al pecho.

De ahí el sobrenombre que se ganó en las Farc, y que a él parecía enorgullecerlo. Porque en contraste con esa presencia de Sansón negro, Anderson poseía una sencillez y un calor capaces de despertar el más profundo afecto. Todos lo queríamos, por sus bromas frecuentes, su buen humor, su mirada fraterna y limpia, su abnegación por la causa, su optimismo y alegría desbordantes. Las mismas cualidades que encantaron a sus compañeros en el ETCR de La Elvira, Cauca.

 

Optimismo y alegría desbordantes encantaron a sus compañeros en el ETCR de La Elvira, Cauca

Allá se apareció luego de la firma del Acuerdo de Paz, cuando se orientó que cada excombatiente podía elegir el lugar para cumplir su reincorporación. El negro buscó su gente, su sangre, sus ancestros. Y no vaciló para ponerse al frente de la tarea de la pedagogía de paz, en la que luchó por integrar a otros excombatientes dudosos. El conjunto quedó impresionado con su decisión y energía para recorrer una a una las veredas del suroccidente del país.

Pero sobre todo por los conocimientos que demostró. En su cabeza estaban grabadas las montañas del Cauca, con sus aguas y sus comunidades. Para sorpresa de muchos, la gente lo conocía, lo quería, lo reconocía como líder, como portador de paz y progreso. Anderson no dejaba de recordar a Manuel Marulanda y Jorge Briceño, a quienes citaba siempre para estimular a los otros. Ellos nos enseñaron a trabajar, a luchar por la gente humilde, no podemos ser inferiores.

La guerra se había terminado, pero eso no podía ser excusa para la marginación. Había que integrarse con las comunidades y sacar el Acuerdo adelante. La medida de su carisma fue la autorización que recibió para invitar su familia al ETCR. Ese día inauguraban un polideportivo. Para la sorpresa de todos, llegaron tres chivas y varios vehículos cargados con casi doscientas cincuenta personas, familiares y amigos de Macancán, todos felices de verlo.

Pronto sonaron los tambores, la música y los cantos. Una espectacular orquesta de negros animó una fiesta de antología, de la que aún hoy se habla en el espacio con añoranza y asombro. Currulaos, chirimías, música de comunidades negras que bailaban sin cesar con fogosidad incomparable. Lo único que afectaba la alegría de Anderson era que no habían llegado ni la mitad de los parientes que esperaba. Otro día será, decía.

El Cauca, como otras extensas regiones del país, fue invadido por diversos grupos criminales. Minería ilegal, tráficos delictivos de distinta naturaleza, disidencias demenciales, todo bajo la sospechosa inacción del gobierno actual, que parece más bien desear que eso precisamente ocurra. Por la inseguridad, los excombatientes fueron abandonando el ETCR de La Elvira. Anderson cargó con su indiecita para Buenos Aires, Cauca.

Con la ilusión de una tierra donde sembrar comida. La había hallado y allá trabajaba, sin olvidar los proyectos colectivos del ETCR. El domingo, llegando a ella, lo asesinaron. Fue el tercero de tres excombatientes acribillados en una semana. Gracias del gobierno que más ha hecho por la paz, según el presidente Duque.

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