El hombre que reconstruyó Armero a punta de anécdotas, fotos y recuerdos

El hombre que reconstruyó Armero a punta de anécdotas, fotos y recuerdos

Francisco González lleva 30 años armando el rompecabezas de su pueblo, ahora realiza una investigación que pretende convertir la tragedia en un destino turístico como Pompeya o los campos de concentración alemanes

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mayo 15, 2014
El hombre que reconstruyó Armero a punta de anécdotas, fotos y recuerdos

“Armero quedó borrado del mapa” dijo el piloto Fernando Rivera por las emisoras de radio. Fue el primero en ver el lodazal que sepultó esta ciudad tolimense desde su pequeño avión. Bajo las estrellas, el volcán del Nevado del Ruíz preparaba la arremetida que durante un año había estado anunciando con sus esporádicas fumarolas mientras los armeritas veían a Amparo Grisales y a Carlos Vives en la televisión. ‘Tuyo es mi corazón’ era la telenovela que entretenía a los colombianos mientras el magma fundía la nieve de la cima del volcán que había hecho erupción a las 9 de la noche. Una mezcla de agua, hielo y rocas se deslizaba por las montañas y la gente creía que el estruendo era producto de una inundación. La oscuridad de la noche no dejaba ver más allá de las ventanas de las casas y los arboles se sumaban a esa mole que en su avanzada se volvía poderosa.

El volcán que llevaba dormido setenta años, esa misma tarde había sentenciado su ataque con una ceniza que le tiñó las caras a los armeritas, pero eso no fue suficiente para agilizar la evacuación. Sobre las 11:30 pm la avalancha aterrizó sobre los techos de un pueblo que en la oscuridad no tuvo tiempo de gritar. Después del impacto ensordecer que se extendió hasta la media noche vino el silencio de la muerte. Un ataque fulminante que quedó registrado como la segunda erupción más mortífera del siglo veinte. Cerca de 23 mil cuerpos quedaron dormidos para siempre bajo el barro caliente que con las horas, según los noticieros, se volvió helado y terminó cobrándole la vida a muchos sobrevivientes que murieron de hipotermia.

Archivo El Tiempo

Archivo El Tiempo

El 13 de noviembre de 1985 quedó grabado en la memoria nacional así la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 -sucedida ocho días antes-, hubiera confundido la atención del gobierno nacional en cabeza del presidente Belisario Betancur. Los colombianos se volcaron a ayudar a Armero mientras los rostros atónitos de los huérfanos deambulaban entre ruinas con la esperanza de encontrar al menos un cadáver. Francisco González fue uno de los que llegó con su cámara y una decena de rollos en la maleta a buscar a su papá y a su hermano. El hijo de Alfonso González Rengifo, presidente del directorio liberal del Tolima, viajó desde Bogotá con un grupo de privilegiados armeritas también estudiantes de la capital.

La ilusión de evitar una orfandad a los 23 años lo mantuvo escarbando cuerpos e identificando rostros lacerados por las piedras afiladas durante diez días. El resultado final: ni una foto de ellos. Nada. Sus álbumes familiares, su antigua casa eran solo escombros. Todo se había perdido y ahora sólo podía regresar y empezar a construir una nueva vida. Llegó a Bogotá con un hueco en el alma y sin el amparo económico de su papá. Cambió el derecho por la literatura e hizo de su cámara un arma de batalla. Como fotógrafo y periodista freelance sobrevivía trabajando mientras en su corazón crecían las ganas de recuperar Armero.

Foto: armandoarmero.com

Foto: armandoarmero.com

Se liberó del abrazo de las víctimas y utilizó su lente para exorcizar la tristeza. Quería reconstruir Armero pero no con ladrillos sino con recuerdos. Quería calmar una necesidad de memoria que lo perseguía desde su búsqueda infructuosa, con historias, cuentos y anécdotas de los armeritas. Primero empezó con los muertos. Hizo un registro fotográfico de los epitafios de las tumbas de Armero y lanzó un libro. Este fue el inició de Armando Armero, el proyecto de vida de Francisco González, un rompecabezas que ha ido armando a lo largo de 30 años.

Pacho guarda el archivo más grande de lo que fue Armero antes de la avalancha. Fotografías, cartas, carnets, cédulas que ha ido recogiendo de casa en casa. Como no habían libros, ni bibliotecas empezó a escarbar en la memoria de los sobrevivientes. Viajó a Guayabal, Lérida, Ibagué, Barranquilla con una escáner y un computador, y así fueron apareciendo las empanadas, los chuzos y los raspados del parque, las señoras rezanderas, las discotecas de moda, los políticos y hasta “pan pelao”, una de las prostitutas más famosas del pueblo.

Foto: armandoarmero.com

Foto: armandoarmero.com

Con estos recuerdos se reconstruyó armero barrio por barrio. Hoy hay cerca de mil fotografías que en 2005 sirvieron para instalar 30 vallas que podrían ser 200, donde antiguamente quedaba el hospital, la iglesia, la Alcaldía, etc. Un evento que inauguró el Centro de Interpretación de la Memoria y Tragedia de Armero al que asistió hasta el ex presidente Álvaro Uribe pero al que nadie aportó un peso.

Para Pacho, Armero es como un Pompeya (Italia) donde la gente visita las ruinas, o un Auswitch (Polonia) donde van a interpretar cómo los nazis exterminaban a los judíos. Lugares que después de haber vivido tragedias han construido una forma de vida alrededor del turismo. Con el Centro de Memoria, Pacho quiere convertir Armero en uno de estos lugares. Por eso lo primero que hizo fue poner las vallas como referentes de memoria. Ahora el reto es diseñar una ruta de turismo en la que los armeritas se conviertan en guías. Aprendan a contar su historia, vendan libros, cartillas, mapas que les generen ingresos mientras cuidan su pueblo, promueven el turismo de su región, y finalmente puedan construir un museo de catástrofes naturales.

Hay muchos que llaman a Francisco, Don Armando, un apodo que se ganó hace muchos años por haber querido armar Armero: un pueblo que salió del lodazal y recuperó su memoria a través de fotografías. Como dice Pacho “La única posibilidad no es mostrar a la victimas, ni a gente jodida sino crear algo.” Esto es lo que hace este afectado de la tragedia que nunca se sintió cómodo con la coraza de víctima.

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