El hombre que cambió el destino
Opinión

El hombre que cambió el destino

El Obregón que conocí, a propósito de la pobre exposición de bocetos que muestra en el tercer piso el Museo de Arte Moderno de Bogotá

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marzo 26, 2022
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A Alejandro Obregón lo conocí en un bautismo a principio de la década de los ochenta  donde yo era la madrina de Cintia, la hija del  embajador de México en Colombia, Edmudo Font y su esposa Eugenia. La ocasión era por lo grande: Cartagena de Indias en el la iglesia de San Pedro Claver.  Por pedido de los padres, la pequeña comitiva teníamos que vestir de blanco como un símbolo sagrado. Nunca pregunté quién era el padrino porque estaba muy orgullosa de mi primer rol  no cumplido en la vida, pero para mi horror veo llegar a Alejandro Obregón. Un hombre de una fuerza inédita, con una voz muy grave y yo, su peor crítica. Nadie opinó nada, rápidamente empezó el sacerdote porque ya estábamos como media hora tarde. Todo estuvo perfecto hasta que llegó el momento en que los padrinos teníamos de renunciar al diablo... Y el grito del irreverente pintor se oyó hasta la cúpula en un noooooooooooooooo rotundo. Nos mirábamos entre nosotros algo desconcertados, mientras que el sacerdote le pedía calma. "Alejandro calma, no grites. Compórtate". Mientras la palabra seguía retumbando. Acabamos en medio del llanto de la abuela que estaba a punto de desmayarse. Ese día me dije a mi misma: Aunque no te guste, tienes que conocer a ese hombre tan maravilloso Y así fue.

 

Ángel Ana Isabel, 1952
Propusé en El Espectador una entrevista con él y mi primera pregunta fue -¿used por qué pinta tan mal ? -Y él me contestó con calma -si yo pensara como usted no pintaría. Pero al contrario, me encanta lo que hago-- Y así, en el respeto más grande, fuimos muy buenos amigos. Hablábamos de vez en cuando. Cada ida a Cartagena era para visitarlo, almorzábamos con Donaldo Bosa Herazo, el gran historiador cartagenero, a veces visitábamos a su divina novia. Toda su casa olía a ella Era una deliciosa experiencia, a veces organizaba los domingos en su casa con sus amigos frecuentes una paella que comenzaba a preparar a las 7 de la noche.
Estudiante muerto,1956
Bueno, toda esta historia la cuento para honrar a este amigo del alma que en este año cumple 100 años de su nacimiento y que nunca le importó ser una persona que no apreciaba su obra, aunque me mostraba el pintor que era y las series que estaba haciendo, los colores que estaba usando. Poco a poco fui conociendo su trabajo, y aunque lo admiraba, nunca me convenció de lo contrario.
La violencia, 1962
El óleo fue algo maravilloso con el que pintó sus obras como La violencia o el Estudiante muerto pero en 1968, encontró el acrílico y con el que pudo soltar esa fuerza que lo hacía sudar cuando pintaba. Siempre tenía demasiado impulso, siempre estaba angustiado por un motor interno que nunca lo vi apagarse. Sus brochazos irreplimibles le permitían hacer series de "Cóndores" con la rapidez del rayo. Paraba, se agarraba los bigotes, se acababa el cigarrillo, tomaba media botella de ron como si fuera agua. Tomaba distancia y continuaba.
Torocóndor, 1963
Buscaba una geografía tropical mientras pintaba. Los vientos, las barracudas,  sus flores primarias Pero el acrílico no lo dejaba pensar. Podía más  la impaciencia loca. Era un pintor con fama  y vendía todo mientras guardaba el dinero de las ventas entre los libros de la biblioteca. Escondite que, después tenía problemas cuando trataba de pagar las cuentas.
Sin duda,  fue un pintor que le cambió el rumbo al arte colombiano. Lástima que pudo la fuerza y el impulso.
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