El miércoles de la semana pasada las sesiones del impeachment se hicieron públicas después de tres semanas en las que se realizaron a puerta cerrada. Audiencias privadas en las que cargos políticos y funcionarios comparecieron ante los comités de Asuntos Exteriores y de Vigilancia, mientras que en la del miércoles la hicieron ante el Comité de Inteligencia. La expectativa era enorme y tanto el acceso al edificio como la imponente sala del edificio Longworth donde se celebró esta primera sesión estaban repletas de periodistas y de cámaras que se encargaron de difundir en directo a una audiencia nacional e internacional lo que estaba ocurriendo. La estrella fue Gordon Sondland, un multimillonario calvo y dicharachero, que es actualmente el embajador de los Estados Unidos de América gracias a que donó un millón de dólares para sufragar los gastos de la campaña que su amigo Donald Trump. Una práctica que puede escandalizar en cualquier país donde sus embajadores, con alguna excepción, son diplomáticos de carrera pero que en la plutocracia norteamericana es de lo más común del mundo. Sondland no es el primero y es muy improbable que sea el último en conseguir un nombramiento de esa importancia y responsabilidad gracias a una generoso donación que, en el fondo, es una inversión. Y nosotros que nos quejamos de que muchos de nuestros políticos electos son en realidad cabezas de empresas electorales que esperan obtener beneficios de su inversión. Que para eso son empresas y no oenegés.
Dentro de la lógica política que maneja Washington,
presionar a un gobierno extranjero para que luche contra la corrupción
es de lo más encomiable
Tampoco hubo nada realmente escandaloso en las declaraciones de este hombre, cuya única calificación para un cargo diplomático parece ser su evidente campechanía. Reconoció que fue el encargado de trasmitirle a un asesor de Zelenski, el actual presidente de Ucrania, el mensaje de que si no ordenaba la investigación de las actividades de Hunter, el hijo de Joe Biden, en Burisma, la principal empresa gasífera de dicho país, la ayuda militar norteamericana podía ser suspendida o retrasada. Una información que no escandaliza demasiado en un mundo habituado a las sanciones y las presiones de la diplomacia norteamericana a un amplio abanico de naciones. Y por muy distintos motivos. A nosotros, para no ir lejos, nos han presionado en más de una ocasión. Además la amenaza no se llevó a cabo como tampoco la dichosa investigación por lo que todo el episodio se ha quedado en grado de tentativa y por lo tanto carente de la suficiente carga explosiva como para hacer daño realmente a Trump. Eso sin contar que, dentro de la lógica política que maneja Washington, presionar a un gobierno extranjero para que luche contra la corrupción es de lo más encomiable. Al fin y al cabo para el poder americano solo existen dos enemigos en el mundo: el terrorismo y la corrupción. Por lo que no parece muy difícil que los congresistas republicanos que defienden a su presidente le den vuelta a la tortilla preguntando porqué los demócratas se oponen tan fieramente a que se investiguen las actividades de Joe y de Hunter en Ucrania. ¿Es que acaso tienen algo que ocultar? Porque si no lo tienen ¿por qué montar semejante lío para impedirlo?
Una señal muy clara de que el establishment demócrata no cree haber ganado el round la dio David Bloomberg, exalcalde de Nueva York y multimillonario igualmente, anunciado ayer mismo su decisión de participar en la carrera por la elección del candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos de América. E hizo más: puso sobre la mesa 20 millones de dólares. Creo que los días de Joe Biden como candidato de los demócratas están contados.
