El día que el teatro llegó a Medellín

El día que el teatro llegó a Medellín

Está para quedarse. Incluso después de la violencia y de un público ingrato

Por: Andrés Felipe Pérez Tamayo
septiembre 15, 2015
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El día que el teatro llegó a Medellín
Foto: tomada de internet

Desemboca por debajo de las vías de la “Avenida la playa” la quebrada Santa Elena, una quebrada que a su paso no solo permitió el flujo hídrico de Medellín sino que, increíblemente, sembró las raíces del arte. Por eso el día que el teatro llegó a Medellín, llegó para quedarse.

En esta tierra mística donde el lucro de dinero es primero que la vida, los exitosos empresarios esconden su olor de máquina con una loción de Jean Paul Gultier. Otros que consiguieron empleo se impregnaban de una loción con aspecto habano, y al resto les tocaba resignarse con el olor que desprende la poesía o la mendicidad, que a fin de cuentas es la misma vaina, apestan.

Que dicha habría tenido Jeremy Bentham de haber sido paisa… la utilidad como principio rector para alcanzar la mayor felicidad. Y ¿existe algo que haga más feliz a un paisa que el dinero? Con temor en los pies y comiéndome las uñas del miedo,  me gustaría pensar que sí. El centro de Medellín tiene la capacidad de recibir a cualquiera; desde los ungidos burócratas, poetas, hasta los desplazados indígenas. Y ni hablar de los danzantes, los borrachines, los músicos y por qué no, los locos.

Pero que no los confunda el putrefacto olor a fábrica (de las cuales ya ni eso quedan). Aquí también hay poetas, músicos y empedernidos vividores. Por eso el centro es la perfecta mezcla, allí caben todos. Sí, querido lector, hasta usted. Y me gustaría pensar que la bohemia resurgirá otra vez a esta zona.

Pero esto es para aquellos héroes que nunca han renunciado al centro y que luchan por verla florecer de nuevo. Son esos teatreros que van desde el matacandelas y terminan en el teatro Pablo Tobón Uribe. Ellos que aún viven y resistieron a esa gran ola de violencia que durante las últimas décadas fueron el pan de cada día de los habitantes de Medellín.

Por eso, cuando la historia se escribe a partir de acontecimientos y no de las realidades, la historia resulta siendo ingrata. Por un lado nos da una visión miope del asunto y al generalizarlos, nos da  una perspectiva errada.

Desde su sentido más armónico el teatro es inútil y nosotros tenemos la ventaja de tenerla. Inútil  porque no ganamos dinero al verlo y ventaja porque el teatro siempre estará allí para nosotros; para divertirnos, para despejarnos de la rutina y para alejarnos de la pantalla para interactuar con el fenómeno de la teatralidad: las voces, las luces, las escenas, los cuadros y un estilo particular para cada teatro.

El día que el teatro llegó a Medellín, llegó para quedarse. Incluso después de la violencia, de un público ingrato y de una sociedad que ha desconocido su valor histórico.

Sin duda poco se ha indagado sobre el teatro en Medellín, que, para los que quizá no supieron, tuvo su festival el mes pasado (la onceava Fiesta de Artes Escénicas). Pero ahí estará, y no se moverá.

Como espectador quiero dar un mensaje de agradecimiento a esos teatreros que en sus obras me han hecho disfrutar. Y para los que aún no han tenido la oportunidad de vivir el teatro, los invito a que lo visiten, no perderán su ida.

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