Durante cinco años Sumisa tuvo que aceptar el mal trato de su esposo. No la dejaba hablar en público ni en privado y, cuando lo hacía, le recriminaba todo; a tal grado había llegado el reproche injustificado, que la tenía ‘aplanchada’, como era el comentario que se había difundido profusamente entre familiares y vecinos.
Sumisa no lo censuraba, ni se atrevía a criticarlo, aún escuchaba que el sacerdote al oficiar el matrimonio les había dicho: “serán marido y mujer hasta que la muerte los separe”. ¡No, no y no!, eran las expresiones cotidianas que Sumisa escuchaba con temor.
Tras una severa discusión cuando Valentino llegó embriagado en horas de la noche, como solía hacerlo con frecuencia, Sumisa tuvo un destello de imaginación, lo colocó suavemente sobre la mesa del comedor, le puso sobre el cuerpo una tela húmeda, prendió la plancha de vapor y delicadamente, fue alisándolo como si fuera una prenda de vestir. Le eliminó las arrugas de la ropa y del cuerpo, haciéndolo con tanta perfección y esmero, que su esposo nunca más volvió a gritarla.
Valentino quedó literalmente tan bien aplanchado, que nadie en la casa ni en el barrio volvió a verlo, ni se dio cuenta del cambio que había sufrido.
Todo pasó desapercibido, tanto que algunos pensaban que Valentino había emprendido un largo viaje.
Sumisa recuperó su tranquilidad después de largo tiempo de considerarla perdida, sintió que los días otra vez sabían a dignidad, se acercó a una notaría y tramitó la modificación de su nombre y le retornó la calma. Buscó un gancho adecuado de colocar ropa y Valentino permanece aplanchado en el closet y no ha podido volver a vestirse.
Salam aleikum.
