El desierto de Irak años después

El desierto de Irak años después

"Las transmisiones del canal CNN en 2003 me hicieron pensar que Irak era un país de locos. Qué equivocado estaba"

Por: Luis Hernando Restrepo Aristizábal
marzo 30, 2016
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El desierto de Irak años después
Foto vía wikiflags.com

Para aquel entonces tenía 15 años y era todo un evento publicitario la segunda invasión a Irak. Conocía las melancolías de la guerra únicamente por lo que veía en cine, pero sabía que los guerreros eran actores y no morirían de verdad. De Irak solo recordaba las palabras de mi padre, cuando en 1991, durante la Guerra del Golfo, me hacía muecas nombrando los apellidos Husein y Bush (padre).

Doce años después, durante aquella noche estrepitosa del 20 de marzo de 2003 me senté a esperar frente a la pantalla. La CNN se hizo tremendo festín con la cuenta regresiva al lanzamiento de las bombas que cayeron en sitios estratégicos de Bagdad, la milenaria capital de Irak. Esta era una guerra real, no de cine ni de actores, pero sí con guiones falsos. Los intérpretes son mentirosos porque imitan emociones, pero en esta ocasión, el dolor en el desierto de Babilonia fue verdadero: se convirtió en dunas de muerte. En aquella ocasión, no entendía muy bien las lógicas del mundo. Para ese tiempo era fácil presa de la publicidad que generaba la guerra contra el terrorismo y del miedo, que ahora sé, impregnan en la sociedad de consumo. Entendía, que los árabes sólo eran unos viejos maniáticos, con extensas barbas, llenos de armas y sedientos por bombardear la tranquilidad de la gente de bien.

Estuve tan equivocado. Pensaba que Irak era país de locos y que todo era como lo pintan en Hollywood. Pero la misma CNN, que tanta propaganda se encargó de hacer para invadir y destruir el desierto, me demostró que todo estaba mal. Que una mujer, junto a sus hijos, no eran más peligrosos que los guionistas de las grandes productoras en Estados Unidos. Que vivir en pequeños pueblos en el desierto no puede ser tan malo como el establecimiento lo proclama. Pero después de tantos años, no son mejores las cosas.

No hay una Irak libre, ni con vestigios de armas biológicas como lo decían unos argumentos inventados desde Washington. La desesperación que produjo y produce en la economía del Norte, la obtención de oro negro y la especulación de falsos informes sobre tenencia de armamento nuclear por parte del viejo Saddam Husein, hicieron de Bagdad una ciudad inmortal. La madrugada del 20 de marzo de 2003, el ejército invasor norteamericano en la llamada Operación Libertad Iraquí atacó y destruyó lo que quedaba de la antigua Babilonia. Ahora, y 150 mil muertos después, es como ver en la tele al aberrante gobierno del Tío Sam, que pareciera jugar a la guerra en una gran mesa de arena.

Pero el desierto no es un juego. Es un mapa milenario lleno de viejas historias; de beduinos en camello, de mágicas esfinges, de milagros bíblicos, de invasiones persas. Un mapa que es manipulado para crear una tormenta sobre dunas de arena y robarle a Mahoma sus mil y una noches. El Tigris y Éufrates continúan llorando hasta su desembocadura en el golfo Pérsico.

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