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Si Miguel Uribe Turbay hubiera salido ileso del atentado, como lo hizo Donald Trump cuando le dispararon en la cabeza, pero la bala solo le rozó el oído, habría salido fortificado en su imagen y por ende en su portabilidad política.
Hubiera sido por consenso en un gran acuerdo multipartidista el candidato de la oposición escogido y guiado por la mano maestra de su sensei, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, jefe del Centro democrático, partido al que pertenece Miguel Uribe Turbay.
Y siendo Uribe Vélez su fórmula en la papeleta de votación, el vicepresidente y Ministro del Interior o jefe del gabinete y paralelamente “el poder detrás del poder”. El expresidente lo hubiese rodeado de técnicos expertos, en todos los cargos, y se aseguraría de dejar en manos de Miguel, su legado político, por ser su “hijo político”. ¿Quién o quienes hubieran podido ganarle a esta dupla primero en una elección multipartidista de oposición y luego en unas elecciones presidenciales? Nadie.
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“Los dos Uribes” hombro a hombro, uno aportando su experiencia y el otro su energía ejecutiva. Uno sería el corazón grande y otro la mano firme. Se definiría quién sería que, o si ambos son una amalgama política de ese eslogan.
Pero por desgracia, esta es una quimera. Ya no podrá ser. Álvaro Uribe, quizás ya por su edad y un juicio político que lo puede enviar a una guarnición militar o a su finca “El Ubérrimo” como cárcel, y Miguel por su discapacidad.
Cualquiera que ella sea, y al nivel que sea, porque indemne no va a salir Miguel de este brutal atentado, y quedaría inhabilitado para ser presidente. Incluso no sabemos si pueda volver a ser senador. O si vuelva a poder ser esposo, padre, hijo, hermano, sobrino, como el hombre vital, apuesto, inteligente, audaz, valiente, y a sus 39 años apenas, tampoco podría volver a tocar acordeón, piano, o guitarra, como lo hacía.
No sabemos en qué estado quedará Miguel. Aunque sea el mejor posible dentro de las peores posibilidades. Y la peor posibilidad, es quedar muerto en vida. Eso lo mataría psicológicamente a él y a quienes lo rodeen.
Un ser inútil, un vegetal, un ente al que todo hay que hacerle de por vida. De ser ese el caso, todos queremos lo mejor para Miguel, y lo mejor en ese caso extremo, pero posible, es dejarlo descansar en paz. Con todo el amor del universo, “ayudarlo” y sacarlo de su miseria, con una benigna muerte asistida.
Hace ya 10 días ocurrió el atentado. Y desde entonces, a Miguel lo tienen en un “coma inducido”, en el más profundo de los sueños, y así está hace 10 días con sus 10 noches, y así puede pasar semanas, meses y años.
Tal vez sin darse cuenta de su entorno, o de darse cuenta, sin poder decir ni hacer nada, solo llorar por dentro. Casos se han visto. Lo cristiano, (por su religión), lo humano, y por duro que sea es permitirle a él y a los suyos, que ya no despierte porque si así fuera, y se dé cuenta del estado en que ha quedado.
Sería lo peor que por egoísmo se puede hacer. Son muchas posibilidades. Pero todas horribles para un ser humano que era, como era Miguel. Y desde perder una parte de la movilidad, pasando por decenas de mal funciones, hasta quedar como un vegetal.
Es una tortura inhumana. Eso no es vida, es muerte en vida. Y para eso es mejor muerte, en muerte. La muerte asistida es un proceso médico-legal en muchos países, cuando el paciente queda muerto en vida, o con una enfermedad terminal.
Y la familia o el mismo paciente (si puede) autoriza, ese proceso en que rodeado de todos sus seres queridos, un médico, mediante una secuencia de lentas inyecciones por goteo, lo relajan, lo ponen “feliz” y se sumerge poco a poco en el sueño eterno.
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