El crimen pasional que las Farc no olvida

El crimen pasional que las Farc no olvida

En pleno despeje del Caguán, cegada por los celos, la guerrillera Seinake mató de un tiro en la cabeza a un querido comandante: Adán Izquierdo

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septiembre 19, 2018
El crimen pasional que las Farc no olvida

Alfonso Cano miró al rostro a Iván Ríos y le dijo con expresión de inconformidad, Era lo último que nos podía pasar, un crimen pasional a estas alturas. Eran los días del despeje del Caguán, el año 2000, las conversaciones con el gobierno de Andrés Pastrana se hallaban en un buen momento. Corría el mes de agosto, ese día se cumplía una audiencia pública más, esta vez con los deudores del sector financiero. La mañana en Los Pozos estaba radiante.

La noticia cayó como un baldado de agua fría en las FARC. Adán Izquierdo, el jefe del Comando Conjunto Central, había muerto la noche anterior en circunstancias demasiado extrañas. Se trataba de uno de los cuadros de mayor proyección política y militar en la organización, integrante de su Estado Mayor Central, designado por el propio Jacobo Arenas para tal puesto. Uno de los duros, compañero de Alfonso Cano en su experiencia urbana.

El Mono Jorge Briceño se encargó de difundir su versión acerca de las capacidades de Adán. Cuando la Octava Conferencia lo señaló a él como integrante del Secretariado, había sido de la opinión que no era merecedor de ese puesto. Quien debió haber ocupado tamaña responsabilidad era Adán, ese sí que era un cuadro para eso. Habían trabajado juntos un tiempo, recién llegado Adán de la Sierra Nevada de Santa Marta. El Mono había quedado impresionado con él.

Un comunista de los de la vieja guardia, forjado en la Universidad Industrial de Santander,  donde adelantó sus estudios de ingeniería, que terminó sin grado por dedicarse a la causa revolucionaria. Era costeño, de Curumaní, aunque estudió en Santa Marta. Había hecho el curso más honorable para la muchachada de la época, Juventud Comunista, Partido y FARC. Estas últimas se hicieron una respetable fuerza político militar en la costa desde cuando él comandó el Frente 19.

Se trataba de un estratega, de toda la confianza de Manuel Marulanda y Jacobo. Los viejos habían decidido traérselo de la Sierra para que estuviera más cerca de ellos. Su llegada al Secretariado coincidió con la muerte de Jacobo Arenas, por lo que después de un tiempo de tenerlo trabajando al lado de El Mono, Manuel Marulanda decidió que era el hombre para enviar al Tolima, al sur, a reconstruir el caótico Frente 21 que pasaba por graves problemas en el año 90.

En pocos años el sur del Tolima volvió a retomar la importancia histórica que tuvo desde los tiempos de Marquetalia. Las dotes de organizador de Adán eran proverbiales, tanto en la construcción de guerrillas disciplinadas, conscientes y combativas, como en la simpatía y disposición de la población a la lucha por las transformaciones del país. Por eso la Octava Conferencia lo encargó de coordinar el trabajo de los frentes 21, 17 y 25 y 50.

Labor que compartía con Alfonso Cano, su viejo compañero de trabajo en la ciudad. El Comando Conjunto Central se convirtió en una fuerza muy importante en las FARC, el puente que enlazaba el occidente del país con los llanos orientales. Cuando se iniciaron los diálogos del Caguán y se planificó el Pleno de Estado Mayor de marzo del 2000, Adán llegó convertido en uno de los más importantes jefes de las FARC, quizás el de mayor proyección al futuro.

Lo conocí en la Sierra, tras mi ingreso al Frente 19, José Prudencio Padilla. Un tiempo después tuve la oportunidad de trabajar a su lado, de aprender de su inmensa calidad humana, de dialogar con frecuencia durante horas con él. No gustaba que lo llamaran camarada, le parecía que esa palabra generaba distancias. Prefería en cambio el sobrenombre de tío, y así lo llamábamos todos con cariño y respeto. Ya para entonces vivía con Claudia, su compañera de amores y lucha.

Supe que tenían unos dos años de andar juntos, tras el ingreso de esta. Una muchacha de baja estatura y cuerpo muy bien formado, de rostro bello, vivaz, de grandes ojos negros y piel canela. Tiempo después me enteraría de que era hermana de la anterior compañera de Adán, La Negra, como la llamaban muchos, una mujer muy hermosa que había sido su compañera en la vida civil y le había dado dos hijos. Las circunstancias los habían llevado a separarse.

Alguna vez, en confianza, Adán me comentó que uno de hombre podía llegar a querer a otra mujer después de la primera que había sido toda su vida, pero que ese amor ya no iba a ser igual, nunca se le podría comparar con el primero. Recuerdo las referencias al sacrificio inmenso de esa primera compañera para sacar adelante sus hijos en los tiempos en los que él estuvo preso por política, sin la menor oportunidad de aportar ningún recurso a su familia. Ella sola había hecho el milagro.

Sin embargo era posible observar cuánta importancia había tomado Claudia para su vida. Cumplía como radista en Frente y se ocupaba de cada uno de los mínimos detalles relacionados con él. Tras la captura de un mando del Frente que delató buena parte de la información sobre este, sobrevino la orden de que todos nos cambiáramos de nombre. Entonces Claudia, por la relación con los arhuacos de la Sierra, adoptó el nombre de Seinake, tierra negra en lengua indígena.

El comando del Frente decidió que yo no participara en la toma de Minca, en septiembre del 88, así que en compañía de los demás que quedamos encargados de otra misión en el campamento, recibimos la muchachada cuando regresó flaca, cansada y hambrienta tras evadir durante una semana la persecución de la tropa por aire y tierra. Vi a Adán profundamente preocupado. Seinake había sido capturada tras su traslado a la ciudad, luego de haber sido herida en combate.

Informes de inteligencia habían llevado a la Policía a allanar el hospital de Ciénaga, donde ella estaba internada. La madre superiora y las monjas se habían solidarizado con Seinake, escondiéndola en el cuarto de útiles de aseo. Cuando los policías preguntaron por la llave de ese cuarto, la madre superiora manifestó tenerla embolatada. Dio su palabra de que allí no había sino baldes, escobas y traperos y la Policía se retiró satisfecha.

Los encargados de su seguridad decidieron moverla a Barranquilla. En un retén a la entrada de la ciudad terminó la aventura. Con guardias celosos permaneció en el hospital de Santa Marta, en donde en pocos días ganó el cariño de las monjas y personal hospitalario, que prolongaron al máximo su estadía allí para evitar que fuera trasladada a la cárcel. Su prisión y su actitud valiente la convirtieron en el Frente en una especie de heroína a la que le componían poemas y canciones.

Por su pequeña estatura y rostro infantil daba la impresión de ser aún una niña, al tiempo que su carisma y sencillez le servían para ganar corazones. Al fin regresó al Frente, cerca de año y medio después, con las cicatrices de varias cirugías que le practicaron para salvarle la vida tras el disparo de fusil que recibió aquel día. Todos nos alegramos por ello, la acogimos con cariño y simpatía. Menos de un año después ella y él fueron llamados al Secretariado.

Recibíamos noticias de ellos por una y otra fuente. Para nosotros el tío era como un padre, un hombre sabio y experimentado que nos había enseñado muchas cosas, incluida la disposición a dar la vida antes que colaborar en lo más mínimo con el enemigo. Nos sentíamos orgullosos de las noticias que daban cuenta del tamaño creciente que adquiría su figura en el sur del Tolima. Por allá en el 97 o 98 volvimos a escuchar que Seinake había vuelto a ser capturada.

Entendí que por las secuelas de aquella vieja herida, debía salir de vez en cuando a tratarse médicamente en la ciudad. Allá había sido apresada. Lo lamenté por ella, y por Adán, cuyas tristezas y soledades había compartido en la Sierra cuando su primera captura. No supe más de ellos hasta el año 2000, cuando llegué al Caguán a sumarme a la Comisión Temática encargada de las audiencias públicas del proceso de paz. Mi reencuentro con Adán fue emocionante.

Hablamos un par de horas y creo recordar aún todas sus recomendaciones. La catarata de inquietudes compartidas me hizo olvidar de Seinake, por quien no pregunté. Tampoco él me hizo la menor referencia. El día del lanzamiento del Movimiento Bolivariano, el 29 de abril, me topé de frente con ella en medio de la multitud. Supe que hacía ya unas semanas había salido de la cárcel. Me dijo con tristeza que las relaciones con Adán no eran buenas, tenían problemas.

En ese momento comprendí el silencio de él al respecto. En un siguiente encuentro le toqué el tema y me dijo que simplemente los problemas de salud de Seinake los habían llevado a separarse con frecuencia, y luego la cárcel con mayor razón. Había conseguido otra compañera, una guerrillera muy bonita con quien tenía una relación ya estable. El regreso de Seinake de la cárcel no había dejado de representar un trastorno que procuraban remediar.

Fue tras la muerte de Adán, aquel 18 de agosto, que me enteré de algunas otras cosas. Seinake ya no podía estar en filas, debido a las exigencias físicas que implicaba la vida en la selva. Habían decidido sumarla a la comisión internacional y se hallaba próxima su salida del país. Algo hablaron con Adán, para acordar un último encuentro. Entiendo que el camarada Alfonso se opuso a ello, pero Adán se ofuscó hasta obtener la autorización que reclamaba.

La nueva compañera de Adán estaba en un curso y por consiguiente ausente, lo que facilitó la cita. Seinake llegó al campamento con su familiaridad de siempre. La muchachada se olfateó el motivo, pero lo tomó como algo normal. No eran esas el tipo de cosas que escandalizaran en la guerrilla. Lo cierto fue que después de la medianoche, se escuchó un disparo de pistola en la caleta donde dormía la pareja. Seinake corrió fuera gritando que Adán se había suicidado.

El camarada Alfonso la escuchó detenidamente y luego se trasladó al lugar de los hechos. Lo examinó todo y procedió a interrogar a Seinake. Adán era zurdo, de toda la vida, era muy extraño que el orificio de entrada del proyectil estuviera en el costado derecho de su cabeza, y que la pistola que aparentemente había disparado para quitarse la vida, también estuviera en la mano de ese lado. Así, uno a uno, cada detalle de la versión de Seinake se fue derrumbando.

Hasta que dominada por el llanto terminó por confesar lo que realmente había sucedido. Era una de las guerrilleras más queridas por sus compañeras y compañeros. Tanto el cuadro perdido, como la mano que lo había causado, resultaban demasiado dolorosas por cualquiera que fuera el lado que se examinara el asunto. El conjunto de las FARC quedaron estupefactas. Un comunicado frío comunicó la muerte de Adán en un trágico accidente, sin especificar el asunto.

Como en todo lo de la guerra, siempre quedaron interrogantes para la posteridad. ¿Había sido trabajada Seinake en la cárcel contra Adán? Versiones apuntaron a la intimidad sospechosa que mantuvo con la directora de la prisión durante su tiempo en ella. Podían haberla manejado, generarle el proyecto criminal, incitado a cometerlo. La inteligencia militar era capaz de todo. Nada quiso hablar al respecto Seinake, a quien pese a sus esperanzas el consejo de guerra la condenó.

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