El cortoplacismo electoral

El cortoplacismo electoral

Como el león que llega nuevo a la manada a expulsar el león viejo y para que predominen sus genes, mata a los cachorros que no son suyos funcionan los presidentes

Por: German Peña Cordoba
octubre 01, 2021
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El cortoplacismo electoral
Foto: Leonel Cordero

Camilo Romero, exgobernador de Nariño, es una promesa en la política colombiana: con 45 años sorprende su inteligencia, su voz y su discurso; la juventud que posee le permite el poder esperar. Igual sucede con Daniel Quintero, actual alcalde de Medellín, que en unos pocos años escalará posiciones. Esta futura baraja incluirá a uno de los hijos de Luis Carlos Galán Sarmiento y el delfín del inmolado exministro Rodrigo Lara Bonilla. El delfinazgo es otra característica de la política colombiana: se nace con la firme convicción de creer tener el derecho adquirido de gobernar.

En este saco roto o barril sin fondo, que va poco a poco, perfilando futuras aspiraciones políticas, ingresa Claudia López, si mejora su desempeño en la Alcaldía de Bogotá, porque hasta el momento su ambivalencia programática y conceptual ha cooptado las esperanzas que de ella se tenía. Su esperanzador desempeño se ha ido disipando, a tal punto que ha sido remplazado por una frustración remediable, que si se lo propone, "le da la vuelta a la arepa"; y burla el ostracismo, pero si sigue como va, caerá en el hoyo profundo del olvido y se dirigirá derechito al basurero de la historia, donde la estarán esperando otros personajes de ingrata recordación.

Esto que les adelanto es la esencia de la política colombiana, es el cortoplacismo electoral: no ha terminado el pésimo periodo que padecemos y faltándole casi dos años (hoy al subpresidente le falta menos de un año) empiezan a hablar de la próxima elección. Permanecemos enfrascados en una espiral imparable que va de elección en elección. Casi siempre la próxima es la meta más cercana; siempre el que viene promete ser mejor que el anterior. Para nuestra propia desgracia, sucede todo lo contrario: siempre el que entra resulta peor que el que sale. Lo nuestro parece una verdadera tragedia griega, de un ineluctable destino que permanece incólume, sin alguna esperanza de cambio.

El anterior comportamiento soslaya consolidar proyectos a largo plazo y evita el desarrollo de los ya concebidos y aprobados. La próxima elección no le da continuidad a los programas que el anterior ha puesto en marcha, y todo se vuelve urgente. Los programas son interrumpidos por el que viene, en su afán de construir un legado propio, y así nos la pasamos, a tal punto que nada se consolida ni nada adquiere la madurez suficiente. Esa lucha de egos desmedidos e inflamados hace que Colombia comience de ceros cada cuatro años. Lo anterior se asemeja al león que llega nuevo a la manada a expulsar el león viejo y para que predominen sus genes, mata a los cachorros que no son los suyos.

En este irracional orden, cuatro años se ven insuficientes. Desde esta óptica, la reelección, no de personas sino de políticas, son viables cuando existen partidos fuertes. En los Estados Unidos, dentro de su concepción democrática y la existencia de dos partidos fuertes, existe la reelección. La reelección per se no es mala si se ha hecho una buena labor; un buen desempeño merece la continuidad de sus programas, de lo contrario se recibirá un merecido castigo en la urnas. ¿Se imagina usted quién reelegiría al desgobierno del actual subpresidente?

Vivimos en un devenir continuo y un nuevo barajar, permanecemos inmersos en un aterrador cortoplacismo, en un limbo, en un ni aquí ni allá, en un vaivén donde nada llega a feliz término y todo naufraga. El proceso de paz es ejemplo claro de ello: una inconmensurable lucha de cinco años hasta llegar a unos acuerdos nunca antes visto, para luego tirarlos a la basura con una elección inadecuada e inoportuna, que no le imprime continuidad a lo logrado y unos detractores que nunca se han tomado el tiempo de leerlos siquiera superficialmente, en sus puntos. Hubo en las elecciones de 2018 la oportunidad de haber realizado una adecuada escogencia para el gran momento singular e histórico que vivíamos, que para mi concepto debió ser un Humberto de la Calle Lombana.

Se desperdició esa oportunidad, pudo mas la manipulación, la mentira y el engaño en asocio con un diabólico contubernio que distorsionó la verdad y envió al elector a votar ingenuamente "enverracados".

Y así seguiremos: sin continuidad, arrancando siempre de ceros, sin construir sobre lo construido. ¿Se imaginan ustedes quién le imprimiría continuidad a las políticas y obras de un eventual gobierno de Gustavo Petro? A no se  que se elija un miembro de su partido que así lo garantice.

A futuro, seguiremos observando la prefabricada polarización inducida y deliberada para reducir todo y presentar las cosas como un problema insulso y vacuo entre izquierda y derecha. En ese contexto, las peleas de Uribe contra Santos, Pastrana contra Samper y César Gaviria de manera destemplada gritando con hilaridad ¡Uribe mentiroso, Uribe mentiroso! seguirán irremediablemente, porque de eso se trata la política colombiana: no de ideas, sino de estados emocionales coyunturales que capitalizan en las urnas.

Pero existe una luz de esperanza, una luz al final del túnel, que afortunadamente no es la luz de una locomotora que indefectiblemente viene a arrollarnos; es la luz que despiden candidaturas como la de Gustavo Petro, Sergio Fajardo Fajardo o Humberto de la Calle Lombana. Estos candidatos, debido a su largo trasegar por la política, no pueden esperar más. ¡Es ahora o nunca! Esta será su ultima oportunidad. Tienen el ejemplo de la perseverancia que tuvo Belisario Betacur, que se candidató tres veces, y la tercera fue la vencida. Igual suerte no tuvo Horacio Serpa Uribe.

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