El conflicto social para el cambio

El conflicto social para el cambio

Un breve repaso histórico para reflexionar sobre la actualidad

Por: Sebastián Acosta Zapata
junio 03, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
El conflicto social para el cambio
Eugène Delacroix

El conflicto social es una de las causas de la transformación social. Marx, Weber, Galtung, Wallerstein y hasta el estructural-funcionalista de Lewis Coser han comulgado en alguna medida con esa idea. Los impulsos del conflicto social son los que permiten acelerar los cambios en las sociedades. Cuando este conflicto no puede ser tramitado de forma no violenta, trasciende hacia la violencia, Galtung dirá que el conflicto se degrada en ese punto, mientras Marx plantea que “la violencia es la partera de la historia”.

Hay que tener en cuenta que el conflicto social es una relación entre dos o más grupos que están en disputa por recursos —materiales e inmateriales—, creencias y valores, y gira alrededor del poder, de esa capacidad de dominar al otro. Pero no solo es la voluntad de los grupos en cuestión, también deben haber unas condiciones sociales, históricas, culturales, económicas y políticas para que la tensión se dé. La capacidad de éxito del grupo que no detenta el poder debe ser real y posible, y el grupo poderoso mismo debe estar debilitado.

Me remito a los grandes cambios de los últimos 3 siglos con algunos hitos emblemáticos, todos producto de revoluciones y despliegues de violencias, de contextos difíciles para las mayorías movilizadas, de algún tipo de resistencia al cambio de quienes tenían privilegios de la situación previa a la revolución y contextos que garantizaban ciertas condiciones revolucionarias.

La revolución estadounidense que culmina en 1777 con la Declaración de Independencia de los padres fundadores de Estados Unidos es un punto crucial en la historia de occidente, no solo porque surge el país que iría a orientar los destinos del mundo como policía mundial los siguientes 3 siglos, sino porque también ocurrió en medio de un gran desgaste del imperio británico, “el imperio donde nunca se ocultaba el sol”. Ese desgaste producto de varias guerras sucesivas que durante los siglos XVII y XVIII socavaron a la corona inglesa.

La sociedad estadounidense estaba lo suficientemente madura política y económicamente para buscar mayor capacidad de mercado y autonomía política. Hubo resistencias de varios sectores a esos cambios y preferían negociar nuevos tratados con la corona antes que renunciar al imperio. Sin embargo, lo que surgió de esa insurrección fue el modelo de Estado republicano que garantizaba el imperio de la ley y los derechos de propiedad y comercio.

En la década siguiente se da el evento políticamente más relevante y que funda el hito del Estado moderno occidental. La revolución burguesa en Francia fechada en 1789 es un momento fundante para garantizar la igualdad ante la ley, la libertad económica y política y la fraternidad como nación. Ya el ente político-administrativo del Estado absolutista y monárquico no le pertenecía a nadie, sino a todos. Los Revolucionarios fueron por todos los miembros de la aristocracia y la monarquía. A María Antonieta y Luis XVI les cortaron la cabeza en la guillotina. Los reyes de Francia fueron decapitados. El descontento y odio por la monarquía no se dio de la noche a la mañana, fue un cóctel que se preparó muy despacio.

El pueblo francés estaba pasando hambre, no tenía trabajo, estaba frustrado e iracundo. Los comerciantes y burgueses estaban maniatados para producir más, y sofocados de impuestos que le garantizaban una vida de despilfarro, bacanales y orgías a la aristocracia. Y esta aristocracia ignoraba completamente lo que le estaba pasando, como vivían y lo que pensaba tanto el pueblo como los comerciantes y burgueses. La corona no quiso ceder ni negociar y respondió con represión. Encarceló y mató a muchos de los líderes, eso hizo que perdieran el respeto hacia ella, y el odio y la ira de la gente fue incontenible. Asaltaron La Bastilla más como acto simbólico que como estrategia de combate. El cambio fue violento y la estabilidad al país solo llegó décadas después. Sin embargo, hubo un gran precedente en los lineamientos hacia la configuración del Estado Moderno con una división clara de poderes y un respeto supremo a la ley. Hay una pintura muy famosa, “La Libertad guiando al pueblo”, colgada en un museo Europeo, y esos que no conocen la historia le toman foto y dicen que sin violencia.

Después de este suceso Francia entró en una inestabilidad pasmosa hasta que apareció un Líder, el Emperador Napoleón Bonaparte. Él desplegó unas fuerzas enormes en Europa y llevó la guerra para extender el imperio francés hasta donde más pudiera. A este episodio se le conoce como las Guerras Napoleónicas. Napoleón invadió España y capturó al rey Fernando VII en 1808. Las resistencias de la corona española huyeron de los invasores franceses y se establecieron en el sur de la península ibérica, formaron las Juntas de Cádiz para preservar el poder de la corona hasta cuando el rey Fernando VII volviera. La élite criolla de las Américas Hispánicas demandó tener voz y voto en esas juntas alegando que los virreinatos también eran parte de la corona y como tal debían tener representación.

La negación de las Juntas de Cádiz se sumó a una serie de descontentos producto de la discriminación, de los altos impuestos y las bajas condiciones de vida de la mayoría de pobladores de lo que hoy es la mayor parte de Latinoamérica. Muchos criollos tenían más influencia y poder económico que buena parte de los españoles nacidos en la Metrópoli, pero eran tratados mal, como gentes de tercera. En medio de esas coyunturas y del naciente descontento, figuras de la élite criolla educadas en Europa hicieron su aparición. El más relevante de todos fue Simón Bolívar, el libertador de 5 naciones. Hoy, héroe declarado por todos; en esos momentos, guerrillero y revoltoso que estaba dañando la paz de la corona y la unidad del reino.

Junto a él, Francisco de Paula Santander, Francisco de Miranda, José de San Martín, Bernardo O'higgins y muchos otros por medio de la revolución y de unas guerras declaradas con batallas cruentas y sangrientas fundaron entidades político administrativas con las recientes ideas de Estados Unidos y de Francia. Surgen las repúblicas latinoamericanas, siendo la primera en liberarse, Haití en 1803(aunque no fue de los españoles sino de los franceses, así como Brasil se liberó de los portugueses con procesos socio-históricos diferentes a los de las Américas Hispánicas), y la última nación en independizarse, Cuba en 1898. El ajuste y la maduración de estos Estados no ha sido fácil y hasta entrado el siglo XX hubo guerras fratricidas definiendo fronteras, distribuciones del poder y organización política doméstica, pero se logró, al menos formalmente, la igualdad de todos frente a la ley y el imperio de esta sobre todos.

En otra parte del mundo, en el país más grande del planeta, el hombre más poderoso y la familia que llevaba 300 años en el poder serían fusilados en el sótano de una casa en la tundra rusa. El zar Nicolás II, heredero de la dinastía Romanov, asume con 26 años las riendas del imperio ruso a finales del siglo XVIII. Todo su mandato estuvo envuelto de desaciertos y gruesos errores. Tuvo una guerra con Japón que perdió miserablemente. Le negaba unas condiciones mínimas al campesinado —mayoría— ruso y en sus poco más de 20 años de mandato tuvo varias hambrunas que ocasionaron miles de muertos. La migración del campo a la ciudad se hizo en condiciones deplorables y la gente que trabajaba en las fábricas lo hacía por sueldos de miseria.

Las manifestaciones y protestas que hubo fueron escalando y la única respuesta del zar fue reprimirlos con fuerza letal, desconociendo el pedido de más acceso a espacios de toma de decisiones. Había una desconexión total entre el cuadro dirigente aristócrata y las mayorías trabajadoras rurales y urbanas. Nicolás II decide entrar a la Gran Guerra (la que luego se conocería como la Primera Guerra Mundial), pero rápidamente el pueblo transformó su malestar en odio. No podían entender cómo iban a morir por “la Gran Madre Rusia” cuando ésta los estaba dejando morir y los despreciaba. Los trabajadores en las fábricas se fueron a huelga, los campesinos en los campos no produjeron más y los soldados en los frentes de batalla desertaban por miles.

La revolución fue incontenible. La familia real: Nicolás II, su esposa, sus cuatro hijas y su hijo, fueron puesto en custodia primero, hasta que se definiera la facción de gobierno. Luego, cuando los Bolcheviques (el grupo más radical y más comunista que estaba en el gran movimiento revolucionario) llegan al poder, los llevan a una casa en la tundra rusa. No obstante, hay todavía unas fuerzas leales a la realeza, “El Ejército Blanco”, que entra en combate con los Bolcheviques e impulsada por varias coronas europeas intentan restablecer la autocracia en Rusia. Esta fuerza antirrevolucionaria fracasa, y los bolcheviques fusilan a toda la familia y fundan un nuevo sistema político, económico y cultural.

Décadas después, luego de la Segunda Guerra Mundial, los pocos países que continuaban teniendo colonias en África estaban debilitados por la guerra y por el cambio que se había dado en buena parte del mundo. Surge un movimiento Panafricanista que buscaba la independencia de todas las naciones que habían estado sometidas y oprimidas por los europeos durante siglos. Las guerras de independencia y liberación estallan, los europeos no pueden hacer mucho aunque no se retiran de África ni rápida ni pacíficamente. Se dio un efecto dominó para liberarse de los ingleses, franceses, portugueses, holandeses y belgas.

Las naciones que primero se independizaron ayudaron con combatientes, armas, estrategias y lineamientos políticos a las que estaban en proceso de liberación. Las décadas de los 60 y 70 del siglo XX vieron el florecimiento del panafricanismo, ya que el nacimiento había sido décadas atrás. Los diversos pueblos africanos habían sido sometidos a condiciones de esclavitud humana, desarraigo cultural y explotación de recursos naturales durante siglos. La independencia les garantizó algo de autonomía política y el control de sus propios recursos, sin embargo no hubo indemnizaciones ni reparaciones, aunque fueran simbólicas, por parte de los imperios invasores.

En esos mismos años, en Asia se estaba gestando el movimiento de transformación político-cultural más grande de oriente, la revolución cultural de Mao Zedong entre 1966 y 1977 en China. Sin embargo, años antes, en 1949 el Partido Comunista se había hecho al poder y había refundado al gigante asiático en la República Popular China en 1954. Estrategias como “Campañas para suprimir contrarrevolucionarios” (que llevó al paredón a casi un millón de aristócratas y herederos de las dinastías chinas), “El Movimiento Antiderechista”, “El Gran Salto Adelante” y la misma “Revolución Cultural” transformaron radicalmente a China. Este país pasó de ser un conjunto fragmentado de territorios rurales a imponerse en el plano geopolítico mundial en el siglo XXI. Estos cambios sociales ocasionaron miles de muertos, ya sea por hambre o por persecución, porque las conflictividades y transformaciones siempre encontrarán oposición, y/o no siempre ocurrirán como se proyectan.

Luego, hay 3 revoluciones que tienen el común denominador de desprenderse de dictadores impuestos y amigos de un poder hegemónico extranjero. Cuba en 1959, Nicaragua en 1979 e Irán en 1979, son ejemplos de grandes transformaciones socio-políticas y culturales respecto al régimen predecesor apoyado por Estados Unidos. Con evidentes diferencias, sobre todo entre las centroamericanas y la del medio oriente, en cada proceso revolucionario hubo un pueblo frustrado, enardecido, iracundo y que se sentía humillado por el dictador y por Estados Unidos.

En el marco de la Guerra Fría, existían condiciones internacionales para buscar apoyo en una potencia que pudiera respaldar una eventual victoria, aunque el apoyo durante la revolución no fue muy decisivo, lo fue después. En Cuba estaban disgustados hasta el hastío de la corrupción y opresión de Fulgencio Batista y sus allegados, de que la isla fuera la casa de cabaret de los Estados Unidos y que el empleo fuera precario con salarios de hambre. Si bien los combates fueron fuertes y la lucha armada se prolongó por unos años, buena parte de la población cubana recibió con entusiasmo a Fidel Castro, a Ernesto “Che” Guevara, a Camilo Cienfuegos, a Raúl Castro y a todos los demás guerrilleros del Movimiento 26 de julio.

20 años después, en la misma región, en Nicaragua, se concretó una gesta revolucionaria de varios años. El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) había logrado derrotar la dictadura de los Somoza, un padre y sus dos hijos que habían mandado en este país durante 43 años. La opresión, la represión, la violación de derechos, la persecución, la corrupción auspiciada por Estados Unidos generó el desgaste de una población que siempre había estado subyugada al poderoso país del norte.

Sin perspectiva de cambios ni un futuro mejor, el FSLN recibió apoyo de la población y de Cuba, derrotaron a Anastasio Somoza Debayle y se hicieron al poder. E igual que trataron de hacer con Cuba, Estados Unidos buscó desestabilizar a Nicaragua, creando y financiando los “Contra”. Grupos de extrema derecha conformados por antiguos cuadros de las fuerzas de Somoza, desembocando una de las guerras civiles más violentas de Centro América. En 1989 se concreta un pacto de paz. Luego hay elecciones y el FSLN pierde el poder en esa ocasión para recuperarlo después en la persona de Daniel Ortega.

Ese mismo año, en otras latitudes, Irán se sacudía de la dominación de occidente. El sah Mohammad Reza Pahlevi, de la dinastía Pahlevi, bajo directrices de Estados Unidos y Reino Unido, había profundizado un proceso de occidentalización que procuró desarticular la influencia persa y musulmana sobre la sociedad iraní. Acuerdos comerciales desventajosos para Irán en cuanto a materias primas, posición geoestratégica como aliado —más satélite que aliado— en medio oriente y una represión brutal y criminal contra el pueblo iraní, hizo que este se radicalizara y polarizara buscando en sus raíces culturales más profunda, en el legado persa y en el Islam una alternativa ante lo que consideraban una humillación prolongada. El líder religioso Ayatolá Jomeini, primero desde el exilio y luego en Irán, fue el faro religioso que guió la revolución expulsando a occidente y generando reformas teocráticas centradas en el Corán. Después de concretarse la revolución, con muchos muertos a bordo, hubo acercamientos entre Irán y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Estas transformaciones producto del conflicto social y subsecuente violencia manifestada en guerras o revoluciones no son cosa de los siglos anteriores. En el Magreb, en el Mundo Árabe, entre el 2010 y el 2012 hubo un estallido popular que se esparció como pólvora en el Norte de África y medio oriente. Túnez, Argelia, Mauritania, Sáhara Occidental, Arabia Saudí, Omán, Yemen, Libia, Líbano, Kuwait, Sudán, Jordania, Siria, Egipto, Irak, Irán, Marruecos y Palestina tuvieron revueltas populares que terminaron en derrocamiento de gobiernos dictatoriales y autoritarios (una o varias veces), guerras civiles y grandes protestas.

La mayoría tenían como común denominador la fatiga hacia gobiernos que llevaban décadas, las represiones y las excesivas maniobras coercitivas, la inmovilidad social y económica, los altos impuestos, la corrupción y también el trabajo precarizado. Cuadros dirigentes que había roto cualquier tipo de vínculo con el pueblo que mandaban así en otrora hubieran sido amados líderes con altos índices de popularidad. Aún hoy la región no se recupera, Siria continúa con una guerra atroz que ha dejado más de siete millones de desplazados y casi medio millón de muertos. Este estallido conflictivo que desembocó en violencia generó transformaciones en la forma de llevar a cabo la política en esta región del mundo, casi siempre desestabilizada por occidente.

Esta ligera y superficial exposición de casos de transformaciones producto del conflicto social que desemboca en violencias, sean guerras o revoluciones, es para que se pueda ampliar el panorama y analizar las circunstancias de 2019 y 2020. Hay unas élites, los que mandan, los que nos gobiernan en lo político, en lo económico, en lo cultural y mediático que han roto, si es que alguna vez lo suscribieron, el pacto social. Ellos, los que algunos llaman en 1%: los directivos de grandes compañías, los ejecutivos de enormes bancos y farmacéuticas, los magnates de la construcción, los presidentes de naciones, los dueños y creadores de las empresas tecnológicas, los referentes de la cultura popular (cantantes, actores y actrices, productores, directores de cine, presentadores de noticias), los miembros de las realezas que aún existen; saben que están por encima del contrato social que nos debería obligar a todos. Pueden actuar impunemente, sus actuaciones realmente no tienen límites, no hay nadie que los pueda controlar. Y no estoy hablando de las teorías conspiranoicas con control mundial, ni de los iluminati, ni reptilianos y ninguna de esas fantasías.

Hay dos mundos: el de ellos, la élite mundial y globalizada, que exagerando se dice que es el 1% de la población planetaria, sospecho que puede llegar hasta el 3% de todos los habitantes del planeta; y el de nosotros, el del resto, el que suscribimos el contrato social.

A diferencia de los casos expuestos, hoy tenemos elecciones. Elecciones en las que decidimos qué cara va a mandar políticamente. Elecciones en las que decidimos qué fachada de banco va a tener nuestro dinero. Elecciones en las que decidimos a cuál empresa tecnológica le vamos a regalar nuestros datos. Elecciones en las que decidimos qué empresa de fármacos va a suministrarnos medicamentos. Elecciones en las que decidimos qué marca de productos usaremos. Y elecciones en las que decidimos qué medio de comunicación nos va a informar. Todas ellas son elecciones cosméticas y superficiales. Nos crean la ilusión de libertad y autonomía. Las caras de los políticos, los bancos, las empresas tecnológicas, las farmacéuticas, las marcas de los productos y los medios de comunicación están en el mismo lugar, en el mismo plano. El éxito del proceso de dominación se concreta cuando el dominado no es consciente de su propia dominación, ni siquiera sabe de la existencia de un dominador.

Las ilusiones de la democracia liberal y del libre mercado no permiten la exacerbación de la ira, la frustración por el desengaño de los sueños con trabajos precarios y sueldos de hambre. El ejercicio del poder de esas figuras que “elegimos” es violento, represivo y mina las posibilidades de realización. Gobiernos corruptos en consonancia con todos los bancos y empresas, y encubiertos por los grandes medios de comunicación, buscan en la población el cansancio, la depresión y la frustración dócil; saben que la ira, el odio, la acción, las vías de hecho y la violencia desde abajo puede hacer tambalear su sistema de privilegios.

Sin embargo, las condiciones de transformación social que controlen los excesivos abusos del poder no están dadas. No hay un personaje al cual atacar, no hay un rey, un zar, un sah, un dictador. El ejercicio del poder está concentrado pero despersonalizado; y los periodos de una cara que manda políticamente —son los más visibles, por ende los que más se desgastan— son muy cortos para encausar la ira, el odio y la frustración hacia ese único sujeto. De todas formas persiste la ilusión que el próximo que vendrá será mejor.

Buena parte de las poblaciones nacionales —no se les puede decir sociedad civil— se sienten orgullosas de su desconocimiento de las estructura de poder y dominación, y se vuelven replicadoras de las disposiciones de los poderosos, deslegitimando y rechazando las protestas, las manifestaciones, las vías de hecho y desconociendo el conflicto, tal como lo hacen los que están en la cima del poder.

Deberá haber un descontento generalizado. Trabajos precarios generalizados. Hambre generalizada. Ira y frustración generalizada para apuntar hacía quiénes han expoliado a las grandes mayorías por medio de un contrato social que las somete a ellas, pero no a esa ínfima minoría. Debe haber conciencia de quiénes son y cómo operan, sin suposiciones conspiranoicas, sino con certezas disciplinadas. Debe haber conciencia que no hay nada más que perder y sí un todo por ganar. Y debe haber conciencia que los sueños rotos no deben ser motivo de depresiones y frustraciones dóciles, sino de acción colectiva, conjunta, iracunda y odiosa hacia quiénes han ganado más de lo que merecían.

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