El chikunguña solo les da a los pobres y a los brutos
Opinión

El chikunguña solo les da a los pobres y a los brutos

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enero 08, 2015
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Mientras Colombia calmaba su sed perenne de alcohol en las alegres semanas decembrinas, Cúcuta entera lloraba a sus muertos imaginarios. En cada tienda, en cada bus, en las charlas de los taxistas, entre los revendedores de gasolina y los cambiadores de bolívares, la conversación era la misma: hablar del hijo del marido del sobrino del vecino que murió a causa “de la plaga esa que nos está azotando por no tenerle miedo a Dios”.

Si Radio Bemba tuviera razón, la cifra de muertos que habría dejado el  chikunguña en la frontera sería solo comparable a las que dejaba las plagas del medioevo. Cualquier señor de 90 años al que lo sorprendiera, en su lecho de muerte, un estornudo, de una vez engrosaba la numerosa  e improbable lista de los que sucumbían ante esta temida y sobre todo desconocida enfermedad.

Porque en plena fiebre decembrina todo aquel que tuviera un refriado, un dengue o una simple gripa, se bautizaba como un chinkungungeño más. La culpa, por supuesto, recae en la ya probada ineptitud del alcalde de la ciudad quien, ajeno a lo que sucede en Cúcuta, no informó ni previno a la comunidad sobre las características que podía tener el virus.

Desde julio ya se prendían las alarmas: la enfermedad vendría desde Venezuela y se transmitía a través de los mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictus, tan comunes en el sofocante calor de Cúcuta, que producía, en quien lo padeciera, dolores intolerables en las articulaciones, la fiebre aguda del escorbuto y una depresión profunda que invitaba, hasta al más optimista, a tirarse desde un balcón.

Todos sabían pero nadie actuó. Por ahí a principios de diciembre el alcalde se puso un casco (es increíble que existan cascos tan grandes) llamó al único periódico de la ciudad y se tomó una foto frente a una camioneta vieja que tenía en el platón un artefacto de hierro bastante parecido al que usaban Los cazafantasmas y que botaba el humo blanco que acaba con cualquier plaga. La ridícula campaña no sirvió para nada y los infectados y sobre todo el terror y la desinformación, se multiplicaron por todo el valle.

Los empleados, aprovechando diciembre y el desorden, no fueron a trabajar. Los aprendices de médico hicieron su agosto vendiendo excusas falsas. Las señoras les prohibían a sus alebrestados maridos la ingestión de cualquier tipo de licor, ya que el fragor popular decía que una vez tenías la enfermedad en el cuerpo nunca más en tu vida volverías a probar el explosivo sabor del alcohol. Mientras tanto ninguna autoridad salía a aclarar la situación y Cúcuta se sumergía en la especulación.

Los medios nacionales guardaban silencio. Hasta hace unos días, para el rolo promedio, el chinkunguña era una palabra desconocida. Los pocos que la conocían la asociaban con una pintoresca y letal enfermedad africana que solo le daba a los brutos y sobre todo a los costeños pobres. Entonces Salud Hernández trajo al altiplano el virus desde la Guajira y aún con el dolor galopándole por el cuerpo escribió una columna y el país se enteró. Ahora, a falta de noticias, los periódicos hacen eco de esta letal enfermedad y desde ya están confundiendo a la gente, pregonando el apocalipsis chinkungungeño. El horror durará hasta que el 2015 empiece por fin y vuelva a traer noticias verdaderas, reales.

El virus existe, por supuesto, y pobre de aquel que lo sufra. La recuperación en muchos casos dura semanas y si alguien tiene algún padecimiento hepático le aconsejamos no beber alcohol en dos meses. Pero está lejos de ser la plaga que muchos pregonan. Los bogotanos deben estar tranquilos, las ciudades que están por encima de los 1.500 metros sobre el nivel del mar están a salvo.

Mientras tanto Cúcuta y la Costa Atlántica sufrirán no solo la peste sino el terror que genera la desinformación. El peligro real que puede tener el virus es el afán de la gente por automedicarse. Los intoxicados se cuentan por miles.  Las autoridades, como suele suceder en estas latitudes, no harán nada para desmentir los rumores.

Es lógico que esto sea así ya que es más fácil manejar una población enferma y confundida, que una sana e informada.

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