El Cerrejón y la tragedia en La Guajira

El Cerrejón y la tragedia en La Guajira

La vena abierta en el corregimiento Media Luna a causa de la minería

Por: Angel Roys Mejia
junio 01, 2015
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El Cerrejón y la tragedia en La Guajira
Foto: tomada de notiwayuu.blogspot.com

“Sentado con las autoridades indígenas de Media Luna les contamos cuáles son los beneficios que van a obtener como la primera zona libre de pobreza en La Guajira. Estamos comprometidos en asegurar el crecimiento social y económico de los pobladores de esa región”, dijo Roberto Junguito, presidente del Cerrejón, en rueda de prensa luego de su intervención en el IV Encuentro del sector social del Caribe Colombiano en Riohacha, el 16 de agosto de 2012.

Aprovechando que en Arrutkajui , comunidad indígena wayuu que es como una mortadela entre dos panes, ubicada en medio del parque eólico Jepirachi y Puerto Bolívar, tengo un ahijado, hijo de Angélica Epieyú que a su vez es la hija mayor de Guayuchon Epieyu, la autoridad tradicional que rige para las 25 casas que persisten eno la pobreza, decidí visitarla en ese entonces, con el ánimo de conocer en confianza la otra verdad de la responsabilidad social empresarial.

Habían llegado rumores por todas partes de un alzamiento y un bloqueo de la vía férrea a la altura del cruce de Media Luna en la vía que conduce al Cabo de la Vela pasando por el Parque eólico. Al llegar al sector aún se observaban los residuos del hollín de las llantas quemadas y una valla inmensa de más carbón para el mundo, cambiada por un grafiti en negro que rezaba “Carbón para el mundo, miseria y contaminación en Media Luna”.

Media Luna es un corregimiento del municipio de Uribia, distante unas dos horas de la capital indígena en una vía no asfaltada que corre paralela a la vía férrea. Está integrada por 13 comunidades que promedian los 1200 habitantes. En ellas se percibe y respira la mayor desigualdad de la minería extractiva. Al preguntarle a mi comadre cómo estaba haciendo para sobrevivir, su respuesta es casi un milagro de la vida: ella y sus cinco hijos viven solos después del abandono de su marido y se sostienen con las artesanías que elabora y vende a los turistas que en su paso para el Cabo de la Vela llegan al parador construido por EPM para la atención a visitantes en la puerta de entrada al Parque Eolico Jepirachi. “Vendemos en el parque eólico porque con el cerrejón no tenemos confianza”, me afirmó con resolución y desencanto.

Angélica, dueña ancestral del territorio a través del cual parten 32 millones de toneladas anuales de carbón, se siente como en una especie de gueto cuando su hijo de 10 años tiene que caminar 2 kilómetros para llegar a la escuela de Kamushiwou -la misma que le ha dado la vuelta al mundo en la pauta de propaganda como ejemplo de cumplimiento y compensación de la riqueza generada por la minería- y cuando sus ojos se posan en los grandes barcos parqueados esperando turno para cargar, sus oídos acostumbrados al paso de la locomotora día y noche, al golpe de las aspas de los aerogeneradores gozando del viento en el día a día de la explotación, cabe la pregunta: ¿tanta riqueza para quien o para qué?

30 años después de la explotación casi que ininterrumpida del carbón de los wayuu y de La Guajira, las comunidades de Arrutkajui, Kasiwolin y todas las de Media Luna no tienen energía eléctrica, algunos comparten el consumo de agua de los jagueyes con los animales, siguen ellos junto a sus chivos, perdiendo la vida atropellados por el tren, los niños con retenes hechos en tela se atraviesan en la carretera para cobrar “peaje”. Esto último es casi un impuesto por tránsito, que lo pagamos todos con gusto, pero el Cerrejón se resiste a hacerlo.

Al preguntarle a mi comadre sobre la protesta promovida en ese momento, terminó por concluir el resultado más degradante del impacto de la gestión social de la empresa minera: la honda fractura en las relaciones de pueblos hermanados por el territorio y divididos hoy por el concepto “arijuna” (no wayuu) de área de influencia directa, que circunscribe beneficios a las comunidades inmediatas de las mallas norte y sur de Puerto Bolívar y excluye a comunidades como la de Angélica, ubicadas a dos kilómetros del complejo carbonífero. Sus impresiones responden a la lógica que la gente de Media Luna extranjeriza a sus vecinos por considerarlos intrusos en las negociaciones con los “funcionarios” de la multinacional, actores diligentes de los resultados para la propaganda.

Mientras tanto, persisten los propósito de desviar ríos y arroyos, una nueva autopista para el tren en territorio guajiro que ya no se sabe si es de los wayuu, el ensanchamiento del puerto y las migajas que seguirán perpetuando las mineras chupando la vena abierta de La Guajira.

*Angel Roys Mejia – Periodista e investigador social

@Riohachaposible

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