El Centro Nacional de Memoria Histórica, otro oso de Duque

El Centro Nacional de Memoria Histórica, otro oso de Duque

"La historia le está diciendo a los intelectuales uribistas lo que son, quieren cambiar la historia porque no la soportan y les dice lo que no quieren escuchar"

Por: Campo Elías Galindo Alvarez
febrero 05, 2020
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El Centro Nacional de Memoria Histórica, otro oso de Duque

El uribismo tiene una pepa dura, infumable y hasta agresiva, constituida por una masa numerosa y semianalfabeta que no tuvo oportunidades de acceso al sistema educativo o solo lo alcanzó por pocos años. Esa multitud se ha venido sedimentando en la última década debido a los avances tecnológicos y al mayor cubrimiento escolar en los primeros niveles de la pirámide educativa. Allí encuentran su más alta receptividad las propuestas continuistas y autoritarias del expresidente y su entorno; es allá donde se incuban los miedos a los fantasmas con que esa fuerza política se alimenta electoralmente.

Pero no todo el uribismo es semianalfabeto. Hay también un núcleo bien informado, consciente, que ante todo está integrado por grupos de intereses de diversa índole que pueden ser económicos, partidistas, familiares, profesionales, criminales o combinaciones complejas entre los anteriores.

Entre los uribistas informados se destaca una élite intelectual en la que ha escampado un importante número de antiguos militantes de la izquierda “dura”, marxista y no marxista, que otrora llamó a las armas contra el Estado oligárquico. Esos emigrados son los más locuaces. Permanentemente son enfocados por los medios de comunicación del establecimiento y reciben lisonjas cada vez que se mueve la baraja burocrática. Han sido ministros, directores de entes descentralizados, asesores y otros cargos donde fungen como vitrina del régimen.

Esa élite “científica” ha cumplido y está cumpliendo un papel de primer orden dentro del proyecto ideológico de la extrema derecha en Colombia. El gobierno de Duque ha articulado una cruzada negacionista de la historia reciente de Colombia, que caza de maravillas con las alucinaciones presidenciales en materia de política internacional y política de paz. Mientras aquellos dicen que, en lugar de conflicto armado, en Colombia hubo una “amenaza terrorista”, el subpresidente le tiende tapete rojo al autoproclamado del país vecino que solo puede ingresar por las trochas.

El uribismo de la era Duque se propuso no solo devolver el país a la seguridad “democrática”, sino también sentar las bases de una revisión profunda de la historia nacional, prevalido de un equipo de conversos que han puesto sus vivencias, sus memorias y sus conocimientos al servicio del proyecto neofascista que combatieron con ardor cuando este no les ofrecía nada. La cooptación uribista de esos intelectuales ha dado como resultado un relato “histórico” según el cual los opositores, los contradictores y las izquierdas son los culpables de la violencia y su eliminación estaría justificada; para sustentarlo han echado mano de muletillas prestadas como la de la “amenaza terrorista” o de su propia cosecha, como la del “castrochavismo”. En esa misma línea, tampoco existe sistematicidad en los miles de asesinatos de líderes sociales y reincorporados de la insurgencia; los “falsos positivos” solo ocurren debido a “manzanas podridas” y, en lugar de desplazados, lo que hay son “migrantes internos”.

Pero la jugada maestra del negacionismo uribista fue el nombramiento que hizo Duque del historiador Darío Acevedo como director del Centro Nacional de Memoria Histórica, que acaba de ser suspendido de la Red de Sitios de Memoria Latinoamericanos y Caribeños –RESLAC– porque su director no respondió requerimientos que recibió sobre la existencia del conflicto armado en Colombia. Es claro para cualquier persona sensata que una institución negacionista de ese conflicto carece de toda autoridad moral para promover la memoria histórica y jugar a favor de las víctimas del mismo. El país bien sabe que Acevedo fue puesto en ese cargo para hacerle un mandado al Centro Democrático: hacer trizas la memoria del conflicto armado y revictimizar así a millones de colombianos que lo sufrieron.

La historia es el espejo en el cual se miran los pueblos. Ese espejo le está diciendo a los intelectuales uribistas lo que en realidad son, pero lejos de aceptarlo salen huyendo y han optado por negar lo que el espejo les muestra. Quieren cambiar la historia porque no la soportan, porque les dice lo que no quieren escuchar. Trastocar a los victimarios en víctimas y viceversa, es la obra que esa intelectualidad está aportando al acervo cognitivo de un país movido por odios y por miedos. Cada quién hace parte de ese proyecto y Duque ha querido involucrar en esa causa al Centro Nacional de Memoria Histórica, ante la mirada de indignación de instituciones nacionales e internacionales que se ocupan de los temas de memoria, víctimas y restauración de derechos.

Apuntalado en sus intelectuales y funcionarios, el gobierno de Duque se vuelve ahora tema de opinión nacional e internacional por sus salidas en falso y sus alucinaciones. Ya escucharemos y leeremos a sus portavoces hablando de una “conspiración internacional” con derivaciones nacionales contra el CNMH o su director; Petro o Maduro no faltarán en la nueva novela.

Los “osos” del presidente trascendieron hace tiempo las fronteras nacionales; una colección de simios está dejando en los escenarios internacionales que visita; el fiasco del CNMH es simplemente uno más, para quienes dudaban aún de su determinación contra los acuerdos de paz, contra la memoria histórica y contra las víctimas. Por fortuna su consigna de devolver el país al “uribato” tiene hoy al frente otro proyecto de sociedad, joven y moderno, que ya le está ganando las calles.

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