El campo en crisis: una realidad amargamente normalizada

El campo en crisis: una realidad amargamente normalizada

Ser del campo implica crecer en medio de la abundancia de productos, pero también en medio de una escasez de oportunidades. ¿Cómo fortalecer al campesinado?

Por: Miguel Ángel Mora Gualdrón
agosto 20, 2021
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El campo en crisis: una realidad amargamente normalizada
Foto: Pixabay

Entre carreteras destapadas y cultivos de expectativa, yace la muerte de un campesinado que gota tras gota ve morir a los últimos de su especie. A hoy, ser campesino en Colombia es visto como una ocupación exótica e infravalorada. Además, de ya haber normalizado las problemáticas de este, las mismas desde hace cuatro o cinco décadas, no ha sido posible dar solución alguna.

Por esto, no han hecho más que agudizarse, pareciera que con la intención de extirpar de la estirpe colombiana una parte de su historia. Porque si vamos a ver, de cada diez colombianos, cerca de ocho son descendientes de familia campesina, o por lo menos han tenido contacto alguno con el campo, lo cual nos indica que las problemáticas de este también son nuestras y que estas repercuten en la cotidianidad de las urbes.

Históricamente, el Estado ha venido acrecentando una deuda con el campo. La falta de voluntad política por parte de los gobiernos locales y nacionales ha hecho que la brecha social crezca de manera desorbitada debido a la falta de políticas públicas que fomenten y promocionen la actividad agraria en el país.

Sumado a esto, el campesinado ha sido víctima de un conflicto armado que parece no tener fin. El fuego cruzado entre bandos contrarios lo ha obligado migrar a la ciudad, dejando todo por nada, cambiando el aire limpio por uno cargado de humo y buscando por entre las alcantarillas las escasas oportunidades, como roedores que se esconden del mundo.

Ser del campo implica crecer en medio de la abundancia de productos, pero también en medio de una escasez de oportunidades en materia de educación, producción agropecuaria, acceso a la información y servicios básicos que hoy son indispensables en nuestra cotidianidad, pero con los cuales no se cuenta en las zonas rurales. El desconocimiento de los territorios por parte de los gobiernos locales atiza la llama de la crisis de un campo que arde ante los ojos expectantes de una sociedad que ya ha normalizado la brecha de desigualdad social entre el mundo rural y el urbano.

En el campo no se vive de las migajas del Estado, porque hasta la tierra más infructífera generaría mejores condiciones de vida que aquellas que las autoridades territoriales desconocen o pretenden ocultar y que silenciosamente el campesinado tiene que aguantar, al igual que los intereses y los créditos que lo tienen al borde del embargo y con las cosechas podridas.

Yo sé que muchos a esta altura se estarán preguntando qué hay por hacer ante esta realidad desalentadora. Lo primero que sugiero es una tarea de reconocimiento y reivindicación de la actividad agraria, para generar así el posicionamiento como actividad fundamental dentro de esta sociedad y forjar, de igual manera, una conciencia colectiva de la importancia de la labor campesina que conlleve a fortalecer los  distintos procesos que actualmente se adelantan en los territorios.

Estos procesos son: proyectos de educación propia, popular o comunitaria, así como los ejercicios de memoria y de reconocimiento territorial, y que a su vez desemboquen en políticas públicas fecundadas desde el reconocimiento del problema, garantizando la efectividad de la solución.

Y aunque suene utópico, no se descarta la posibilidad de tecnificar el campo, abriendo las posibilidades de aprovechar la fertilidad de esta tierra colombiana y posicionando al país como una potencia agraria.

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