El arte de la insubordinación

El arte de la insubordinación

En un país donde el pueblo ha sido violentado por la Polícia, no es raro pensar que un acto como el del patrullero Zúñiga es de carácter extraño

Por: Eddie Vélez Benjumea
junio 12, 2020
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
El arte de la insubordinación

Una mañana de tantas en esta semana de pseudocuarentena abrí los ojos, estando aún en mi cama que me vigila somnolientamente todas las noches, para ver las buenas nuevas que los noticieros tenían especialmente para mí en el feed.

Scrolleé la primera página de resultados para ver qué traían de nuevo las multitudes de informaciones sobre el coronavirus. "¿Dónde están los otros hechos importantes de Colombia?, me pregunté. Luego, me dije: "Ahora solo hay noticias sobre la pandemia" (deberían llamar a los creativos a ver si posicionan en los primeros resultados de Google otras cosas y dejan de salir solo noticias sobre la COVID-19).

¿Un policía sobreponiendo los derechos del pueblo sobre órdenes mayores? ¡Qué insólito!

Haciendo un esfuerzo sobrenatural, tanto como aquel pelo de biblia para el menjurje anti-COVID-19 que hace unas semanas causó tanto revuelo, pude ver por allá abajo una noticia que llamó mi atención. Me quité las lagañas duras y secas, me senté sobre el lánguido regazo de mi cama, rasqué mis ojos y leí una noticia sobre un policía que había desacatado una orden de desalojo por allá en el corregimiento de Pance, zona rural de Cali.

Pensé: este sujeto debió haber estado un poco fuera de sus cabales, ¿un policía sobreponiendo los derechos del pueblo sobre órdenes mayores? ¡Qué insólito! Lo debió haber picado el bicho de la paz, no me refiero a que lo haya mordido JuanMa, el abuelo presidencial. En fin, sta noticia me impactó, a tal modo, que dejé de lado mis preocupaciones trasnochadas sobre la multiplicación mundial de zánganos pensantes y entré en un shock instantáneo que me alertaba sobre mis sentimientos hacia esta institución de orden público.

No me quise quedar solo con lo dicho por los medios de comunicación y más bien le pregunté a un viejo amigo, de pensamientos contrarios a los míos, qué pensaba acerca de la situación. “El policía debía cumplir su deber, por eso está en esa institución”, sentenció. Después, entramos en un debate ético sobre lo que debía o no hacer un policía en este tipo de casos. Que si cuando se entraba a ella se hacía un juramento para salvaguardar la vida y protección del pueblo o que si como veedores de los deberes ciudadanos debían hacer prevalecer el interés público sobre el privado. Discutimos, tratando de darle sentido al sinsentido, sobre la moral, pero qué es la moral sino "una fuerza terrible y engañadora que ha corrompido a la humanidad entera"? Tal y como lo expresó alguna vez Nietzsche.

Ignorancia atrevida

En un país donde el pueblo ha sido tantas veces violentado por la misma institución implicada en este caso no es raro pensar que un acto como estos es de carácter extraño. ¡Quién lo diría! Policías protegiendo al pueblo, así de raro suena, tan raro como las gentes que creen que el COVID-19 está siendo diseminado por cuenta de antenas 5G y otras, que el mismísimo Bill Gates quiere robar el líquido de nuestras rodillas con la excusa de una vacuna para la pandemia.

Tan extraño es que la propia institución debe estar anonadada por el hecho y aún no espabila. Ante esto se prende mi lado reportero: ¿Qué será del futuro de este insubordinado? ¿Lo destituirán de su cargo policivo? ¿Acaso lo trasladarán a un municipio extramuro de Colombia por castigo? ¿Lo condecorarán como quiere el Congreso de la República? ¿Recibirá una medalla de honor por el mismísimo Iván Duque? ¿O quizá se irá al olvido como mucho de lo bueno que pasa en este país?

Lo que sí creo es que este sirve como caso ejemplarizante para esta institución que se ha encargado, en tantas ocasiones, de pisotear a quienes les damos de comer, y que sale cada cuanto a pedir disculpas en la televisión y a exonerarse de cada mal acto, tratando de hacerlos ver como hechos individuales, como si ello no representara a la totalidad de su fuerza. Claro está, esperemos el advenimiento de sus más acérrimos defensores ante esta columna, cuan fanáticos religiosos, protestando por la protección de la institucionalidad pública y el statu quo, y pidiendo la cabeza de Ángel de Jesús Zúñiga Valencia, valiente divergente de esta crisis reputacional (y no hablo del COVID-19) y ejemplo digno del Estado social de derecho.

A veces me pregunto, ¿será que en este sistema neoliberal los policías que agarran por el cuello a ancianos que venden dulces o esos que matan de bolillazos en la cabeza a afrodescendientes en el norte del Cauca se ganarán si quiera $2.000.000, como los meseros de Jaime Alberto Cabal, presidente de Fenalco,o como los panaderos de Iván Duque? Pensaría que tal vez incurren en estos actos, no por falta de educación (evidentemente se nota que la mayoría no tuvo una de calidad) sino porque están insatisfechos con sus salarios.

Solo queda decir (aunque mantengo una postura política nadahista), como muchos de mis amigos mamertos: “¡señor policía, desmovilícese!”.

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