El arte de despedir a los muertos: ritos y costumbres de los velorios campesinos

El arte de despedir a los muertos: ritos y costumbres de los velorios campesinos

En los velorios tradicionales, los difuntos eran expuestos con rituales específicos. La comunidad acompañaba al muerto con rezos, comida y ceremonias

Por: Pedro Elías Martínez
marzo 12, 2025
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El arte de despedir a los muertos: ritos y costumbres de los velorios campesinos

Según la costumbre de nuestros pueblos, en la sala de la casa exponían al difunto en el cajón abierto, el cuerpo tapado con una sábana, entre cuatro candelabros, con el rostro al natural, porque no había maquilladores fúnebres. Si fallecía con la boca abierta, le amarraban la quijada con un pañuelo. Si quedaba con un ojo abierto, vendría pronto a llevarse un pariente. Vestían al cadáver con su mejor traje, pero sin calzado para que no se levantara a penar. Si a las señoras les ponían mortaja de ruedo largo, se rezagaban de las demás ánimas benditas cuando salían a penar en los recorridos nocturnos.

Al muerto le juntaban las manos sobre el pecho, anudadas con una camándula o sosteniendo una cruz. Los asistentes hacían fila para ver cómo había quedado. Dolientes y amigos se sentaban en torno al cadáver para encomendar el alma del extinto, dirigidos por un rezador de voz potente. En los descansos ensalzaban las virtudes del finado, porque «no hay muerto malo».

La viuda recibía las condolencias y abrazos de los visitantes y las tarjetas de sentido pésame o sufragios, debía vestir de negro y guardar luto por un año. En los sufragios costosos, el finado quedaba inscrito a cierta cantidad de misas para sacarlo del purgatorio.

Si alguien bostezaba en el velorio contagiaba a los demás. Entonces los deudos repartían rondas alternadas de tinto, chocolate con pan, aguardiente y tabacos entre los bostezadores.

Por la distancia de las casas entre sí, los velorios campesinos duraban toda la noche y había cena al comienzo de la madrugada. Los niños se dormían en el canto de padres o abuelos y estos los despertaban de un codazo a la hora del reparto. Al velorio solo llevaban niños con uso de razón, pues a las señoras embarazadas y los bebés los podía tocar el difunto y les daba yelo de muerto.

Al velorio y al entierro los asistentes llevaban coronas o ramos de flores, hechos por ellos mismos. En las nueve noches siguientes al sepelio se rezaba el novenario; la última noche el rezo era más largo y terminaba con una comilona. Durante el novenario ponían una mesa central con un vaso de agua y una flor sumergida en el vaso, donde el alma del finado venía a beber.

Los deudos escogían el entierro de tercera, segunda o primera, con uno, dos o tres sacerdotes. En el entierro de primera, los celebrantes conducían al difunto de la casa o de la entrada del pueblo a una ceremonia en el templo (no había misa), con redoble de campanas y luego encabezaban el cortejo al cementerio para bendecir la tumba antes del enterramiento. Si el muerto era un niño, los papás le ponían una corona de papel dorado en la frente y en el desfile había acompañamiento de músicos. Si el muerto era notable, antes de ir al cementerio le daban vuelta de plaza. Al momento de la inhumación los asistentes rezaban el Credo y arrojaban puñados de tierra o flores sobre el ataúd. Al muerto había que sacarlo de la casa con los pies por delante, para que no regresara del más allá.

Casi en todos los pueblos el cementerio pertenecía a la parroquia y estaba prohibido sepultar allí a miembros de partidos políticos contrarios a la iglesia, personas fallecidas sin confesión, ateos, suicidas... En algunos lugares enterraban a los suicidas en un solar, fuera del cementerio.

En varias poblaciones se fundaron cementerios para extranjeros y laicos, a quienes les negaban cupo en los camposantos. Así nació, en la primera mitad del siglo XX, el Cementerio Libre de Circasia, Quindío, para acoger a cualquier difunto, sin reparar en su creencia, ideología o comportamiento durante su vida.

RÉQUIEM

Mi compadre Casiano, que vivió sin un peso,

como vivimos todos los choferes de bus,

con el escapulario en el pescuezo

yace bajo esta cruz

a punto de caerse. No fue un hombre travieso,

enemigo del régimen, tomatrago o tahúr,

pero ¡la vida es triste!, un día se quedó tieso

y tuvimos que comprarle el ataúd.

Asunto concluido. Con una camándula en la mano

y las jaculatorias consabidas

lo mandamos al cielo. Menos mal

que por no hacer las tres comidas diarias

mi compadre Casiano

nunca tuvo problemas para adelgazar.

*

(Pulsar el siguiente enlace para oír la salmodia)

https://drive.google.com/file/d/13Z24eb6MEwMDh80yAUI1QaFa1i7lXL8X/view?usp=sharing

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