El adiós de una empresaria santandereana

El adiós de una empresaria santandereana

Murió Ligia Rey, la mujer detrás de Mi Casa. Una vida que deja una reflexión: ¿qué es la filantropía más allá del amor intenso y desinteresado por los desconocidos?

Por: Carlos Alberto Rey
septiembre 29, 2021
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El adiós de una empresaria santandereana
Foto: Pixabay

La vida solo adquiere sentido a través de la muerte, que no es la temida antagonista, sino el broche de la existencia, cualquiera sea la manera en que pudiera catalogarse el recorrido. A veces el final llega de improviso, otras avisa con descaro, pero la mayoría está a la vera del camino y en cada suspiro nos revela su presencia, que humildemente hemos de reconocer como inefable. Ha partido de este mundo la empresaria Ligia Rey, una mujer que antaño conocí y a la que debo profundo agradecimiento, pero no he de ser quien la llore, sino quien comparta su alegría con la infinidad de personas que gozó de su presencia y disfrutó de su apoyo irrestricto.

Con nostalgia se han de evocar las tardes de onces que divertían a los ancianos, abandonados o pensionados, amenizadas con grupos folclóricos, dentro de la sede ubicada en la Calle 63 con Carrera 30, en las instalaciones del ancianato Mi Casa.

Recordar es vivir, y trasegar por la memoria es viajar en el tiempo, y por esto, una vez más se puede ver a la señora Ligia bailar con el español que atendía la puerta de ingreso vehicular; y un momento después, en un lance fruto de la nostalgia y producto del dolor por su partida, disfrutar de alguno de los tantos almuerzos contratados por el gran corazón, hoy ausente de latido. Es hora de reconocer la encomiable labor realizada por los señores Gamboa y Ligia Rey, desconocida por los capitalinos y la sociedad en general: las Hermanitas de los Pobres seguramente se unirán conmigo en la oración postrera por su obra.

Una vida que deja por reflexión: ¿Qué es la filantropía más allá del amor intenso y desinteresado por los desconocidos, el prójimo?, tantas veces mencionado en las escrituras sagradas de distintas religiones, olvidado por la sociedad y amparados por muchos de manera silenciosa. ¿Qué es la amistad sino el compartir esas pequeñas y grandes aventuras?, como las que realizó con Trinidad, Carmen Cecilia, Ana, Jasmín, Belcy, Yamile, Jenny, Luz Mery, Luz Stella, Adriana, María Eugenia, Consuelo, Yoanna, Jesús, Alfonso, Afranio, Marcos, Eduardo, y tantos otros que fueron sus cómplices en el devenir de la vida. Y que hoy, muy seguramente, ajenos a la partida de la filántropa conservan en su memoria los buenos momentos, sin imaginar que la empresaria ha abandonado este mundo terrenal.

Era ella una mujer grande, a pesar de su corta estatura; un alma buena, que vivió ejemplificando el legado de sus padres, quienes seguramente con regocijo han estado prestos a recibirla: doña Mechas, Ana Mercedes, la mujer que acunó a un precandidato presidencial santandereano y compartió en casa de la señora Emita con el inmolado Jorge Eliécer Gaitán Ayala en sus viajes a tierras bumanguesas; que en silencio presenció la conjura contra el gobernador Alejandro Galvis Galvis, en apoyo al próximo golpe del coronel Diógenes Gil, comandante de la guarnición de Pasto. Una mujer que conoció de cerca al capitán José Gregorio Quintero y observó cómo confabuló con el comandante de la V Brigada, y posteriormente, sufrió al saber que le había asesinado por traicionar a los golpistas. Y don José de Jesús, un hombre próspero a punta de trabajo denodado y constante, quien heredó a sus hijos las enseñanzas que a bien tuvo la señora Rey Roa demostrar con creces. Un matrimonio que inculcó a su heredad que el dinero y el conocimiento tienen un fin ulterior: el bien general.

Vale la pena recordar a quienes lo merecen y parten en silencio, desconocidos para la mayoría a pesar de todo el bien prodigado, como escribiera John Donne y reseñara para la posteridad Ernest Hemingway:

“(...) ¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?

¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?

¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?

¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.

Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.

Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad. Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

La empresaria Ligia Rey ha partido en la ciudad que la hospedó por 40 años, un sitio en donde pocos se conocen y la mayoría vive enconchado resguardando su intimidad; ella, quien convocó a miembros del gremio de manufacturas de cuero, zapatero, inmobiliario y constructor para que la acompañaran en sus tareas quijotescas, bien fuera repartiendo alimento en las invasiones de la calle 19 aportas del ferrocarril o llevando alimento y diversión a las reclusas del Buen Pastor, enseñándoles que aún hay gente buena por la que vale la pena vivir, se fue en silencio. Fue un ser humano que sin tomar en consideración al dinero lideró recolectas con distintos fines, entre los que puedo mencionar: cirugías y tratamientos médicos para decenas sino cientos, una de las cuales sirvió para salvar la vida de una joven mujer, con el concurso de la Fundación Cardioinfantil, y que merece evocarse por la futura maternidad que premió su retorno a la vida; o quizás sea menester mencionar el auxilio funerario que muchos otros utilizaron para enterrar a sus muertos, y que nadie, con excepción de los beneficiarios, pudo conocer de su autoría.

La sociedad colombiana, santandereana y bumanguesa, los gremios de manufacturas de cuero, inmobiliario y constructor, la familia y el mundo en general, han perdido hoy a un ser humano excepcional. Quizás la mayoría de ustedes no tuvieron oportunidad de conocerla, por tratarse de una persona que ejecutaba sus obras en silencio, que no necesitaba la lisonja o la publicidad para llevarlas a cabo, pero escribió en sus hechos el testamento que nos hará recordarla: “Haz, haz, y si te queda pendiente haz. No busques el aplauso, sino el bien de los demás, que con él serás retribuido con creces”.

A su familia: su hija, comunicadora social, periodista, coaching y conferencista, Sandra Milena; su hijo, empresario del entretenimiento, Nelson; sus nietas, cantantes, productoras, defensoras de derechos humanos, reconocidas en los medios y partícipes en ellos, María Alejandra y Luisa Fernanda; sus nietos, Fernando Gabriel y Harold; sus entrañables amigos y cómplices de vida y a todos ustedes, desde la distancia, mi sentido pésame.

No obstante, hay que festejar la vida de quien se ha marchado y con los millares que disfrutaron por sus buenas obras me permito brindarle un aplauso a Ligia Rey, empresaria aguerrida y a quien en vida me precie por llamar señora.

Que en paz descanse y hasta siempre.

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