Educación inversa para la pandemia

Educación inversa para la pandemia

"Nos están obligando a realizar cambios y quizá eso abra la mente de los que ya deberían tener una visión más amplia, retadora e innovadora"

Por: Efraín José Martínez Meneses
junio 03, 2020
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Educación inversa para la pandemia
Foto: Piqsels

Las universidades y colegios se enfrentaron a la ruptura del paradigma de la presencialidad como única forma de educar. Keegan plantea que el conocimiento es el mismo, independiente del vehículo en el que se transporte. Y en un análisis sencillo es así, ya sea: hipertexto, vídeo, audio, imagen, voz a voz, material impreso, magistralidad, experimentación, etc. El aprendizaje adquirido a través de estos medios, independiente de la forma, tiene la misma funcionalidad o valor. Sin embargo, el ser humano ha desarrollado procedimientos para absolutamente todo, maneras que se nos vuelven casi tan biológicas como nacer, crecer, reproducirse y morir. Todo tiene una forma de lograrse: el éxito, el amor, la espiritualidad, el poder, la tranquilidad; los manuales abundan y se convierten en cultura.

De allí que atreverse a quebrar una costumbre, puede tardar generaciones y frustraciones. La educación virtual o el e-learning ha sido mirada de manera peyorativa por las instituciones que ostentan sus grandes infraestructuras como uno de los ganchos del mercadeo académico, hasta el mismo Ministerio de Educación en el Decreto 1330 de 2019, entre las condiciones de calidad para otorgar registro calificado de un programa, continúa exigiendo una infraestructura física adecuada para el buen desarrollo de las actividades de la carrera y material bibliográfico impreso proporcional al número de estudiantes. Cientos de años de una misma manera de obtener el conocimiento ha dejado a otros medios bajo un matiz despectivo en la percepción de la sociedad.

Hoy algunas instituciones que viendo el potencial mercantil que expande la cobertura, con fe o sin fe en lo que hacen, han logrado posicionarse y disminuir costos locativos, cooptando a toda esa población de estudiantes con limitantes de tiempo y movilidad. Por ventura, esa cenicienta de la educación se convirtió en la protagonista durante la pandemia, con ciertas peculiaridades como la sincronía en la comunicación del material, es decir, que se realizó presencialidad por medios electrónicos, profesores en tiempo real hacían la explicación de los temas, incluso, respetando el mismo horario inicial de las clases; uso de plataformas LMS (Learning Management System) y mensajería inmediata como WhatsApp.

La resistencia se ha presentado, romper con un modelo o utilizar otro vehículo para transportar ese modelo de siglos no es sencillo, a pesar de la manera en que la tecnología ha penetrado a todos los niveles e intersticios de nuestra vida, pero también muchos se han dado cuenta de las enormes ventajas: ahorro en tiempo y dinero, por la no movilidad, han superado temas personales de timidez, sienten menos presiones, pueden estar con sus familias y en el aula, al mismo tiempo y no sufren por la inseguridad de las calles en las clases nocturnas o de madrugada.

Con ese escenario de preferencias divididas y con la necesidad de brindar condiciones de riesgo de contagio mínimas para el regreso a clases en el segundo semestre, se encuentran muchas instituciones que proponen evidentemente el b-learning o la combinación de presencialidad y virtualidad, es una buena opción que en lo operativo presenta complicaciones y recarga para el personal docente al que se le triplicaría, aún más, el ya duplicado trabajo durante este tiempo de cuarentena. Por lo que la propuesta que se puede plantear es la educación inversa, es decir, el estudiante está comprometido a explorar el material facilitado por el colegio o la universidad, de manera electrónica ( acercándonos al constructivismo), pero en caso de no comprender y requerir aclaración, las instituciones de educación deben dar la “opción” de poder asistir a sesiones presenciales por medio de cita previa (control de número de estudiantes) y adicional también ofrecer las asesorías virtuales, todo bajo la premisa de “opcional”.

Para algunas organizaciones será más sencillo porque sus docentes han grabado las clases y con un proceso de edición conveniente, se puede utilizar nuevamente, ese repositorio que pertenece a los docentes y que en negociación con las instituciones se puede poner al servicio de la comunidad educativa, será fundamental para el éxito de la educación inversa y liberaría al docente de la conexión sincrónica permanente y la oportunidad de asistir las sesiones presenciales con todos los cuidados. Lo ideal es que se continúe de manera virtual, pero acudiendo a los llamados del gobierno, de los inconformes, de aquellos que realmente tienen dificultades de acceso a los dispositivos y conectividad y obviamente de aquellos que no se han podido adaptar, es una opción para explorar y analizar. El paso siguiente sería ampliar, todavía más, las aulas e incluir trabajo colaborativo con estudiantes de otros colegios y universidades del mundo, en otros idiomas, para dar ese empuje a la necesidad de inmersión de un segundo lenguaje, el intercambio cultural y de conocimientos. El miedo al virus nos está obligando a perder el miedo a transformar la educación.

No es sencillo, no somos un país que toma riesgos, conservadores a morir (“a morir”, de forma literal). Atrincherados defendiendo cualquier cosa que funcione a duras penas. Un sistema económico que gotea descontento, que crea fisuras en la empatía y que se corrige a bala, pero funciona, el cacharro nos lleva y nos trae, aún la tasa de natalidad sostenida por los reproductores adolescentes supera a la cantidad de muertos que representan ese mantenimiento correctivo de la desgastada maquinaria. Y nuestro modelo educativo es una fábrica de repuestos del sistema económico, un taller de marañas, de piezas que funcionan con el milagro de la imitación de bajo costo y que encajan a empellones en el entramado de remiendos en que se ha convertido la sociedad.

Desde la revolución industrial, cuando el taylorismo y el fordismo encontraron la forma de ensamblar piezas en una cadena de producción, muchas cosas quedaron permeadas por ese modelo que produce masas. Los grados de educación son eslabones de esa cadena en la que se ensambla conocimiento nivel por nivel hasta lograr sacar un elemento funcional, algunas instituciones de educación, colegios y universidades aún imitan la arquitectura industrial, tosca, gris, fría. Pero también ha funcionado, las reformas cosméticas que se le han hecho a todo el sistema educativo han sido asomos, benchmarking o copia de lo que ha funcionado en otros países, en otras culturas, en otros entornos, en otros mundos distintos con preocupaciones menos peligrosas y básicas.

La educación debe ser entendida como un legado. Todo ese acervo de conocimiento y habilidades que le dejamos a la generación siguiente para que entienda el mundo, para que siga adelante, para que su vida sea más sencilla y feliz, para que de ese punto en adelante, solo pueda mejorar. Mejorar en Colombia no es escalar rankings despiadados que nos hacen sentir subnormales, como si los niños del primer mundo rendirían igual, asediados por la violencia, corrupción, desnutrición, un entorno no seguro y una influencia cultural que devalúa constantemente la educación frente al tráfico de influencias, frente al dinero, frente a la suerte, frente a la delincuencia.

El objetivo de la educación en Colombia debería ser el disminuir las muertes, provocar un cambio cultural y la moralización del país. No obstante, nos enfrascamos en discusiones anodinas de la diferencia entre logro, objetivo y competencia, o si se debe usar un infinitivo, un gerundio o un participio para plantear loa extensos documentos que describen lo mismo que ya otro describió; si calificar con letras, números, frases o colores. Hemos aislados las aulas, nos encerramos, desperdiciando una revolución de la tecnología que nos permite comunicarnos en cientos de idiomas a miles de kilómetros y que contiene todo el conocimiento universal, en trabajos en Office y transcribir búsquedas, preocupados por el tiempo, la cantidad y llevar el currículo desarrollado al día.

Tal vez, así como está planteada transforma un poco las realidades individuales, realidades materialistas, pero las colectivas, no. Los grandes corruptos y saqueadores del país han estudiado en las mejores universidades. No hay una educación que permee la cultura, quizá abriendo el aula a la amplitud del mundo, se logren percepciones diferentes, conseguir que el colombiano deje de defender a quienes utilizan la educación como un comodín y ofrecen más de lo mismo, como si en algo que no ha podido transformar la sociedad, más fuera mejor. Nos están obligando a realizar cambios y quizá eso abra la mente de los que ya deberían tener una visión más amplia, retadora e innovadora, como son todos aquellos que planean, estudian e implantan los sistemas educativos de países como el nuestro.

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