Edgardo Román y la pesadilla que es ser artista en un país de cafres

Edgardo Román y la pesadilla que es ser artista en un país de cafres

La muerte del maestro nos lleva a la pregunta ¿hay garantías para ser un creador cuando hasta el presidente cree que la cultura es una empresa?

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enero 10, 2022
Edgardo Román y la pesadilla que es ser artista en un país de cafres

Me decía esta semana un taxista “Es increíble pero acá se lloró más la muerte de Vicente Fernández que la de Edgardo Roman”. Tenía razón. La noticia no tuvo la relevancia que ameritaba. Era para que se doblaran todas las campanas. A todos el principio del año los tenía con única preocupación: ¿de dónde sacar el billete para la próxima borrachera? Por eso, entre los vapores etílicos, la mayoría vio con indiferencia la partida del más grande de los actores colombianos, un maestro cuya academia en el barrio la Soledad de Bogotá formó a tantos talentos. Las noticias reseñaron de paso su partida. Nada que ver con los grandes titulares y el cubrimiento que se le rindió a Vicente Fernández. Yo entiendo, ni bobo que fuera, que acá la ranchera es ley y que machos como Chente siempre serán referentes, pero no es justo que Edgardo no haya sido velado en capilla ardiente, despedido por el presidente, enterrado como héroe. En Colombia no le dieron ni la gloria póstuma.

El talento hay que trabajarlo y por eso su hijo, Julián, contaba que en los ochenta, mientras vivían en la vieja casa en Fontibón, pegado al aeropuerto, a él no lo levantaban los aviones sino la poderosa voz de su papá probándose ante un espejo, ensayando la rutina de actuación en la que él estuviera participando. Ahí, frente al espejo, lo vio convertirse en Gaitán. Eran los ochenta y el teatro y la televisión explotaban en el país. Eran dos cadenas, la 1 y la 2, y había inversión estatal. Había más capital para arriesgar adaptando episodios históricos como el Bogotazo, personajes universales como Rasputín, o adaptar novelas del boom latinoamericano como fue La tia Julia y el escribidor, la televisión no sólo era un negocio, también formaba. Los actores ganaban relativamente bien y siempre podían hacer una telenovela y ganar la plata suficiente para montar una obra de teatro o dirigir una película en la que se tuviera todo el control. Por supuesto, en un país de cafres no se recupera la inversión cuando de cultura se trata. Todo eso cambió con la entrada de los dos canales privados al final del gobierno Samper en junio de 1998. Entonces, los Ardila, Santodomingo y Sarmiento Angulo metieron sus fauces insaciables en la televisión, controlando la pauta, la parrilla, los modelos de belleza, llenándonos de realitys, desplazando el talento por el último brazo nervudo de moda. Edgardo Román, como esos jaguares del Amazonas, se vio acorralado ante el incendio y tuvo que subir la cordillera para sobrevivir.

Y entonces, ante este tipo de artículos, en donde se le exige al gobierno un mayor cuidado con el artista, uno encuentra al ignorante maldito bramando “de malas, por qué no ahorraron” “quién los manda a fumarse toda la plata en bazuco” “¿por qué no invirtieron bien?”. Señores, un artista no tiene por qué estar obligado a pensar en hacer una fortuna. Un artista tiene sueños y estos no tienen nada que ver con acumular tierras sino con perfeccionar su arte. Muchos se han gastado sus exiguos capitales en montar sus propias compañías de teatro. Ese es el caso de Fabio Rubiano que construyó junto a Marcela Valencia esa belleza que es el Teatro Petra en donde pudimos ver en el 2021 una nueva puesta en escena de Labio de liebre, una obra que debería ser recomendada en cada colegio de Colombia para conocer y entender nuestra sangrienta historia reciente. En la pandemia casi desaparece casa E, el emprendimiento de Alejandra Borrero, y ni hablar lo duro que fue para Germán Escallón, Diego León Hoyos y todos los maestros. Algunos murieron con el corazón roto.

Edgardo Román no murió en la pobreza como tantos otros colegas. Lo que ganó lo invirtió no en negocios que lo fueran a hacer multimillonario como piensa la mayoría de colombianos, arribistas y estúpidos, sino en perfeccionar su arte. En una educación sin ética no se forma a los muchachos para ser hombres con vocación que sean felices haciendo lo que aman. No, acá lo que se inculca es la ley del más fuerte, del que más duro hable, del vivo viviendo del bobo, y por eso uno encuentra a tanto pobretón confundido diciendo que ellos votan el que diga Uribe porque sólo la libre empresa les da la garantía de ser ricos. El maestro Edgardo puso su escuela de actuación para no depender de los cada vez más escasos llamados de Caracol y RCN y así sobrevivir sin tantas afugias. Las películas colombianas, así tengan presupuestos abultados para el medio no hacen ricos a nadie. Entonces tocó convertirse en profesor y fue de los mejores. Pero ser un actor debería representar un bienestar económico. Es que esto beneficiaría a la propia televisión.

Miren el caso de Zendaya y los actores norteamericanos. A sus 25 años ya puede darse el lujo de ser productora ejecutiva de Euphoria, la nueva joya de HBO, y tener así el control creativo de lo que hace., esto garantiza que exista un control de calidad. Desde los setenta, con Warren Beatty al frente de proyectos como Bonnie and Clyde, Shampoo o Reds, los actores norteamericanos tenían tanto poder que controlaban todo, hasta la propia dirección. Por eso encontramos que algunos de los mejores directores de Hollywood, como Clint Eastwood o Woody Allen, arrancaron siendo actores. El legado es la única preocupación que puede tener un artista de éxito en Estados Unidos y en los países en donde de verdad se valora la cultura, en donde no tienen presidentes tan estúpidamente tecnócratas como para creer que todo arte debe ser un emprendimiento. Si un estado decide cuidar a sus tesoros nacionales deben darles todo lo posible para que su preocupación sea crear y no vender. Pero acá los canales, desde gerencia, no están interesados en que sus actores tengan independencia. Ellos son tan sólo numeritos en la nómina.

No sé cuántos proyectos se quedaron en sueños para Edgardo Román. Estoy seguro de que todos eran preciosos, honestos y que nos servirían para reconocernos como colombianos, para ser una nación, eso que nunca hemos sido. Si no nos reconocemos en una pantalla ¿cómo putas nos vamos a sentir colombianos? Por eso Román se murió y no pasó nada y todos los productores que le cerraron las puertas a sus ideas dormirán tranquilo. Igual Yo me llamo parte 17 sirvió para hacerlos más ricos. Porque acá lo que no de plata no existe y hasta el arte quiere que sea rentable y de millones de dólares en ganancias.

Es triste que se haya muerto Edgardo Román pero lo trágico es que no nos haya importado. Que paren todo, que se callen todos, un maestro se ha ido.

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