Durante años hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez

Durante años hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez

Las agendas deben ser con miras a corta y mediana duración, no cambios solo para cuatros años. La realidad es más que el cuento del país más feliz del mundo

Por: LEGUIS A GOMEZ CASTAÑO
enero 05, 2022
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Durante años hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez
Foto: Pixabay

Durante años, hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez

Nada resume más la conducta política de los colombianos, que el título de este artículo. La frase no es mía, fue en efecto, parte de la proclama insurreccional de la Junta Tuitiva de La Paz en 1809.

Ha sido usada no pocas veces por cientos de escritores, y miles de veces en las protestas sociales en todo el Centro y Sur de esta América que es una, pero que a fuerza de dividirnos, la han convertido en casi propiedad al estar bajo el control de los amigos del norte; sin embargo, tal vez uno de los usos que más ha popularizado esta frase sentencial de futuro, fue el que le dio Eduardo Galeano en su libro Las venas abiertas de América Latina.

Afirmo que la frase define muy bien la conducta política de los colombianos, porque en más doscientos años de historia política y de ser una de las democracias más sólidas de América, el país ha sido gobernado exclusivamente en una sola tendencia politica: la derecha. No es nada gratuito que Colombia tenga una de las elites más reaccionarias, si no de América, tal vez del mundo entero.

La estabilidad política del país hunde sus raíces precisamente en esa pretendida solidez de la que tanto se ufanan los políticos locales, pero que es al mismo tiempo, muy bien solapada en un fuerte aparato represivo y policial, al que la vida de los ciudadanos les vale muy poco, a menos que se pertenezca a un estrato alto de una sociedad altamente clasista.

No tengo idea de cuantas veces se han robado el erario público los gobernantes de turno en los pasados treinta años, y voy a asumir que todo tiempo pasado fue mejor, a riesgo de ser cuestionado en mi candidez, pero es que tal vez nunca antes los ingresos estatales han estado más dilapidados que en las ultimas décadas.  Los ejemplos tristemente abundan.

Basta con “echar de para atrás” y escarbar un poco en los episodios más recientes de descalabros económicos a los que el pueblo colombiano ha asistido como simple espectador de juegos artificiales en los que se convierten las noticias sobre dichos casos durante algún tiempo, y poco más.

Solo el más reciente, el de los miles de millones de pesos que están “desaparecidos” en las cuentas de los perpetradores y que se supone que debían conectar los lugares más apartados del país con el mundo a través de la red global o internet, se suma a otros de igual o mayor magnitud económica: Agro Ingreso Seguro, Odebrecht, el de los alimentos escolares, Saludcoop, Interbolsa, Reficar y los sonados carteles (de la contratación, del Sida, de la toga, etc.).

Todos ellos suman cifras astronómicas que no nos alcanzamos a imaginar y que hubiesen podido mejorar la calidad de vida de millones de colombianos, pero no, los ingresos de la Finca Colombia no sirven para todos.

Elegimos administradores de la finca que es nuestra, pero esos que elegimos nos engañan al pedir que votemos por ellos, nos roban y se enriquecen al quedarse con lo que nos pertenece a todos(as), y esa riqueza les legitima dentro de una sociedad clasista para seguir gobernándonos en un ciclo interminable que se inserta en nuestra inacabable memoria del olvido.

Los cientos de miles de millones que se roban, desaparecen con la misma intrepidez con la que miles de colombianos y colombianas han desaparecido de manera violenta con tal de evitar que las cosas cambien.

Colombia acumula una cifra vergonzosa de crímenes de lesa humanidad que igualmente son pagados (cuando se demanda al estado), con los fondos estatales.  Son dineros públicos que sirven para pagar políticos, militares, policías, empleados públicos, comprar armas, seguir comprando más armas, y si queda algo, tal vez, y solo tal vez, se puedan emplear para financiar obras públicas, que dicho sea de paso, no reciben el 100% de lo invertido, pues para poder ser aprobados, antes tienen que pasar por las manos de los caciques que reciben su porcentaje, aun cuando el proceso de asignación parece cumplir con mecanismos de licitación perfectamente en ley.

Amén de lo anterior, en décadas recientes hemos asistido igualmente como espectadores a ver como el narcotráfico ha tomado el control total del poder, hasta donde menos lo imaginábamos: la misma presidencia, además de otros estamentos de control estatal, como el Congreso mismo.

Varios presidentes han recibido dineros calientes y con ello han comprometido la dignidad del país y de sus habitantes. Colombia es una narco democracia.  Esto hay que repetirlo una y otra vez, hasta que la vergüenza vuelva al redil de la cordura y pensemos en lo que es mejor para todos.

Todos sabemos que ningún candidato invierte miles de millones por amor al arte y mucho menos, si ese dinero proviene de fuentes dudosas.  Es cierto que aquellos que financian campañas políticas, no invierten huevos para recibir huevos.

Las familias más pudientes invierten en sus candidatos, no solo porque ellos amarran cualquier agenda progresista con ese dinero, y se benefician con una generosidad pasmosa, sino que, también mantienen su status social de preferencia. Ahora bien, si esto no resulta conveniente para todos los que habitan la finca llamada Colombia, mucho menos resulta el que ese poder esté en manos de fuerzas completamente al margen de la ley.

Si usted, señor lector, cree que la democracia de derechas que actúa en Colombia opera para beneficio de todos, me temo que está absolutamente equivocado.  Cada vez que un candidato logra acceder al poder sin sujeciones económicas al control de elites legales o no, gobernar se hace una tarea sencillamente irrealizable.

Nos engañan, nos mienten, nos manipulan y cada cuatro años, volvemos a elegir en “derecho” a gobiernos de derecha que le temen al mismo pueblo que gobiernan, por eso necesitan andar muy bien protegidos y para ello tienen un potente aparato militar formado por disciplinados y muy bien armados soldados extraídos de la base de esa misma población de la que se cuidan tan celosamente.

“Colombia es un buen vividero y si votamos hacia la izquierda, nos convertiremos en otra Venezuela.”  Una y otra vez he oído esgrimir esta sentencia y me digo a mi mismo: es que Colombia ya era un país muy injusto mucho antes de que las cosas se pusieran feas en el país hermano.  Es tan difícil de entenderlo?

Votar por un cambio no puede seguir siendo solo la retórica que se ha convertido en hábito de buenos oradores durante campañas políticas.  Tiene que ser un acto que se traduzca en cosas tan sencillas como balancear realmente la columna legislativa, judicial y ejecutiva de nuestra democracia.

Si esto se logra, es decir, si conseguimos que el fiscal, el procurador y el defensor del pueblo (que son prácticamente lo mismo), dejen de ser puestos controlados por el partido en el poder y realmente fiscalicen, vigilen y controlen, ya tendríamos ganada la pelea contra gran parte de la corrupción que nos azota.

Si se puede parar ese desangre constante de fondos públicos, así como el de víctimas inocentes del conflicto civil que seguimos teniendo, ya podremos mirar con la cabeza alta hacia el futuro, mientras tanto seguirá siento todo tan incierto como lo es hasta ahora.

Si obtenemos que la agenda propuesta por un candidato sea cumplida íntegramente, so pena de ser destronado como administrador de la finca, y si nos damos a la tarea de solo apoyar agendas que aumenten la calidad de vida de los colombianos, esto es: mejores hospitales, mejores centros educativos, mejores salarios, mejores vías, etc.; entonces, y solo entonces podremos empezar el sendero de ser un gran país.

Las agendas tienen que ser programáticas y con miras a corta y mediana duración, no podemos seguir haciendo cambios solo para cuatros años. La realidad es más atractiva que el cuento de ser uno de los países más felices del mundo, pero nos importa un comino si nuestros niños(as) se mueren literalmente de hambre en apartadas regiones donde de papá estado sólo se conocen dos cosas, los políticos que vienen a conseguir votos para ser elegidos y la violencia.

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