Duélale a quien le duela Silvestre Dangond es el ídolo más grande que tiene Colombia

Duélale a quien le duela Silvestre Dangond es el ídolo más grande que tiene Colombia

Negar las virtudes del ídolo de Urumita es desconocer que el vallenato, como todos los ritmos, ha evolucionado y la única verdad es Silvestre: pasión de un pueblo

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junio 16, 2021
Duélale a quien le duela Silvestre Dangond es el ídolo más grande que tiene Colombia

No me gusta el vallenato ni Silvestre Dangond. Aborrecí su portada del disco La novena batalla del 2014, demasiado agresiva y guerrerista, con su metralleta y su canana, con ese aire paramilitar. Odié cuando le tocó, en ese gesto tan guajiro, los genitales a un niño en un concierto y todo el machismo de letras como El que enamoré a mi mujer yo le enamoré a la de él, da verdadero asco. Pero, un amante del rock como yo, no puede ser inconsecuente y si los Rolling Stones, mi banda favorita, se atrevió a sacar un disco titulado Black and Blue, donde consideraba sexys los moretones que puede dejar en una mujer los golpes de un hombre ¿quién soy yo para juzgar el vallenato?

Silvestre es un sentimiento, algo parecido a lo que despierta en México Pedro Infante, Juan Gabriel o Luis Miguel, es una pasión que se traduce en esa religión que es el silvestrismo. El fervor se percibe en un concierto. Vayan a un concierto de Silvestre Dangond y le puede pasar lo mismo que le puede suceder a un hincha del vallenato en una presentación de Metallica: salen obnubilados por el show. Silvestre, a sus 40 años y a pesar de sus demonios que no paran de acorralarlo y que se encarnan en botellas de whisky o en otros paraísos artificiales que cada cierto tiempo lo someten, está en vitalidad plena. A diferencia de Silvestre, quien ya a su edad no sólo tenía su primera cana sino que ya vivía una decadencia alarmante que se traducía en conciertos cancelados, en dejar plantados a sus músicos e incluso en el lío monumental que significó la muerte de Doris Adriana Niño.

Con Silvestre hemos sido injustos y desconsiderados. La prensa en cachacolandia se ha encargado de derribar ídolos costeños, desde Gabo, a quien le hicimos invivible su estadía en Bogotá, pasando por Rafael Orozco, despreciado sólo por haber nacido en la Costa y tocar esa música que cantaban lo indios en la Sierra Nevada. El odio a los costeños ha sido reemplazado en Bogotá por el odio a los venezolanos. Y Silvestre ha tenido que cargar ese bulto pesado. Se le ha dicho de todo, desde chavista, cuando decidió apoyar a Hugo Chávez en Venezuela, hasta paramilitar por su portada polémica. Se le dice periquero, borrachín, como si nosotros fuéramos jueces santos e inmaculados, como si un artista, además de crear su arte, debiera dar ejemplo de conducta.

Su música es estupenda, potente. Que no nos guste a los pretenciosos racistas que nos creemos de mejor familia porque consideramos que la gente de bien no escucha vallenato, es otra cosa. Silvestre es una pasión que llena de estadios, es la alegría que necesita mucha gente en tiempos tan adversos como estos. Si, una vez fui a un concierto, quería quedarme para criticarlo, para destrozarlo, supe cuando arrancó pero no terminó. Fue una parranda apoteósica en donde todos, hasta los que no tomaron aguardiente, salieron borrachos.

Silvestre, duélale a quien le duela, es la pasión de un pueblo.

 

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