Dolor de patria

Dolor de patria

"No podemos escribir con la misma tinta roja con la que ellos han escrito los renglones más terroríficos de nuestra historia. Que el caos se desate, pero no entre nosotros"

Por: William Fernando González S.
septiembre 11, 2020
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Dolor de patria
Foto: Las2orillas

¿Recuerdan las palabras de Javier Ordóñez? “Por favor, no más”. Parece que, sin saberlo, este hombre repitió suplicante un grito que este país ha levantado a las instituciones políticas durante años: “Por favor, no más”. No más masacres a campesinos, indígenas, grupos vulnerables. “Por favor, no más”. No más corrupción, hambre, pobreza, desempleo e injusticia. No más.

Ese grito desesperado hoy es la consigna de millones de ciudadanos cansados y agobiados por la desesperanza que han sembrado los “dueños del país”. Las calles son un territorio de guerra en las que, reina el odio por el diferente y se levantan arengas justificantes de un lado y del otro. Mientras tanto, los mismos y las mismas se vanaglorian del reino de caos y discordia que han creado para que la tierra de nuestro país siga siendo regada con la sangre inocente de ciudadanos de a píe que día a día batallan por al menos poder sobrevivir.

Nuestros gobernantes hoy se pavonean y se burlan de la insurrección social que se ha levantado, y sin miedo alguno organizan las filas de hombres y mujeres al servicio del Estado para que defiendan las ideologías perversas que han oprimido a las clases sociales de la sociedad colombiana. Minuciosa y cautelosamente dan la orden de reprimir al pueblo con la violencia y, los incautos al servicio de la “ley”, en su afán de “cumplir con su deber” acaban sus municiones en los cuerpos humildes de los colombianos que desde hace mucho tiempo han gritado: “Por favor, no más”.

Que angustia la que se siente. En medio de la seguridad y la comodidad de mi estudio me refugio en una que otra tonada musical para olvidar los gritos que retumban en las calles. Gritos de odio y de furia entremezclados con el llanto de otros tantos que piden auxilio porque ha caído un colombiano más. ¿No han sido suficientes? ¿No son suficiente el número de viudas y huérfanos a causa de una violencia que de fondo tiene el mismo premio: el poder en Colombia? Al parecer no es suficiente y las copas de los terratenientes criollos ansían con deseo y placer, que se sigan sirviendo a cantaros la sangre de nuestros compatriotas.

Maldito gobierno indolente, ¿acaso no escucha al pueblo indefenso? Clama porque tienen hambre, grita porque siente miedo, llora porque muere pidiendo atención médica. Maldito gobierno indolente, ha volteado su mirada hacia los banquetes y los cócteles en los que abundan sus amigos a los que les han llenado los bolsillos a costa de injusticias y opresiones que deterioran la calidad de vida, si es que a esto se le puede llamar vida. Allí, sentado en su trono, sostiene satisfecho la espada que le ha sido confiada por su maestro para cortar la cabeza del que piensa diferente.

Y véanos aquí. Matándonos los unos a los otros en una guerra campal de hijos humildes de una tierra mágica, creyendo que la justicia se busca desde la injusticia. Justificando la muerte, los golpes, la violencia bajo el argumento de los “buenos somos más”, pero: ¿cuáles son los buenos? Los que creen que defienden un terrorismo de Estado basados en la ilegitimidad de un uniforme que ya no representa nada. O, aquellos que creen que con la anarquía pueden encontrar la justicia frente a todos aquellos perjuicios que son imperdonables.

Parece, de verdad parece, que hemos fijado la batalla en el campo equivocado. El objetivo de esta “guerra” no puede ser seguir alimentando el odio y la venganza que nos consume desde hace décadas ante la injusticia de nuestro narcoestado. El objetivo de la batalla no puede seguir siendo la cabeza de algunos peones que nos ponen al frente para tratar de disimular el miedo que sienten ante la insurrección de la población civil. La batalla es contra la maquinaria política tradicional.

Esa maquinaria que pervirtió el sistema de salud y condenó al pueblo colombiano a la muerte, mientras espera una cita médica tomando cada 8 horas acetaminofén.  Esa maquinaria política que desfinanció la educación y atiborro las aulas de clase para ofrecer un sistema educativo en masa que no garantiza la adecuada prestación de un derecho fundamental. Esa maquinaria que vive holgadamente con los dineros que se roban mientras el pueblo deambula el diario vivir con unas migajas que recoge de la mesa de los empresarios. La maquinaria que, desde el aparato estatal, da la orden constante de disparar cuando el pueblo se levanta.

La batalla no es contra nosotros. No podemos iniciar una purga criolla amparados en la fatiga que nos produce vivir en Colombia. No, los movimientos sociales que se están levantando deben dirigirse a una nueva organización social que, con pasos de gigante, genere grietas en un gobierno fracturado por la inexperiencia, la insensatez y la ignorancia política. No sigamos repitiendo la lógica de ellos bajo la cual configuran el escenario social para que nos matemos y luego nos vendan una falsa doctrina de seguridad que termina en un resultado que ya todos conocemos: los falsos positivos.

Ellos, después de lo que acontece, arreglarán el caos que han desatado con más caos y venderán la idea a los incautos que fue por un fin común: la seguridad democrática. En ese momento, los alabarán, los glorificarán y les darán un lugar en la historia que no merecen. Y, mientras tanto, las viudas, los huérfanos, los hambrientos, los campesinos, los indígenas y en general la población colombiana, con lágrimas en su rostro, bajo la luz de una bombilla en la soledad de sus viviendas dirán, cabeza abajo: “por favor, ya no más.”

Que el caos desatado en una noche del 9 de septiembre no sea solo una efervescencia causada por una indignación momentánea que nos regresa a la rutina; por el contrario, que el caos desatado nos lleve esta vez más lejos: a salir de la horrible noche. Pero para eso, debe ser imperativo comprender que nosotros no podemos escribir con la misma tinta roja con la que ellos han escrito los renglones más terroríficos de nuestra historia nacional. Que el caos se desate, pero no entre nosotros.

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