Dolly Montoya y la Universidad Nacional
Opinión

Dolly Montoya y la Universidad Nacional

A la rectora Montoya, que busca reelección, o a quien la suceda, y especialmente al presidente Duque, demando que la educación superior sea gratuita (y de calidad) en las universidades públicas

Por:
enero 20, 2021
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Lo único que no me gusta de Dolly Montoya, la Rectora de la Universidad Nacional de Colombia, es que ella es de Pereira y no de Florencia, Caquetá, de donde son todos sus hermanos.

Cuando aún cursábamos bachillerato, a principios de los años setenta del siglo pasado, allá, en la ciudad más poblada y más desordenada de la Amazonia colombiana, Dolly llegó con otros muchachos románticos a hablarnos del padre Camilo Torres Restrepo y de otras ideas extrañas. Después nos volvimos a encontrar, ya en la Universidad Nacional, militando juntos, por poco tiempo, en Comandos Camilistas. Luego la perdimos para la política porque ella se hizo científica y corredora del mundo. La volví a encontrar en Munich en 1996, cuando ella hacía un doctorado, en Ciencias, nada menos. De ahí en adelante, para saludarla, la tuve que buscar entre tubos de ensayo en el Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional. Pero pudimos comunicarnos porque seguía interesada en que sus experimentos científicos le sirvieran a los campesinos y a los productores nacionales, temas que compartimos. Lo de la “Metodología utilizada para la clonación del gen fdhF que codifica para la enzima formato de Hidrogenasa-h del complejo formato Hidrogenoliasa de Klebsiella pneumoniae”, eso no lo he entendido.

Es ya un tópico decir que en sus más de 150 años de existencia, la U. Nacional ha contribuido, como pocas instituciones, a la construcción de la nación colombiana. Para bien y para mal, añadirían algunos. La historia del pensamiento, de la ciencia, de las artes y de las tecnologías creadas en Colombia, no puede hacerse sin referencia central a la U. Nacional, cierto. Pero también la historia de las instituciones y de los conflictos nacionales, pasan por La Nacho.

Un reciente estudio dirigido por Mauricio Archila (Memorias de la Universidad Nacional en el conflicto armado, 1958-2018), preparado para la Comisión de la Verdad (2020), registra la centralidad de los estamentos de la U. Nacional en el conflicto, pero también las presiones de los poderes económicos, políticos, culturales y militares, nacionales y extranjeros, por domeñar y someter a sus intereses a la juventud que pasa por sus aulas. Con todo, la Universidad Nacional sigue siendo el centro académico creador de conocimiento y de arte más importante de Colombia, más allá de lo que digan los ranking y el márquetin de ocasión. Y a pesar de las políticas agenciadas por algunos sectores de las élites, desde los años sesenta, para privatizar plenamente la educación superior en Colombia.

Un dato crítico que registra Archila, en el estudio citado, es que si bien la Universidad Nacional ha logrado en los últimos años ampliar la cobertura de estudiantes y extenderse a varias regiones periféricas, lo ha hecho, presionada por las políticas neoliberales, recurriendo a la autofinanciación como forma velada de privatización. Así, “mientras en 1993 la nación participaba con el 79 % del presupuesto de la entidad, en el año 2000 lo hacía con el 77 % y en 2008 solo con el 55 %”. Las matrículas, en especial de los estudiantes de posgrado, más los servicios de asesoría, se han convertido en la fuente creciente de autofinanciación de la U. Nacional. En contexto de pandemia y de crisis económica generalizada, esos recursos se han minimizado y ponen en riesgo la permanencia de los estudiantes y las políticas académicas de la institución. El año pasado, los académicos enamorados de La Nacho le pidieron al presidente Duque que salvara a la institución, porque el déficit de $80.000 millones atentaba contra el futuro de la propia nación.

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Los estudios de posgrado no pueden seguir siendo un privilegio de pocos y una fuente de autofinanciación: son los espacios de creación de conocimiento y de arte que necesita Colombia

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Un ejemplo al canto: yo cursé estudios de posgrado en Brasil (Universidad Estadual de Campinas), en Argentina (CIDE/OEA) y en España (Universidad Internacional de Andalucía). En las tres naciones los estudios fueron gratuitos y en el caso de Brasíl, en tiempos de transición de dictadura a democracia (1986-1987), me dieron además beca de sostenimiento. Los estudios de posgrado no pueden seguir siendo un privilegio de pocos y una fuente de autofinanciación: son los espacios de creación de conocimiento y de arte que necesita Colombia para responder a los retos contemporáneos.

La rectoría de Dolly Montoya, aunque no significó un “salto adelante”, logró palear con relativo éxito a dos grandes retos: la movilización nacional estudiantil, que desde 2018 y 2019 exigía recursos suficientes para la educación superior y; la crisis de la pandemia. En adición, favoreció la creación de espacios para que la Universidad apoyara el proceso de paz. Con ese activo en las amarras, Dolly ha decidido presentarse de nuevo como candidata a la rectoría. Desde este espacio que me abrió Las2Orillas le demando, a la doctora Montoya o a cualquiera que resulte seleccionado(a) para tan notable cargo, y en especial al presidente Duque, que toda la educación superior sea gratuita (y de calidad) en las universidades públicas: esa debe ser la inversión clave para salir de la horrible noche con capacidad creativa a recomponer la estructura productiva nacional, pero también para evitar que se ahonde la brecha social. La educación es la fuente más sana de movilidad social, como lo saben hasta los muchachos neoliberales.

Para escribir este artículo estuve llamando a Dolly. Quería preguntarle por el déficit actual de la Universidad y por la deserción estudiantil asociada a la pandemia, pero no me contestó. Tal vez porque ella es de Pereira, no de Florencia.

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