Docencia, benemérita profesión

Docencia, benemérita profesión

"Gracias por dar lo que a veces no dan ni a sus propios hijos: su valioso tiempo, habilidades, destrezas y conocimiento"

Por: Pedro Mauricio Acosta Castellanos
julio 02, 2020
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Docencia, benemérita profesión
Foto: Pixabay

Imaginen un personaje con miles de personalidades y múltiples tareas, vamos a llamarlo provisionalmente Juana. Se levanta disciplinadamente a las 5:30 a.m., como si hubiese sido formada en alguna academia militar. Una vez en pie, debe alistarse para su trabajo y preparar a su retoño para que vaya a la escuela, hago la salvedad de que en tiempos “normales” hay que hacerlo más temprano, pues desplazarse al trabajo toma tiempo. Ahora bien, en esta época que hemos decidido llamar “nueva normalidad”, nuestro personaje se va al trabajo de manera distinta, una vez hecho o ayudado en las labores matutinas del hogar, muy a las 7:00 a.m. debe iniciar su trabajo. Acá voy a permitirme explicar en qué consiste el trabajo de Juana.

A las 7:00 a.m., y por aproximadamente seis u ocho horas al día debe buscar la manera de que un grupo de personas, en muchos casos con poca disposición, le presenten atención. Para ello, busca diversas formas de atraer la atención de su audiencia, más o menos como en un show de teatro, pues, aunque su labor no se mida por aplausos, su público sí debe darle un equivalente.

Adicionalmente, Juana debe entregar todo lo que tiene en su cabeza sin reparos, sin secretos profesionales, debe entregar todo lo que sabe, no como en una tortura, lo hace voluntariamente. Para lograr esta hazaña, Juana se capacitó durante mucho tiempo y se mantiene constantemente actualizada y la vanguardia de los avances de su área. Ha hecho cursos y cursos, a tal punto que ella ha decidido solo poner en su hoja de vida los hechos en el último año, para que no se vea raro o compulsivo, como para que no crean que está “loca” o que es “sin oficio”.

Además de su labor de compartir su conocimiento, Juana en su día a día debe buscar maneras de mejorar la sociedad en que vive y hacer que las personas sean mejores a partir de lo que explica a su audiencia, para esto se ha ingeniado muchas maneras. Entre tantos cursos que hizo, hay uno llamado gamificación, sofisticado el nombre, como si fuera algo relacionado con cálculo multivariable, mejor dicho, algo difícil, pero no, en realidad es hacer juegos para poder transmitir de manera más fácil las ideas, pero… fácil es jugar, hacer el “jueguito” es otra cosa.

El último juego que hizo Juana fue para que las personas supieran cómo invertir su dinero, el juego se llama "finanzas personales", le llevó semanas hacerlo, dedicando dos horas al día en su preparación y confección, para que alguien en veinte minutos lo juegue y pase todos los niveles.

Seguimos en el día de Juana, pues no ha terminado. Le queda tal vez lo que a ella más le gusta: dárselas de superhéroe, otra cosa por la que podrían calificarla de loca. A Juana le encanta buscar cosas nuevas y hacer de la ciencia ficción una realidad, esta parte le lleva mucho tiempo, pues debe leer, leer y leer. En esta tarea debe aplicar algo macabro que para suavizarlo al oído decidieron llamarlo “el método científico”, en resumen: se trata de probar algo hasta que salga como se quiere, en un ciclo que se repite una y otra vez. Pero a Juana le gusta, sí, ¡le gusta!... definitivamente está loca.

Finalmente, su Jefe, Pedro, ayer le pidió que llenara unos “formaticos” para verificar que lo que está haciendo ella lo está haciendo bien. Como buena subalterna y muy a lo castrense, tal como la madrugada, lo hace con gusto. Los formaticos son como un arcoíris, tienen diferentes colores, son grandes y pequeños y cuando uno quiere buscar en dónde acaban, para llevarse el cuerno de oro, pues se da cuenta de que no tienen final. Pedro le explicó a Juana que hay que hacerlos, pues el gobierno los pide para garantizar la sostenibilidad del lugar donde trabaja.

Así es un día de trabajo de Juana. Al finalizar su día laboral, cualquiera diría que ella se va a descansar, pero no, este cuento está lejos de ser un cuento de hadas. Juana debe cumplir con otras labores, las del hogar. Puede parecer fácil, pero solo piensen en una tabla cuyos extremos se soportan en dos columnas: en una está su trabajo y en la otra, está el hogar. En la “nueva normalidad” todo está juntico, mejor dicho, revuelto, pues el trabajo y el hogar están en el mismo lugar. Mientras Juana está entreteniendo a su público con lo que sabe, al lado esta su pequeño hijo Dominguito, como de cariño le decían en el colegio en la antigua normalidad.

Domiguito tiene muchas tareas que Juana debe ayudarle a hacer, junto con otras labores, como el almuerzo para toda la familia, lavar la loza, lavar la ropa y, como toda persona con indicios de locura, debe mantener todo limpio, pues trabajar en un lugar sucio no es agradable. Para no extenderme tanto, cuando conocí la historia de Juana me atreví a preguntarle de manera muy respetuosa ¿Qué hizo usted para merecer este trabajo? Ella me respondió: un pregrado, dos especializaciones, una maestría y pues el doctorado, aunque este último hasta ahora lo estoy terminando.

La segunda palabra del título de esta pequeña historia es benemérita, que significa digno o digna de reconocimiento; la última pregunta que le formulé a Juana, fue la menos incómoda: ¿cuál es su profesión? Me respondió con placer y con orgullo, casi alzando la voz: ¡Profesora, profesora, universitaria! Sin duda, después de escuchar la historia de Juana, que no es hipotética, como sí lo es su nombre, la labor de docente universitario ahora más que nunca debe ser reconocida, exaltada y apreciada.

Nuestros profesores ponen empeño y con humildad forman a las nuevas generaciones, es una profesión que necesita cierto grado de locura como en el caso de Juana, pues no es de una persona “normal” de nuestros tiempos hacer todo lo que hace un profesor. Están no solo bajo la mirada de la sociedad, sino bajo el rasero de esta, son medidos, categorizados e identificados por sin número de entidades como Elsever, Minciencias, WOS, entre otros.

Hace poco serví de jurado de los trabajos finales de una asignatura de un profesor amigo, empezamos a las 8:00 a.m., y terminamos de calificar a las 3:00 a.m. Este tipo de cosas son ocultas a nuestros ojos y a los ojos de los mismos estudiantes. Si lo supieran, tal vez, valorarían más a ese o esa Juana que se pone al frente de una pantalla buscando de mil maneras que le presten atención. Ver los cuartos de los hijos, las salas y hasta el cuarto de ropas o patio convertido en un salón que en la antigua normalidad pensaríamos que es un estudio de televisión, asombra. Dos cámaras, un tablero acrílico, una tablet, el celular y el computador, todo para que los estudiantes “paren bolas” y logren ser mejores profesionales que nosotros. Benemérita profesión, la profesión docente.

"Gracias, profe", "gracias, inge" y "gracias, doc" por dar lo que a veces no dan ni a sus propios hijos: su valioso tiempo, habilidades, destrezas y conocimiento.

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