Dj Lu, el irreverente grafitero del paro

Dj Lu, el irreverente grafitero del paro

Colgado en andamios, busca cualquier pared para convertir su grito de protesta en obras de arte, efímeras, porque permanecerán hasta que llegue la orden de borrarlos

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agosto 01, 2021
Dj Lu, el irreverente grafitero del paro

El arte, la adrenalina y el riesgo se entremezclan en cada una de sus pintadas. Usa una máscara de gas para protegerse de los gases de la pintura en spray y al mismo tiempo mantener el anonimato. Se para en frente de una pared cualquiera de Bogotá y la mira de la misma forma en la que un escritor mira una hoja en blanco; calcula e imagina con sus ojos de artista, arquitecto y fotógrafo, pero sobre todo, con su alma de grafitero. El resultado: un fiel retrato de Nicolás Guerrero o ‘Flex’ de más de un metro en una pared negra y lila, un homenaje a uno de sus ‘panas’ grafiteros que fue asesinado en Cali en medio del paro nacional. A su lado, una leyenda que dice “Me mató el Estado”. Como ese, cientos de rostros de víctimas en todo Bogotá: ese es el arte de DJ Lu, inmortalizar a los ‘don nadie’.

Después del 28 de abril en Colombia las estatuas tradicionales empezaron a caer. Mientras Sebastián de Belalcázar, Simón Bolívar y otros 12 tantos eran tumbados en diferentes ciudades, el arte de calle empezaba a hacerse protagonista; tanto como para desatar una guerra por la pintura, una pelea entre las decenas de mensajes de auxilio y críticas al gobierno y el color gris que oscureció las vías principales de Cali y Medellín. Un juego del gato y el ratón en el que el llamado “ARTivismo” terminó haciéndose protagonista.

En ese juego está DJLu, a.k.a Juegasiempre, desde hace 15 años. En el Monumento a los Héroes, por dar un ejemplo, que dejó de ser un homenaje a los ejércitos para convertirse en un testimonio vivo del estallido social, tiene más de una obra. La cara de Duque con un tapabocas en los ojos, resalta entre las decenas de carteles que ahora cubren la tradicional estatua. Como ese, montones más relatan el lado crítico que quiere comunicar en su serie de actualidad política: Diego Molano vestido como Nazi y su frase “Maquinas de Guerra”, Vicky Dávila con el logo de Semana representado con las SS Nazi, Diego Cadena acompañado de Uribe con cuerpos de rata por el recordado escándalo del "abohámster" y otros carteles ingeniosos más que hablan por sí solos.

Aunque no lleva la cuenta (porque le parece patético en ese espíritu irreverente que parece tener) está prácticamente seguro de que en todo Bogotá hay más de mil obras con su sello; entre murales, stickers y señales. Desde pequeños, de medio metro, hasta cosas enormes como el mural más grande de Colombia en el centro de Bogotá, el rostro de unos niños de 100 metros de alto. Sus protagonistas suelen ser personajes de la vida cotidiana y tiene una larga obra llena de homenajes a líderes sociales.

Es obsesivo, está en lo más mínimo y en lo más rimbombante, asegura que en la calle hay que ser insistente, aparecer por todos lados. Lo pequeño le parece mágico, lo compara con encontrarse un secreto en la calle que te habla directamente y te pone a pensar, o te da una patada en la cara, como lo dice él mismo.

Su técnica es el esténcil, un tipo de pintura a partir de una plantilla, calco o "trepa" con un dibujo recortado que le permite reproducir en serie los retratos que diseña. En algún otro poste está otro de sus pictogramas en el que representa una copa de cóctel donde el tradicional palillo pinchando una cereza es cambiado por un fusil, así intenta decir que las guerras las deciden las élites, sin necesidad de mancharse de sangre. Es audaz.

Se la pasa cuestionando a los ídolos comerciales que impone la publicidad mediante retratos de aquellas personas que para la mayoría se han vuelto parte del paisaje. Así ha retratado a niños, adultos, líderes sociales como Francia Marquez, a la señora de los tintos, el que hace skate, el niño, incluso el ladrón de esquina, en Los Ángeles, Miami, Perú, Barcelona o Bremen, en Alemania.

Su trabajo está hasta en el reconocido Distrito Graffiti de la zona de Puente Aranda en Bogotá: 7000 metros cuadrados llenos de graffitis en los que junto a Dj Lu han participado cerca de 125 artistas urbanos de Corea, Irak, España, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, México, Brasil, Perú. Y artistas de todo el país: Cartagena, Medellín, Cali, Pasto. El arte urbano lleva años consolidándose en la capital colombiana y las protestas han ayudado a masificarlo.

Bogotá tiene una de las colecciones del mundo más grandes de arte urbano en la zona industrial de Puente Aranda. Foto: Leonel Cordero

Durante el paro en las paredes no han chocado las palabras. Contra el fenómeno de las grandes letras y mensajes de auxilio ha peleado la pintura gris y blanca. Los muros se han vuelto un territorio en disputa en el que se enfrentan extremos que llevan décadas sin reconciliarse. El letrero gigante que consigna "SOS genocidio Colombia" en el caño al frente del Movistar Arena, en el que participo Dj Lu, ha logrado salvarse. Los “Estado Indolente”, la cifra de los 6402 falsos positivos o el “Paren el Genocidio” en Cali o Medellín no contaron con la misma suerte.

A pesar de esto, Dj Lu asegura que aparte del comentario por twitter, instagram o un madrazo en la calle, nunca se ha sentido amenazado por hacer su arte. Cree que en Bogotá hay una cierta libertad de expresión. En pleno paro, en una esquina de la séptima con cincuenta y tanto, pintó un graffiti que dice "Duque hijueputa, renuncie" un mural que después de cuatro meses, sigue ahí. Asegura que cuando los tapan también se está dando un mensaje: que el graffiti dolió y es una “verdad en la cara”. Borrar, asegura, es un conflicto, una forma de callar la voz y piensa que en vez de eso, los del otro lado deberían hacer algún graffiti mejor que represente lo que ellos creen.

Sin embargo, prefiere las discusiones en el muro, pacíficas, a ‘la bala y el chuzo’. Siempre será mejor una pared pintada de gris a un balazo a alguien por pensar diferente. Sabe que su mural podrá durar una hora o un día, un año o tres meses y le parece válido. El arte urbano, asegura, es solo comparable con la vida: de corta duración, cambiante, envejecido por el tiempo y ahí encuentra lo mágico, la democracia de la calle.

 

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