Divide et impera
Opinión

Divide et impera

Las mujeres se apoyan en dos fortalezas que el mismo sistema patriarcal les ha dado para sobrevivir en él: una es una manera de ser y la otra una manera de estar

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mayo 30, 2023
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La feminidad tradicional como parte de un engranaje social milenario que sostiene jerarquías y privilegios, normas, límites, identidades y conductas para unos y otras, es tan importante como el concreto, que da forma y sostiene la estructura, en este caso, a la del patriarcado. Lo estabiliza. La configuración psicológica y sociocultural en las mujeres, de lo femenino tradicional, ha sostenido por siglos la injusticia y la desigualdad, con poca autocrítica y en términos generales, con la convicción profunda en cada una, de estar contribuyendo a un buen fin, a una sociedad ordenada, “como debe ser”.

Para que esa feminidad tradicional sobreviva y al mismo tiempo sostenga y reproduzca tan in-noble sociedad, necesita que las mujeres se apoyen en dos fortalezas que el mismo sistema patriarcal les ha dado para sobrevivir en él: una es una manera de ser y la otra una manera de estar. Su identidad de cuidadoras, a las mujeres les atribuye per se una supuesta cualidad bondadosa. Se presumen buenas, decentes, amables, dulces, empáticas, fieles y leales, con una alta inteligencia emocional que les permite anticipar necesidades y cubrirlas con condescendencia y complacencia.

Para estar acorde con esa identidad se ha demostrado como sonríen más, hacen mejor contacto ocular, escuchan más y mejor, tienen memoria emocional alta, son muy buenas intérpretes emocionales y lingüísticas; traducen rápidamente señales verbales y corporales apenas sutiles y las convierten en órdenes que cumplen con rigor y eficiencia. Como radares están atentas permanentemente para fortalecer los vínculos, hacer amables los ambientes, minimizar ruidos sociales y evitar confrontaciones. Su única aspiración, lo que las debe realizar es cuidar. Nada de aspiraciones personales, minimizar sus necesidades, capacidades y derechos es loable, el summum de su perfecta feminidad.

Hasta aquí las hadas madrinas. Desafortunadamente hacen la guerra a otras mujeres para poder mantener el orden social y sobre todo su lugar en dicha estructura social. Entonces surgen las maléficas. Hadas y maléficas se conjugan y férreamente reproducen la iniquidad misógina del machismo estructural, léase patriarcado, para quienes aún no relacionan debidamente los conceptos.

Las mujeres que no cuidan de otras mujeres, que no son capaces de construir complicidad con las otras mujeres, que no son leales a ellas, no muestran respeto por sus diferencias, preferencias, afecciones y afectos, clase o raza, o no son empáticas con sus aciertos o desaciertos, ideas y creencias; están jugando en el patriarcado. Son más que cómplices. Son violentas porque son patriarcales, misóginas. La violencia simbólica, la no criminal o delictiva, unas veces sutil, encubierta y otras veces abierta, mata mujeres socialmente, reduce, vulnera, excluye. Las fumiga, las decreta deseables o indeseables y reduce su humanidad. Mujeres violentas. Soterradamente violentas.

Recordaba un taller que hacía en distintos colegios de la ciudad hace años, en los cuales siempre emergía un estereotipo a propósito de hadas y maléficas y que habla de esa división entre buenas y malas. Las mujeres deseables para estas adolescentes se describían como lindas, queridas, graciosas e inteligentes (nótese el orden). Y las indeseables eran feas, gordas, promiscuas y bravas. Nótese el orden es este grupo también.

Los ejemplos de violencias de las mujeres contra las mujeres abundan y son motivo de consulta porque lesionan fuertemente la salud mental de aquellas que han pasado por el influjo de mujeres maléficas. Basta ver cómo ha sido frecuente, mucho más de lo imaginable el trato de suegras a nueras; patronas a empleadas domésticas; madres a hijas; jefas a subalternas, y el de las esposas a la novia del esposo infiel - “la otra”.

¿Cómo lo hacen? A menudo a través de la agresividad indirecta. Chismes, falsos o ciertos pero desdeñosos, críticos y descalificadores; habladurías a las espaldas; exclusiones sutiles, encubiertas, o las menos de las veces, en grupos de mujeres supuestamente empoderadas, exclusiones abiertas y llenas de silencios, condenas infames que impiden conversaciones honestas para tejer.

Para sumar a esas agresiones indirectas la conducta maléfica es negada. No aceptan ser competitivas, tener rabia, ser hostiles e incluso agresivas. No aceptan esos rasgos y en consecuencia los mantienen y horadan impunemente la red de relaciones femeninas solidarias, tan necesarias para contrarrestar el efecto perverso de romper el precario tejido social de las mujeres para que se cuele y campee el poder hegemónico de los varones y mujeres machistas.


Esas maléficas son envidiosas, competitivas, celosas del poder de otras. Chismosas, tienen miedo de ser marginadas y abandonadas


Esas maléficas son envidiosas, competitivas, celosas del poder de otras. Chismosas, tienen miedo de ser marginadas y abandonadas. Las diferencias con otras mujeres son amenazantes para ellas. No saben ser leales, no se la juegan por la otra y condenan de antemano a su congénere si ésta se atreve a romper la cacareada “armonía” que no es más que el contubernio entre el desdén y el deseo de controlar lo desdeñado para su propio beneficio. Son relaciones identitarias de género, que feministas o no, tienen tatuada en el alma por efecto del orden patriarcal, del que no se desprenden nunca, porque les da poder, mucho poder.

¿Para qué la agresión indirecta? Para mantener un lugar en el mundo. Atención, no dije SU lugar en el mundo. No. Es EL lugar, el asignado. El conveniente, no el auténtico. Generalmente los lugares auténticamente vividos por ciertas mujeres son vistos como transgresores y son denostados con envidia y sevicia, soterrada por supuesto. Así que estas maléficas lo son para sacar ventaja del poder sexual masculino, de sus recursos y de sus supuesta protección. Y sin son feministas rabiosas, les digo “bigotudas”, son maléficas porque aprendieron muy bien cómo mantener a raya a la diferente, copiaron todas las formas de dañar, menospreciando y excluyendo para no poner en peligro su espurio poder, como el del guerrero victorioso pero mutilado.

Es triste constatar en las relaciones amistosas, profesionales y familiares de muchas mujeres esas agresiones indirectas y sus efectos. Duelen y hacen daño. La inhumanidad de las mujeres con otras mujeres es el ejercicio cotidiano del mandato patriarcal: divide et impera.

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