Diálogos con Mateo Malahora, el defensor del pueblo

Diálogos con Mateo Malahora, el defensor del pueblo

Un texto en memoria de quien fue un hombre de paz y de acciones humanas, y un intelectual a favor de los derechos humanos

Por: Julián Andrés Valencia Fernández
septiembre 04, 2020
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Diálogos con Mateo Malahora, el defensor del pueblo

“En las acciones de la vida, hay que aprender a caminar con los enemigos, pero sabiendo que la única forma de vivir en un mundo tan cavernícola es respetando al otro como si fuera tu hermano”. Este fue un breve pensamiento que ayudamos a construir en un proyecto que verbalicé como libro (llamado Educación para la paz vs poder) y que se fue proyectando como la necesidad de que nuestro país tenga la posibilidad de una paz que garantice el humanismo y la justicia social.

Él y yo compartimos un número importante de escenarios, por lo que recordaré algunas anécdotas y recuerdos:

- Él hablaba de la construcción de paz desde su experiencia como defensor del pueblo, a pesar de que ayudar a que se desmovilizara el M-19 y el Quintín Lame le significó tener que irse exiliado a Canadá porque lo iban a asesinar. “Triste que construir momentos de paz se convirtiera en una cacería de brujas, me avisaron estando en Popayán que me iban a matar. Minutos antes logré salir y alcancé a ver dos camionetas que iban por su objetivo. Con la misma ropa llegué al consulado y sin nada entre las manos me tuve que ir”.

- “Estoy cursando un posgrado en educación, pues creo que la paz tiene un componente importante en el educarse”. Mateo se fue a la Universidad de Manizales y enamoró a la comunidad educativa. Recuerdo que un viernes lo ayudé a enmascarar casi cien copias de su libro Coordenadas Poéticas en el baúl trasero de su Nissan Sedan color blanco. Tenía más fans que Maluma, le decía yo.

- “Buenos días señoras y señores, les vengo a vender un libro, hoy se los dejo en promoción”, decía, con mochila al hombro, cuando comenzó a subir al transporte público. Con esas palabras comenzaba a interactuar con la gente. Además, preguntaba "¿les gusta la poesía?", para luego decir "levanten la mano"; esto mientras iba pasando el libro de la caratula azul con el que había sido galardonado en varios países. "¿Cuántos vendiste?", le pregunté un día, a lo que me contestó: “Los libros no se deben hacer para vender sino para regalar”. Hasta hoy no sé si fue un llamado a todo el marketing a mi proyecto, pues yo sí los vendía; sea como sea, esas palabras identifican plenamente a quien era mi interlocutor.

- “Cuando me dio el infarto, pensé: ¿será que alcanzo a llegar al hospital? Sudaba como en una maratón y sentía como un elefante que se me había subido encima, manejé hasta que pude hacerlo, luego cuadré el carro, eso sí muy bien y le dije al taxista que me estaba infartando, pero la cara de él tenía más angustia que la mía. Finalmente llegué y me dijeron que me iban aplicar una inyección que me podía dejar ciego o causarme una hemorragia masiva, ¿acepta?, riéndome les conteste que sí. Luego, cada 5 minutos, le decía a los médicos, no estoy ciego, ese medicamento no está actuando". Ay, solo Mateo Malahora era capaz de burlársele a la muerte.

- Alguna vez, en su apto en Trigo y Canela, con una guitarra destemplada que reposaba en un sofá de su sala, comenzó a contarme de su vida política. Pienso que esa biografía de su accionar profesional y político es una memoria histórica para el departamento del Cauca que debe reposar como el reconocimiento de un hombre que le entregó muchos años de su vida a la paz, en los que prefirió sacrificar su tiempo y su familia, tratando de que se materializara un país con justicia y donde las acciones humanistas fueran un referente cultural.

- Tuve la oportunidad de pasar año nuevo con él en sus dos últimos años de vida y en esas reuniones familiares nunca dejó de darnos una cátedra de lo que en realidad debería representar un Estado social de derecho. Para mí se fue el hombre más coherente y honesto de la acción pública que tuve la oportunidad de conocer. Mis proyectos de educación y paz tienen su impronta.

Él fue un hombre de paz y de acciones humanas, también un intelectual a favor de los derechos humanos. Hay muchas anécdotas para contarles, pero recuerdo que me decía “no escribas en los diarios tesis doctorales, eso tan extenso no lo lee sino un desocupado como yo”.

Gracias Jorge Muñoz Fernández por tantas enseñanzas. Tus familiares y amigos siempre te llevaremos en el corazón...

Paz en tu tumba.

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