De los afectos y la hipoteca inversa

De los afectos y la hipoteca inversa

"El Estado enmascara su acción de abandono tras el velo narrativo de tecnicismos financieros, disimulos léxicos y la pose de benefactor de abuelitos"

Por: Fernando Baena Vejarano
junio 18, 2020
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De los afectos y la hipoteca inversa
Foto: Pixabay

Hay lenguajes y no solo de palabras los hay. Los hay de gestos. Nos vivimos enviando mensajes los unos a los otros, mensajes que no siempre salen ni se reciben de manera muy consciente, pero que se emiten y se reciben con igual eficacia que cuando se dicen cosas. La propuesta en Colombia, en el año 2020, de la ley que el Estado colombiano promueve, bajo el gobierno uribista del presidente Duque, es uno de esos gestos cuya semántica merece estudiarse. Más allá de la discusión sobre sus méritos o defectos como herramienta financiera hay un aspecto sicológico y afectivo que contiene el gesto político de proponer que los mayores de sesenta y cinco años se las arreglen como puedan con lo que buenamente hayan adquirido, ahora que el Estado se desentiende de velar con equidad por el derecho constitucional a la felicidad ciudadana y ahora que la valoración social del adulto mayor es proporcional a su capacidad productiva en una cultura neoliberal.

La familia era un bien primordial, ¿nos acordamos todavía de eso? Los seres humanos, a partir del ejercicio de la paternidad y la maternidad, aprenden a entregar su energía, tiempo y frutos de su trabajo a sus hijos. El primer símbolo de esa entrega, la leche materna y el cobijo paternal, vino seguida de alimentos, ropa, gastos educativos y, finalmente, herencias. Clásicas o alternativas, monogámicas o no, nuestras familias son un asunto de mamíferos. No somos reptiles ni insectos que dejan a sus hijos a su buena suerte. Cuidamos. El ser humano es un ser que cuida. Mamífero, el Homo sapiens no solo vela por sus críos expresando su afecto mediante gestos alimenticios y actos de agresión o defensa respecto a posibles enemigos del clan reproductivo, sino también regalándoles juguetes, ayudándoles a encajar en la sociedad de tal modo que puedan sobrevivir en ella; y en la sociedad moderna no solo intentando ser ejemplares y educándolos, sino también pagándoles su educación formal.

En las sociedades más rurales que urbanas el aseguramiento del buen porvenir de los hijos se fiaba de la cesión de ganado, casa y tierras de cultivo, como sigue siendo en el campo. El afecto paterno se expresaba y expresa desde tiempos inmemoriales no solo como palabra cariñosa, abrazo y cobijo, no solo como pan y escuela, sino también como cesión de hacienda. Y lo retribuían los hijos como amor filial del mismo modo, mediante cuidados al anciano en sus nuevos hogares y en compañía de los nietos. Todo esto era y sigue siendo una gestualidad de lealtades y amor familiar recíproco entre padres e hijos. No deja de serlo porque estemos en pleno siglo XXI, cuando ya la actividad social urbana no gira alrededor de lo agrario ni de lo industrial, sino de la liquidez de las relaciones y de lo informático. Somos lo que hemos sido en un alto grado. El amor para este mono desnudo que somos también es comida y herencia.

De la familia al Estado hubo un largo trecho, pero las reciprocidades afectivas se ampliaron también a la relación entre el líder comunitario y sus protegidos. Se suponía que el amor y lealtad a la comunidad fueran recíprocos como amor del jefe de tribu a su poblado, del rey a sus súbditos, del presidente a su pueblo (y no solo a sus electores de su mismo partido). Cuanto más grande el grupo más lejana y distante se volvió la relación entre el individuo y sus dirigentes. El afecto se desdibujó como norma y deber de parte del ciudadano; como autoridad, amenaza de castigo, imposición tributaria, represión; de parte del monarca, del presidente y del tirano. La relación se tornó de tire y afloje, no de mutuo reconocimiento y valoración. El ciudadano paga impuestos con desgano e inconciencia respecto al buen uso social que debiera tener su aporte, el Estado lo vigila y castiga, cuando no roba, malgasta y se corrompe. Cada uno intenta dar lo menos que pueda al otro, o de robarle. Psicológicamente el padre o madre estatal dejan de amar a su hijo y este a su protector. La institucionalización de las relaciones entre protectores y protegidos se convierte en un lazo formal. Este matrimonio no logra preservar el amor al intentar expandir las afectividades familiares a las comunitarias, sino que fracasa en ello. El contrato social se corroe y surge otra lógica, la de la mezquindad mutua.

Sin embargo, los vínculos mamíferos y primates de los que vienen las relaciones sociales y afectivas entre seres humanos no solo se establecen a partir del alimento y del cobijo, sino también del deseo de donar placer al otro y de recibirlo. El sentido animal del acto sexual bien puede ser (de parte del macho), simplemente desfogar una necesidad eyaculatoria; pero el homo sapiens tiene orgasmos. Estos son mucho más que una eyección de materia líquida. Son el inicio de un éxtasis neuroquímico y endocrino complejo, origen y a la vez efecto de una experiencia emocional que se conforma como amor hacia una o varias parejas, sensación de intimidad, apegos y preferencias relacionales y sexuales. El deseo sexual se conforma amorosamente con mucha frecuencia y tanto más cuanto más sofisticado cultural e intelectualmente es un individuo o una sociedad. Ese afecto alcanza sutilezas emocionales que pueden llegar a algo más que al deseo, tomar matices espirituales y conformar una solidez que trascienda sus bases reproductivas y hormonales. Hasta se vuelve amor fraternal y feliz entre cónyuges de la tercera edad. La expresión de este ideal para el caso de la familia monogámica es el gesto amoroso de la constitución legal de una sociedad conyugal, con sus implicaciones financieras y testamentarias.

¿La hipoteca recíproca afecta estos gestos?, ¿promueve el deterioro de los afectos recíprocos?, ¿qué conversaciones tácitas o explícitas, verbales o gestuales, está generando en las familias colombianas la posibilidad de que los padres deshereden de bienes inmuebles a sus hijos? Inclusive si ciertos hijos hubiesen recibido ya abundante inversión en su educación, ¿no esperan acaso el consuelo afectivo de una propiedad para el momento en que sus padres desaparezcan de sus vidas?, ¿no es una casa o apartamento un valor no solo financiero, sino psicológico? ¿Y los padres no esperaban simbolizar, consciente o inconscientemente, su afecto y necesidad de dejar algo perdurable en el mundo, legando no solo hijos a la vida, sino propiedades a sus hijos?

Pero volvamos al gesto estatal y a su temple, más patriarcal que matriarcal. De familia a clan a tribu a monarquía a Estado republicano o tiranía, la relación entre individuo y sociedad va significando cada vez más un contrato de deberes racionalmente contratados: el servicio militar, el pago tributario de una parte, y la oferta de empleo, educación, “progreso” y seguridad social del otro lado. Las derechas pondrán la responsabilidad de actuar generosamente más del lado del individuo, las izquierdas más del lado del Estado; un Estado desentendido de la igualdad de oportunidades de ascenso socioeconómico competirá con un Estado concebido como un potenciador de oportunidades justas y equitativas; el uno afirmará que la suerte de una persona depende sobre todo de su pujanza y voluntad de superación, el otro recalcará que no hay pujanza que estadísticamente sea lo suficientemente poderosa como para que todos se vuelvan ricos en una sociedad hecha de reglas tales que una cantidad limitada de energía y recursos quede siempre en pocas manos (manos siempre ambiciosas de mayor poder y riqueza). El abanico ideológico de colores va del paternalismo mínimo al extremo, tomado el concepto de paternidad como sinónimo de protección. El neoliberalismo, la globalización y los poderes transnacionales y multinacionales enredan las distinciones originales hasta hacer brumosa la diferencia entre la derecha y la izquierda, sutilizando cada vez más pero con mayor eficacia los poderes de vigilancia y control sobre los individuos, que pasan a convertirse en entidades productivas, que ya no personas.

La hipoteca inversa llega entonces a decenas de países y finalmente a Colombia. El gesto del Estado le dice al adulto mayor:

 No me hagas responsable de ti; tú fuiste siempre el único responsable de tu futuro. Ahora que ya no tienes pensión o no te alcanza para nada, ahora que eres más vulnerable que nunca por salud y por capacidad productiva, ahora que te sientes más solo y afectivamente inseguro porque no tuviste hijos o ya se fueron de casa, recuerda que siempre pudiste ahorrar más dinero en los fondos de pensiones y gastar menos en vacaciones y diversiones. Si tus hijos no te dan lo que necesitas, es culpa de tus hijos que estés pasando trabajos o vivas en la pobreza, oculta y de la clase media o suburbial o rural. Tal vez no quieran, o no puedan darte lo que necesitas. Ya no hay casas con suficientes habitaciones, ya no hay familias extensas con yernos y nueras compasivas con sus familias políticas, ya no hay abundancia de comida y tierra como en las sociedades agrarias que permitían ampliar casas e incluir ancianos; no tenemos ancianatos suficientes, ni públicos ni privados, pero no me eches la culpa.

Ese no era mi deber contigo. Tu deber conmigo era tributario, militar y jurídico. Gracias a eso no estás multado ni en la cárcel. Confórmate con eso. No eduqué a tus hijos, sino que les impuse créditos de estudio universitario. En pocos casos les di estudios básicos públicos. Pero aprovechemos que tienes casa propia. Lo entiendo, sí, te tomó hasta treinta años pagarla, a elevados intereses. Pagaste varias veces el préstamo que te hicieron mis bancos para que la compraras. Te la quitaré en mucho menos tiempo que el que invertiste en obtenerla. ¿Pero qué le vamos a hacer? Seamos realistas, pragmáticos. No tengo o no quiero invertir en ti, y menos a la mitad de una pandemia global. No me atrevo a buscar recursos empresariales para ayudarte: podría perder el apoyo electoral de las familias dueñas del país. No necesitarás tu casa una vez muerto y eso no ocurrirá dentro de mucho sino poco tiempo. Quizás tus hijos no te estén siendo de gran ayuda. Presiónalos para que te ayuden más so pena de desheredarlos, o toma venganza por no haberte ayudado más, firmando con nosotros. Les darás toda una lección, como te la estamos dando ahora nosotros por no haber sido más precavido, o no haber podido serlo. En cuanto a tu pareja o cónyuge, no la echaremos del predio hasta que muera. No tengas en cuenta qué tan fácil o difícil será para tus hijos recuperar el bien, eso no es asunto tuyo.

Toda una narrativa gestual se opera de inconsciente a inconsciente entre el Estado y el individuo, que no es menos real que un desplante tácito o una agresión pasiva entre personas. El Estado enmascara su acción de abandono tras el velo narrativo de tecnicismos financieros, disimulos léxicos y la pose de benefactor de abuelitos, gran mecanismo de defensa para no tener que ver su propia sombra.

¿Y qué pasará con el adulto mayor, afectivamente hablando? El individuo se llena de rabia, una rabia consciente o inconsciente que viene acumulando como sensación de injusticia en la relación que estableció con su entorno. Porque mal que bien luchó toda la vida para sacar adelante a sus hijos...y si no tuvo hijos porque aportó al progreso social mediante su trabajo. Esa rabia se proyectará tan pronto como se pueda a algún discurso antiestatal, antigubernamental o antipolítico, y tendrá su expresión más tarde sin duda. O la heredarán sus hijos, en una constelación familiar de desconfianza hacia el Estado, las élites y las clases gobernantes, que tiene ya más de cinco siglos en la américa hispanohablante. Una rabia que ya se ha moldeado como guerras civiles y guerra de guerrillas, narcotráfico y Estado paramilitarizado. Una rabia que no estamos justificando que se vuelva violencia, sino que estamos intentando sicoanalizar, describir.

Por muy mala que haya sido la relación de un padre con sus hijos, nunca llega el momento de la muerte sin que haya un deseo, conciente o no, de dejar las relaciones sanadas y cerrar el ciclo, en un tono de perdón y paz para ambas partes. Lo sabía Elizabeth Kubler Ross, la especialista en enfermos terminales. Ergo la venganza de desposeer de su herencia al hijo irresponsable no es saludable para nadie. Todo ser humano necesita saber que ha sido amado incondicionalmente y que ha amado con desinterés, y eso más que nunca cuando llega el acto de conciencia autoreflexiva que implica ver morir o verse morir, ver enfermarse o enfermarse.

¿Queremos una política de Estado que justifique tal maltrato? Y en el caso de los buenos hijo,s ¿queremos que sus padres se queden sin la satisfacción de dejarles comodidades que ellos mismos no recibieron o también recibieron de sus propios padres?

Por cierto, generación tras generación se producen escalamientos socioeconómicos. El campesino pobre se traslada a la ciudad, trabaja duro, compra inmuebles y se los deja a sus hijos para que ya no tengan que afanarse por conseguir para el arriendo, y esto les permite a ellos tener holgura para proveer más comodidades educativas, bienes culturales y espirituales a sus hijos, los nietos del primero. Así se produce el progreso social. Obligar a los hijos a empezar de cero es empobrecer a las generaciones siguientes, o por lo menos retardarlas en su posible avance.

Pero no hemos considerado más consecuencias. No solo hay hijos y cónyuges, hay otros y múltiples posibles herederos. Sobrinos, hermanos, tíos. Todos ellos pagan el pato.

La bofetada de la ley de hipoteca inversa va mucho más allá de una discusión financiera, como se ha indicado aquí. Y la única lógica tras la medida es la argumentación financiera, que siempre beneficia a los sectores sociales que gobiernan y que manejan el capital que los sostiene en su lugar de privilegio. Lo que esto implanta es la violación constitucional del mandato de velar por la vida, honra y bienes (óigase bien, bienes) de los ciudadanos. Forzar hipotecas bajo circunstancias de extrema necesidad no debe catalogarse como un acto de libertad de los adultos mayores. Una libertad bajo coerción no es tal. Es un robo simulado.

Los afectos no entran en esta lógica gubernamental de evaluar y tomar decisiones, pero eso se percibe como lo más natural en una sociedad patriarcal. No es la sensibilidad femenina, materna, la que se juega. Si tuviéramos matria en vez de patria otra sería la sensibilidad de hombres y mujeres que, usando su lado femenino maternal, más que el frío y eficientista, financiero, se preocuparían por exigir que el Estado transmita un mensaje de que le importamos, no de que se nos desecha porque le olemos a podrido.

Hoy son los de tercera edad, mañana serán otros los sectores sociales por otros motivos. La red social se desquebraja. Independientemente de si una persona se siente aliada del uribismo o del petrismo, la protección del adulto mayor es una cuestión de seguir humanizando nuestra vida política como colectivo. No somos humanos. Nos estamos humanizando a punta de ética. Y la ética trasciende la filiación política. Pudo haberse inventado la hipoteca inversa un gobierno de derecha o de izquierda o de centro; igual sería nuestra crítica.

La inteligencia artificial y la robotización de la producción de bienes, servicios, administración social e información va a generar más desempleo. ¿Qué se inventarán las organizaciones mundiales “filantrópicas”, cada vez más privatizadas, y cuales componendas transnacionales se urdirán, para segregar y justificar narrativas de abandono hacia nuevos sectores, ya no de adultos mayores sino de jóvenes productivos? ¿Cómo obligarán a los gobiernos títeres de la banca mundial a adoptar esas otras medidas de exclusión y desapropiación? Pero será más grave: la ingeniería genética, la hipervigilancia sobre los hábitos, actos, lugares de traslado, preferencias de consumo y hasta (ojalá no) estado de vacunación nos exigen más conciencia reflexiva y desobediencia civil pacífica que nunca.

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