De la vallas de Barranquilla y el arte conceptual

De la vallas de Barranquilla y el arte conceptual

El espacio urbano y la conciencia pública parecen más cerca que nunca. Una perspectiva

Por: Carlos Tamara
septiembre 23, 2020
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De la vallas de Barranquilla y el arte conceptual
Foto: Pixabay

Recientemente las vallas en Barranquilla están siendo objeto de su transformación en obra de arte; de su conversión de publicitarias en puro arte conceptual de la mejor calidad que se haya visto. Es impresionante la belleza que se presiente.

El movimiento parecería estar rescatando el espacio urbano a la conciencia pública. Por más confuso que eso parezca no es refractario a las explicaciones correspondiente que aquí intentaré.

El arte conceptual es una de las expresiones más elaboradas, casi tiernas, a las que ha llegado la pureza abstracta de las concepciones humanas. Puede decirse que el arte conceptual hace carrera con aquella otra lucubración que desarrollara Umberto Eco con su famosa Opera Operta; traduzco, Obra abierta: una obra que pueda ser leída desde las perspectivas de la libertad, y cada cual pueda tomar de ella lo que le engrandece.

Pero como lo que estoy haciendo es complicar más la situación iré entonces paso a paso.

Las vallas de Barranquilla se han desmaterializado. En algunas de ellas de más reciente postura el material que pudiera llamarse tóxico porque afeaba los olores de la ciudad ha sido quitado y dejado traslucir solamente la belleza del metal.

La obra tal como estaba quedando, hasta cuando la vi, es una mole según mi lectura de planos metálicos, que simulan espejos (¿o serán grandes superficies comerciales donde se negocian los rostros?), donde en primer plano aparecen los ciudadanos sin ocultar el cielo; sirviendo de colofón el diáfano brillo solar barranquillero que hiere la vista. Más sutilmente los planos son una comprensión topológica que podría ser un toroide de revolución pues tiene la propiedad de estar saliendo cuando en realidad se está entrando y viceversa. La construcción colectiva del pueblo barranquillero es una obra agresiva decidida de restitución del cielo, la paz del lugar, otra forma de sostener la topología.

Claro, ahora, no se sabe cuánto tiempo soportarán quienes quisieron usar mal las vallas esa solidez tan escultural del brillo, ese translúcido clamor atómico, que significa de plata el paisaje prístino del Caribe colombiano.

Puesto así creo que ya se sabe con tales plumazos qué es lo que quiero decir. Ahora procederé de manera más sistemática.

Efectivamente el arte conceptual pregonaba una desmaterialización de la obra de arte. Uno ve las obras de René Magritte, su pionero belga en Francia, y encuentra que en una supuesta efigie de algún personaje ignoto carcomido por las sombras aparece un hueco que deshace la figura dejando un boquete donde surgirían unas nubes del cielo y el azul molecular de nuestro planeta. Claro, las nubes también son un llamado al clímax de la desmaterialización debido a su fugacidad imperecedera.

Cualquiera podría decir en la interpretación que de Magritte hace el pueblo barranquillero que prefiere ver reflejado en la valla su cielo, que no hay figura suficientemente connotada que le de la talla al transparente cielo de Barranquilla.

Y ahora recuerdo esa canción que podría ser un brillante corolario:

Lunita barranquillera / yo conozco tus secretos/…

Yo la he visto besarse en la arena…

Tiene amores con el río/ Con el río Magdalena…

¿Quién no recita allí un esplendor?

Y nadie puede negar ahora que esas vallas están significando lo que deben significar: la reapropiación político social y artística del espacio urbano, incluyendo algo que había estado pasando invisible, el cielo barranquillero reflejado en el espejo metálico de las vallas. Y en ese espejo, aparece el rostro de cada ciudadano retratado automáticamente por la valla.

Tal es la alegría que ese pueblo ha sentido con la recuperación de su espacio que ha bailado orgiástica y tribalmente alrededor de su obra de creación colectiva. Y se ha visto a sí mismo danzando, como siendo el protagonista de una representación, la representación de la toma, de la apropiación que querían usurparle. Y no se dejaron.

No se dejaron.

Seguro que nadie investigará quién ordenó erigir esas vallas.

Quien lo hizo seguramente intentaba evitar que se mirara como una obra abierta, en el sentido que Umberto Eco asignaba a la obra de arte, que fuera una forma de aporía bíblica que se abriera a la libre interpretación y el sentimiento de todas las pasiones humanas. Pasiones como el baile, la guachafita. Umberto Eco hablaba en términos semióticos. La semiótica como la suma de todas las historias donde, cual gigantesco hábitat de todos los imaginarios susceptibles, depositario del inconsciente colectivo donde cada cual lee según su mejor gusto y apreciación.

Uno de los defensores del arte conceptual, en este caso, el latinoamericano, Luis Camnitzer, en su obra Didáctica de la Liberación, defiende la obra de los tupamaros, como expresión suma del arte conceptual. Sostiene que con cada insurgencia tupamara dejaba de existir, aunque fuera instantáneamente, el concepto de Estado y de autoridad como expresión de concupiscencia.

Es obvio que tal desmaterialización tan súbita y milimétrica, que incluso apenas era metafórica, descubría la precariedad del equilibrio del poder. Es imprescindible sostener entonces que la clave está en que toda desmaterialización sugiere una rematerialización, aunque ésta sea tan difusa como el cielo, o tan aparentemente caótica como un baile tribal al frente de una valla; porque entre otras cosas, ¿quién ha osado sostener que no provenimos del caos?, ¿acaso no es precaria la untada racionalidad con que pretendemos barnizarnos de supuesto conocimiento? Si eso sostuviéramos, el pretendido rescate del que hablamos en Barranquilla tendría connotaciones cósmicas. La superación de un caos por otro que de por si conlleva una esperanza. Las masas serían ciegas, siendo que saben para dónde van.

Y ahora sale de bulto que este análisis conlleva la aparición de otro invisible en la obra de arte: su inscripción política. El arte como salvador del ser humano. En el caso de Magritte es sabido que prefería callar. Callar es casi siempre una denuncia. Magritte nunca aceptó que su obra significara algo, ni siquiera que hiciera parte de algún movimiento de vanguardia o cosa parecida. Igual, ¿cuánto tiempo ha venido participando callado el pueblo colombiano?, ¿no es acaso eso una denuncia?

Entonces uno ve en la televisión en las primeras acometidas que unos seres absolutamente libertarios, haciendo uso creativo de su mayor inteligencia emocional, en representación de la conciencia pública que abajo los ve y alienta desnudando el metal de las vallas y dejando al descubierto y de manera instantánea, no importa qué sucediera después, la mejor exposición en vivo y en directo del arte conceptual latinoamericano.

Barranquilla cual galería de arte.

Por argucias del arte quienes financiaron las vallas están obteniendo el pago de lo que quisieran merecer.

Nota. La obra de Magritte puede verse en YouTube. Con solo mirarla parecería diáfano mucho de lo que aquí no he podido descifrar. No se crea que lo de Magritte es inmediatamente diáfano, implica una reelaboración del arte descomunal.

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