Como hincha del Deportivo Cali, bella afición que nació desde niño con mi familia, no puedo desconocer que los años gloriosos del equipo se hacen muy lejanos: son simplemente el recuerdo borroso de una época llena de alegrías. Ya nadie se acuerda que peleamos dos Copas Libertadores, que sabíamos jugar a la pelota y que comprábamos buenos jugadores. Realmente, amigo lector, la institución hoy no le ofrece alegrías a la hinchada –la condena cada fin de semana al ridículo–, aprovechándose de un sentimiento que esta se va a llevar hasta la muerte. Año tras año el equipo se cae en los momentos más decisivos, siendo esa una constante que los directivos no se preocupan por erradicar. En otras palabras, se compite solamente para perder, cuando el objetivo no es otro que llenar las vitrinas de trofeos.
En este orden de ideas, a los directivos no les importa ganar en lo deportivo, simplemente lucrarse. Con su ambición manchan la rica historia que nos da el rótulo de escuadra grande. Si ellos vieron el partido contra el Tolima –que, dicho sea de paso, desde que nos ganó una estrella nos tiene de hijos–, en donde se vio la displicencia de algunos jugadores experimentados, algo que ya es habitual con todas las contrataciones que se hacen, deberían estar pensando en realizar cambios verdaderos: la reforma de su estatuto administrativo, por ejemplo, se hace una medida que ya no da espera. Es que el modelo administrativo que emplean resulta anacrónico, descontextualizado para lo que hoy se ve en el manejo de un club, por lo que resulta urgente acabar con la excedida democracia institucional que nos tiene de fracaso en fracaso.
Igualmente, se necesita acabar con los representantes-directivos que manejan las contrataciones del club, puesto que son ellos los que sacan dividendos de los fardos que cada seis meses nos hacen llorar. También son ellos los que promueven jugadores que no son tan buenos como para jugar en la primera división, pero que sacrifican domingo a domingo con planteles que realmente no aportan nada. Son estos los cambios que como hincha uno espera, consciente a la vez que ellos no se van a dar de buenas a primera: el negocio está en el chanchullo y en la venta de jugadores que se queman en dos partidos. Sin embargo, se los necesita, si realmente se quiere ver a un Deportivo Cali funcional y ganador, porque de lo contrario lo que se vio contra el Tolima se va a seguir repitiendo. Esa es la verdad.
Charles Dickens, el gran novelista inglés, dijo alguna vez que “cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender”. Son sabías sus palabras, porque es de la mano de la derrota que se emprende el camino hacia el éxito. Lástima que los dueños del Cali, que desde hace rato vienen fracasando, no aprenden nada con sus equivocaciones. Sin embargo, no deja de ser este es el momento para replantear muchas cosas, aunque la copa se haya rebasado miles de veces; la oportunidad que nos da la historia, por muy dolorosa que sea por como juega el equipo, para proyectar un futuro lleno de logros; el punto de inflexión para que los directivos, acudiendo al sentido común, piensen en la gloria deportiva y comprendan que un Club perdedor no es viable en ningún lado. Si quieren ver al equipo recuperar su rico pasado, pues que se trabaje únicamente para ganar: la mediocridad no puede ser una consigna institucional.
La ñapa. Marco Caicedo, el actual presidente del Cali, les dijo a algunos periodistas deportivos que veía al equipo con pinta de campeón. ¿Será que estaba hablando seriamente cuando dijo semejante mentira? Pura demagogia, como la que emplea Karim Gorayeb, el encargado de las contrataciones que hoy nos tienten haciendo un papelón. Ya es hora que estos dos señores piensen en alejarse del equipo, porque les ha quedado grande orientarlo y sacarlo de los fracasos que otras juntas directivas, cercanas a ellos, nos han heredado. No les duele para nada las humillaciones que recibe la hinchada: únicamente les importa lucrarse. Si fueran decentes, si quisieran al Cali, se alejarían cuanto antes de una institución que siempre fue modelo dirigencial.
