De cuando fui uribista y dejé de serlo

De cuando fui uribista y dejé de serlo

"Aunque era feliz cuando no sabía nada, cuando cuidaba y defendía mis certezas, que aunque equivocadas me hacían sentir segura, pasó algo que me cambió"

Por: Luz Margarita Cadavid Rico
mayo 07, 2019
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De cuando fui uribista y dejé de serlo

Hay historias que uno preferiría no saber por aquello de ''ojos que no ven, corazón que no siente'', aunque en este caso los ojos que vieron inicialmente no sentían ni porque vieran, historias que luego uno se siente obligado a contar porque aunque odió vivirlas y se odió por saberlas, o por tener que oírlas también de otros, se convierten en insolentes pero ineludibles espinas que uno tiene que permitirles entrar. Porque aunque duelan, ardan y mortifiquen, nos chuzaron por algo y entraron para quedarse.

Eso me pasa ahora todo el tiempo... vivo con muchas espinas así...

Era muy feliz cuando no sabía nada, cuando cuidaba y defendía mis certezas, que aunque equivocadas me hacían sentir segura... Cuando fui uribista, por ejemplo, vivía en una burbuja de mentiras que nos contaban y me contaba a mí misma... Decía que gracias a Uribe podía ir tranquilamente por las carreteras del país sin que nos asaltaran o secuestraran por el camino, cuando solo me importaba gozar del privilegio de estar en Bogotá lejos del monte, de la selva, de los caseríos perdidos en el mapa, de las guerrillas, de los paramilitares... Tildaba a los rebeldes de criminales delincuentes que dañaban nuestra "paz", cuando alguna vez antes de eso la vida me había dado sacudones pero yo no entendía...

El primero, recuerdo, fue un miércoles de Semana Santa en el que quise viajar a Medellín intempestivamente en la noche y no encontré tiquetes por tierra. Un conductor me dijo que si no me molestaba ir con él en la cabina, me llevaba. Yo acepté y viaje con él y su ayudante. El viaje sería en ese entonces de unas ocho horas por la autopista a Medellín... Hay que avanzar y cruzar parte del Magdalena Medio, zona ''candela'' en ese entonces porque la guerrilla podía aparecer en cualquier momento y yo ignoraba que los paramilitares también...

A la altura de Guarinocito, la flota saltó por encima de ''algo'' que estaba sobre la carretera. Yo alcancé a ver lo que parecía una cabeza, parte de un tronco con un brazo... y el conductor maniobró el bus que se desestabilizó un poco... Yo quería pensar que no vi lo que vi pero luego de que el conductor se echó la bendición, no tuve duda de lo que era...

Yo tenía como veinte años y él sintió pesar por mí. No sabía qué hacer para que yo me recobrara de la impresión que me dejó paralizada y casi muda. Me dijo que no había querido avisarme antes del impacto pero que él vio el cadáver desde antes, sabiendo que no podía parar, que nunca podía parar. "Niña, ¿no se ha dado cuenta de que venimos en caravana con otras flotas y que nos echamos pito en clave cada tanto para confirmarnos cómo estamos, sobre todo cuando estamos bordeando las montañas y no nos vemos bien? Entre nosotros nos cuidamos", me dijo. "¿De quiénes?", pregunté casi sin voz. "De los paramilitares que tiran los cadáveres de los guerrilleros a la autopista como escarmiento y como contando a los demás lo que puede llegar a pasarles, pero también de la guerrilla porque si llegáramos a parar nos asaltan. No había querido decirle, pero ya qué, ya tuvo que ver lo que vio".

Yo no había nacido en una familia de clase privilegiada, más bien muy poco privilegiada, pero estaba en la ciudad, lejos de esos horrores que solo escuchábamos en las noticias... Como muchas niñas de veinte años inconscientes, lo superé y lo olvide siguiendo con mi vida, tratando de escalar a un lugar de la sociedad tan alto en donde todos esos horrores quedaran lejos y abajo de mí, como debajo del bus...

Durante los años siguientes quise culpar a la guerrilla porque creía que sin ellos los otros no tendrían que llegar hasta donde llegaban... Y sí, llegué a estar en esa burbuja soñada: buscaba vivir en un lugar muy bonito de la ciudad, muy protegido por seguridad privada, también matricular a mis hijas en uno de los mejores colegios del país y de encerrarlas y encerrarme en un mundo fabricado que tampoco nos duró en ''para siempre felices, comiendo perdices''. ¿Para fortuna o infortunio? ¿Quién sabe? Depende de para qué nos sirva después... Normalmente esos despertares traen ambas cosas y son ineludibles de todas maneras... Conocer la verdad es una fortuna que se defiende en medio del infortunio y a veces solo para el infortunio.

La realidad me tiró ''de la nube en que andaba'' y me devolvió solo incertidumbre en cambio de las falsas certezas que antes como un esquema de seguridad me protegían. Ahora no me reconozco y supongo que las tantas cosas que me hicieron más sensible desde esos años hasta acá, las historias personales o públicas compartidas como colombiana, en mi entorno y en mi país, aunque fueron dolorosas, me sirvieron para entender las muchas verdades que ahora entiendo y que para sorpresa mía aún me resisto a creer... Todos deseamos evadir lo que nos trae problemas, tristeza o desesperanza...

Anoche, escuchaba la historia de un señor de ya bastante edad, un ingeniero agrónomo, que lideró y aún hace parte de un movimiento por la Dignidad y Soberanía Alimentaria de Colombia y de América Latina. Expuso toda la historia de su lucha por los movimientos campesinos y por el intento de hacer de Colombia no solo un país autosuficiente en el tema alimentario, sino un país que puede ser el sustento y despensa alimentaria de la región y hasta del mundo... Un experto en estos temas. Un señor que trató y luchó contra los gobiernos de los últimos años por cambiar la visión y posibilidades de país, por tocar a las puertas de políticos e instituciones agrarias y económicas que creía no estaban untadas de corrupción. Un señor que apoya todas las ''dignidades'' de Colombia. Un señor que hizo toda una exposición de cómo los tratados del TLC con EE.UU. y otros poderosos países nos están llevando a una situación que llegará a ser más grave que la de la misma Venezuela, porque ellos tienen el arma del petróleo que no tenemos nosotros. Aunque poseemos acuíferos y territorios fértiles y extensos, los hipotecamos a las multinacionales y apoyamos a los gobiernos que las protegen. Además, entramos en su juego de criminalizar las luchas sociales de los pocos que nos defienden a todos y obedecemos a su ideología implantada para echarlos en sacos marcados como "criminales guerrilleros desestabilizadores".

Él seguía relatando una y otra anécdota de su trabajo por tantos años y la evolución o involución del tema hasta llegar a nombrar lo nuevo: que ya no son ni siquiera las semillas transgénicas, ese monopolio que está acabando con las semillas naturales con venenos, prohibiciones y chantajes a quienes osen cultivar con ellas. No, lo último es la carne sintética, ese negocio supermultimillonario de Bill Gates y Leonardo Dicaprio. ¿Leonardo Dicaprio?, ¿el que defiende tantas causas medio ambientales y supuestamente justas? Sí, causas tan justas como el movimiento animalista. Esa agenda oculta en que nos hacen humanizar a los animales para que nos sintamos salvajes y malvados por comérnoslos. Esa agenda que vocifera sobre los gases de efecto invernadero producidos por el ganado, tan nocivos para el medio ambiente. Esa agenda que insta a las personas a ser veganas en una preparación mental, para cosas como estas...

Este señor que contaba todo esto está ya desgastado después de toda una vida de pelear contra estas agendas. Este señor está amenazado, siempre lo ha estado y ve con tristeza que lo único que puede seguir haciendo en los pocos años que le queden es seguir contándonos lo que ha hecho y lo que sabe para crear y despertar consciencias. Consciencias como la mía que lo escuchaba y que a pesar de todo lo que ya he visto y sé, me resisto aún a creer.

Uno siente que ya no puede ni quiere saber más y eso sabiendo que es muy poco lo que sabe, que la sangre se le va a uno acumulando en la cabeza y la rabia e impotencia empiezan a desbordarse por el corazón y quisiera retornar al tiempo en que ignoraba todo y flotaba arriba siendo feliz. Aunque no quería escucharlo más, recordé el cadáver de esa persona a la que ayudamos a destrozar con las ruedas del bus y con nuestra indiferencia que luego pasó a ser olvido.

Sí, es que desde hace un tiempo recuerdo siempre ese cadáver como un símbolo de todo: de lo que antes fui y de lo que ahora soy; de lo que antes no sentí y de lo que ahora siento; de cada injusticia, de cada mentira, de cada historia contada por alguna víctima del sistema en nuestro país y en el mundo. Ese cadáver me recuerda que no podemos pasar de largo por encima de él una y otra vez, día tras día, año tras año, aceptando todo lo que sucede sin hacer nada más que denunciarlo en Facebook y en los corrillos de nuestro entorno. Ese cadáver resucita en mi memoria para moverme y oponerme en la rebeldía que está prohibida sepultar y que se quedó para seguir viviendo como un recordatorio de todo lo que no podemos ser, hacer ni permitir que nos hagan.

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