Cuando la sal se corrompe
Opinión

Cuando la sal se corrompe

Las acusaciones contra el padre Elías Lopera, que han hecho la delicia de los chismosos en las últimas semanas, se parecen a las de cualquier matrimonio en proceso de divorcio

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abril 01, 2016
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Como para vinagrarles a los devotos la pasada Semana Santa, estuvo la historia de sexo, infidelidad y celos al interior de la parroquia de Santa María de los Ángeles, antiguamente una de las más exclusivas de Medellín.

Y digo antiguamente, porque el barrio, alejado del bullicio del Centro, rodeado de jardines, albergó en el pasado las casas de las más encopetadas familias. Un regalo para cualquier párroco que tuviera su iglesia en medio de tantos privilegios, tantas influencias, tantas señoras ricas dispuestas a dispensar generosas limosnas. Pero esto ocurría antes del tsunami que ahogó sus calles con altísimas torres de apartamentos en el lugar de las hermosas viviendas campestres, antes de que llegaran los nuevos habitantes y con ellos las comercializadoras de automóviles, las de motos, las ventas de celulares, las bombas de gasolina, los bares, los estaderos. En esos años anteriores a lo que algunos llaman progreso apareció el padre Elías, entonces un joven sacerdote, para hacerse cargo de a su parroquia.

Como es natural, aún después del cambio, ser el párroco del lugar siguió considerándose una posición de prestigio, con poder para influir en la conciencia de unos feligreses a quienes orientó en materia religiosa y moral durante décadas. El padre Elías vio envejecer y morir los que a su llegada eran maduros empresarios y a sus esposas, casó a sus hijos, bautizó a sus niños. Sin duda fue testigo de innumerables desavenencias, confidente de secretos al interior de unos hogares en apariencia perfectos.

Pero al igual que algunos de sus sus feligreses, el padre Elías Lopera, cuyo nombre resonó a través de las denuncias hechas por su examante a La W, tenía una non sancta historia privada. Mucho más a la luz de la prohibición, pues es bien sabido que los sacerdotes no pueden contraer matrimonio, tienen que renunciar al sexo y de paso a la ternura, a la compañía, al amor, a la esperanza de una vejez al lado de un ser querido. Hoy se lo acusa de haber quebrantado los votos y mucho más: de malversación de fondos, de brujería, al pretender sacarle el demonio a su amante induciéndolo a prenderse fuego. Julio César, inflamado más por los celos ante un joven rival, que por las llamas, indignado también por el engaño con una mujer con quien el párroco mantuvo una relación heterosexual, de la cual nació una hija, lo acusa de haberle fallado en todos los aspectos en los que una pareja puede faltarle a su media naranja.

Hijos por fuera del hogar. Negativa a resarcir económicamente a la persona abandonada.
Para colmo, el señalamiento de que el párroco cubría sus gastos y caprichos, con dineros donados por los feligreses.

Las acusaciones contra el padre Elías, esas que han hecho la delicia de los chismosos en las últimas semanas, se parecen a las de cualquier matrimonio en proceso de divorcio. Infidelidad. Hijos por fuera del hogar. Negativa a resarcir económicamente a la persona abandonada. Solo que la gravedad es mayor, por tratarse de un sacerdote, una figura pública, y, para colmo, por el señalamiento de que el párroco cubría sus gastos y sus caprichos, hasta las cuotas de sus tarjetas de crédito, con dineros donados por los feligreses.

En este momento el padre Lopera, padece el escarnio público. Por romper sus votos. Por ser un amante infiel. Por malversación de fondos. Por abuso de su posición, de su prestigio. Por haber seducido a una mujer, siendo homosexual. Por licencioso. Por posible juego desleal al acusar a su antiguo amante de amenazas. Por haberse burlado de todo el mundo: de Julio César, de la madre de su hija, de las señoras que le daban las millonarias limosnas, de los niños que iban a confesarse por primera vez, de las parejas en problemas a quienes impartía consejo, del arzobispo, de la curia, hasta del mismísimo Papa.

Es a la poderosa y milenaria institución a la cual pertenece el padre Elías, no a las señoras de la parroquia, ni a aquellos que no dejan de hablar del tema, a quien corresponde aplicar un correctivo. Y al hacerlo, ojalá tenga en cuenta que no es fácil vivir bajo coerción. Va siendo hora de que la Iglesia revise ciertas posturas, por ejemplo su aversión al amor, al matrimonio, el pretender que sus oficiantes lleven una existencia anormal. No es gratuito que lamentables historias como la del padre Elías, sean el pan nuestro de cada día.

Porque hay que mirar cómo es eso de vivir bajo la prohibición. Aquí no vale la disculpa de que los votos fueron formulados libremente. Nadie conoce el alcance de unas promesas hechas en la juventud, cuando no se tienen a la mano los elementos para ponderarlas en su totalidad. Lo mismo que a tantas personas al querer romper los votos del matrimonio, al padre Lopera le pesó la falta de intimidad, le faltó el amor al cual renunció un día. No estoy defendiendo su manera de obrar con Julio César cuando dejó de amarlo, ni el haber cedido ante la tentación que le ponía frente a los ojos la riqueza de sus feligreses, o el haber pretendido pasar por lo que no era. Si las acusaciones son ciertas, hay que lamentar que la sal se corrompa a veces, y de qué manera.

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