Cuando el uribismo le hacía brujería a Piedad Córdoba

Cuando el uribismo le hacía brujería a Piedad Córdoba

Los uribistas se sienten acosados pero Uribe acosaba peor

Por: Darío Sanabria
marzo 01, 2016
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Cuando el uribismo le hacía brujería a Piedad Córdoba

Al menos ahora los grandes medios pueden poner en boca de sus asalariados que ésta es una dictadura despiadada que coarta la libertad de prensa y de pensamiento, que encierra a intelectuales de gran altura moral como José Miguel Narváez, el catedrático del paramilitarismo, a Andrés Felipe Arias, minimí del ex presidente, y a Santiago Uribe Vélez  maestro de la equitación.

Hace una década esto era imposible.

Hace 10 años el periodismo era Vicky y Jaime Bayly. Hace 10 años era El Tiempo y la versión semanal de El espectador. Era Ardila Lulle haciendo las veces de ventrílocuo a través de los periodistas que mantenía. Entonces no contaban lo que les hacía el régimen a sus contradictores. Nunca hicieron eco a la angustia de Piedad Córdoba cuando encontró, dentro de la almohada en donde dormía, una muñeca vudú; La desestabilización personal al senador Alirio Uribe aprovechando que su línea telefónica estaba chuzada por el DAS; la contratación de espías que se transformaban en muchachas del servicio, jardineros o niñeras de los hijos de sus opositores. No había cuerpo que la mano del uribismo no pudiera tocar. No había reunión que el ojo del uribismo no pudiera ver.

Por eso da vergüenza el trino de Claudia Gurisatti quejándose de la captura de Santiago Uribe, las arengas de Paloma Valencia pidiendo un levantamiento popular contra la tiranía, el monólogo incongruente de esta mañana de Maria Isabel Rueda, hablando de la fe que tenía el hermano del senador de que no lo iban a agarrar, la canallada de Pacho defendiendo a los delincuentes de la azúcar y diciendo, entre otras pendejadas, que el cada vez que hablaba sentía que le ponían en la sien una pistola.

Se equivocaron: creían que el poder les iba a durar para siempre pero no fue así. Ahora van a tener que pagar y si el círculo se sigue estrechando caería la cabeza principal por pura inercia. Al final de cada guerra hay perdón o paredones de fusilamiento, cadalzos, donde los culpables de ambos bandos son ajusticiados. El uribismo es responsable de haber dado cobijo a hombres oscuros como José Miguel Narváez, alto funcionario del Das en la década pasada, quien es el principal sospechoso de haber planeado el asesinato de Jaime Garzón y quien le impartía cátedras antisubversivas a los hombres de Mancuso y Carlos Castaño, o a Rito Alejo del Río, acusado de haber llevado el horror al Urabá.

Perseguida estaba la izquierda la década pasada. El hostigamiento no se limitaba a las chuzadas o a meter espías y micrófonos en la casa; llegaba hasta usar la magia negra contra sus opositores. Piedad Córdoba lo vivió en carne propia cuando descubrió que alguien le había puesto, dentro de su almohada, un raro hechizo, tal y como lo constató en su momento el Colectivo de abogados José Alvear, otro blanco de la infamia que desplegó el uribismo mientras estaban mandando.

Se sienten acosados pero Uribe acosaba peor. Lo de ahora ni siquiera es acoso, es simplemente que al final del conflicto los responsables tienen que pagar. Ese es el miedo que le tienen los uribistas a la paz. Una guerra eterna les daría inmunidad. La diferencia de los líderes del Centro Democrático con respecto a los cínicos cabecillas de las FARC es que estos, a regañadientes, están empezando a reconocer sus crímenes.  Sólo Iván Márquez y Pastor Alape creen tener algún tipo de popularidad. El país los detesta y si pudiera desaparecerlos con un botón lo harían. Pero van a hablar, van a pagar con dinero, algunos hasta con cárcel, por sus atropellos, por su estupidez comunistoide. Esto les dará una altura moral que el uribismo radical nunca tendrá. Son más cínicos incluso que la guerrilla, miren no más a Andrés Felipe, con ganas de demandar a la nación, miren no más a Pacho Santos, hablando durante horas por la radio sobre la limitada libertad de expresión que otorga el gobierno de su primo.

Con la detención de Santiago Uribe queda claro que Juan Manuel Santos le ganó el pulso al Senador quien, preocupado, ve como el cerco se va cerrando, cómo el único camino que le va a quedar, para huir de lo que parece inevitable, es subirse al carro de la paz.

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