Cuando El Bagre fue corregimiento

Cuando El Bagre fue corregimiento

Lo que en principio se pensó que sería una ranchería sin mayor futuro se convirtió en un pueblo que mereció de las autoridades un especial cuidado

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
junio 18, 2021
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Cuando El Bagre fue corregimiento

En 1903 nuestro país vivía una de las situaciones más críticas, según dicen los textos de la historia, cuya consecuencia más grave hacia el futuro fue la separación de Panamá de Colombia, hecho que se materializó para siempre el martes 3 de noviembre, justo cuando la nación apenas se restañaba de las heridas que le dejó la Guerra de los Mil Días con sus más de 300.000 muertos.

Aquel era un territorio que estuvo desde siempre en la mira de los distintos gobiernos de los Estados Unidos, porque contaban con la información de que por esa estrecha faja de terreno, que por más de un motivo se le define en términos geográficos como un istmo, era viable la construcción de un canal para unir los dos grandes mares: el Caribe con el Pacífico y así evitar darle la vuelta completa al continente por allá por la Patagonia, por el estrecho de Magallanes, al sur de nuestra América.

Y mientras todo eso ocurría, por nuestra región se hacían los primeros trabajos de cateo en las riberas del río Tigüí, para despejar cualquier duda de que bajo las extensas vegas y en las orillas de sus caños y quebradas se escondía una riqueza milenaria de los más altos tenores. La entonces compañía Pato era la dueña de los títulos desde los tiempos coloniales y con su presencia se abrió la puerta para que otras personas se sintieran con la misma libertad para arribar a la zona y de este modo se construyó el primer caserío que se llamó Bijao.

Más tarde, por allá por 1936, lo que en principio se pensó que sería una ranchería sin mayor futuro se convirtió en un pueblo que mereció de las autoridades un especial cuidado, porque se trataba de algo que podría convertirse en una población de respeto.

Así fue como en el mes de junio de 1941 El Bagre consiguió que se le reconociera como un nuevo corregimiento y de eso hace la friolera de 80 años. Un poco de esa historia está aquí.

Primero construyeron una especie de galpones o campamentos para alojar a los trabajadores y uno de ellos se conoció como Cornalissen, en recuerdo de un ingeniero que participó en la obra, pero que por cosas del lenguaje callejero se quedó para siempre con el nombre de Cornaliza, que por muchos años fue el límite natural del pueblo hacia el norte con unas lomas de cascajo y piedras que muchos años después serían Las Delicias, recordado también porque allí había unos lavaderos públicos y unos columpios y casi al mismo tiempo fue construido Pueblo Nuevo y los demás que todavía siguen en pie.

Sin embargo, para los empleados y el personal extranjero de la compañía, se levantaron unas casas que para nada se parecían a las conocidas en la región, porque eran calcadas de los condados americanos, es decir, cada casa en solitario, que desde los cielos semejaban una villa coronada por el club, con un diseño agusanado revestido en un metal de acero que al sol de hoy no tiene ni una gotera, y con un vistoso mostrador en donde se vendían los mejores licores importados, cigarrillos de marca extranjera, enlatados y galletería fina traída de ultramar, unas mesas de billar y un boliche y en las afueras dos canchas para jugar al tenis y una piscina semiolímpica que con el paso del tiempo tuvieron que aislarla del mundo exterior con una cerca de malla para evitar que allí nadaran los carasucias y tropeleros del barrio Bijao. Todo eso era de uso exclusivo de los que vivían en el Alto, herencia de los propietarios de la primera empresa que llegó a la región con sus papeles en regla, la Nechí Valley Gold Mines Company, considerada por muchas razones como la tatarabuela de la actual Mineros S.A.

Hoy, con sus más de 51.000 habitantes, un tercio de ellos nacidos en otras regiones del país; sus 27 barrios, los dos corregimientos, Puerto Claver al norte y Puerto López al sur; sus 37 veredas diseminadas a lo largo y ancho de los 1.563 kilómetros que tiene como territorio, El Bagre se le reconoce como uno de los municipios más ricos en oro en el país y su población, que para el año de 1964 apenas era de 6.922 habitantes, diez años después era de 9.760 y 20 años más tarde, en 1994, la cifra llegó a los 46.920. A decir verdad, aquí todos vivíamos felices antes de que dejaran correr la ventolera de que un pueblo como este, hablo del año 1979, con grandes aspiraciones y sueños, con un crecimiento exponencial de su población y de su comercio, con riquezas por descubrir, sus bellezas naturales, un aeropuerto como pocos y otras cosas más, le había llegado la hora feliz de dar un paso que lo desmarcara de su vecino Zaragoza.

Decían, además, que hasta esa fecha se había comportado como el hijo bien educado y obediente en sus 38 años en calidad de corregimiento. Por esa y otras razones nadie veía con malos ojos que partieran cobijas, porque hasta en los mejores matrimonios existe el divorcio, decían aquellos, mientras le mostraban a los parroquianos una planilla para que estampara su firma y El Bagre sería municipio, como en efecto lo fue un año más tarde. La noticia pasó de boca en boca y traspasó las fronteras gracias a un aparato que más que eso era un milagro de la sabiduría del hombre, además considerado el invento del siglo: el telégrafo y su hijo el telegrama.

Recuerdo que desde las oficinas donde los despachaban para tantas partes del país y de la tierra, aquellas notas eran de una economía de palabras porque cada una de ellas tenía un precio, así que un novio de la época no tenía más que redactar su marconi o telegrama con una frase: “Casémonos pronto, ardo de amor”. Bueno, lo de Marconi era un homenaje al inventor del sistema, don Guillermo, que nos ayudó a llevar los mensajes sin necesidad de los hilos que usó en sus comienzos la telegrafía, junto con Samuel Morse que fue el que hizo de los puntos y rayas un nuevo idioma. Y así fue como llegó Telecom a El Bagre.

Y mientras eso pasaba en las calles, en nuestro colegio se hizo popular una historia alrededor de un tal Pitágoras, el filósofo y matemático griego, de quien se decía que en su tiempo estimulaba a sus discípulos con una serie de premios, al sostener que si uno dividía la circunferencia por 2pi, le daba un radio. Cuentan que hubo alumnos a los que les daba incluso un televisor y hasta una nevera, en tanto que yo elevaba mis oraciones a nuestra Señora del Correcto Rumbo. Eso porque eran los tiempos en que mantuvimos a raya roja al lúpulo de cebada y éramos poco afectos al trago en cualquiera de sus presentaciones, de modo que nunca vivimos en carne propia un lunes por la mañana la tal diastonía neurovegetativa, como era descrito ese intenso malestar que se produce cuando uno se excede en alcohol y que todos llamamos de una manera más confianzuda con una palabra que puede significar muchas cosas, pero que en este caso era precisa, el “guayabo”.

Hoy, cuando muchos decidimos poner tierra de por medio entre aquel pueblo y nosotros, nunca, a decir verdad, dejamos de añorarlo y entonces nos encontramos con amigos para recordar cosas como la famosa casilla de los portas, construidas en hierro forjado, con un techo del mismo metal, emplazadas en los sectores de Cornaliza, Pueblo Nuevo, Cinco Familias; de las que además se servían Diez Familias y Ocho Casitas, así como en los dos Comodatos, tanto los de Abajo como los de Arriba y no pregunten el por qué de esos dichosos nombres de estos sectores que con el paso de los años la misma empresa los ha querido renombrar dándole otros referentes, pero en la memoria de un buen bagreño eso será casi que una lucha imposible.

Estos utensilios, que servían para llevar los alimentos de los trabajadores que prestaban sus servicios en las dragas, eran irrompibles, de peltre y eran de tres y hasta de cinco compartimientos, marcados con un pintauñas rojo, en la parte superior decía D # 5, si era para un trabajador en la draga 5 y unas letras iniciales del nombre del propietario.

Me explican que cuando el trabajador estaba en el turno de Blanca, que era de 7 de la mañana a 3 de la tarde, su porta tenía que estar en la casilla antes de las 8 de la mañana con su respectivo almuerzo; cuando era el turno de Morena, de 3 de la tarde a 11 de la noche, su hijo, o cualquiera que tenía como esa tarea en su casa, este debía ser llevado antes de las 4 y media y para el turno de Negra, que abarcaba de 11 de la noche a 7 de la mañana del día siguiente, el porta era puesto en su lugar antes de las 9 de la noche. Hasta que un buen día apareció lo que en su momento se pudo llamar el “cartel de los portas” y eran unos aprendices de la maldad que saqueaban lo que había dentro de aquellos portas y uno se imagina la cara del trabajador en su draga cuando encontraba que le habían sapoteado su comida.

No sé quién echó a rodar la bola de que desde Bijao, en el puro centro del pueblo, hasta la quebrada Villa, un bañadero de los mejores que teníamos para nuestro goce por aquellos años, había una distancia de dos leguas y media y muchos de quienes hacían ese tramo al paso del trote, se sentían los víctormora de la época. Al final del día, un martes del mes de julio, cuando ya había llegado el primer carro particular al pueblo, manejado por un chofer nacido en Sincé, Sucre, al que le decíamos “Aparato de aparatal”, midió la distancia y apenas le dio kilómetro y medio. Fue en este sitio en donde se cocinaron las mejores historias y cuentos de amor y en donde alguna vez la tribu que me acompañó ese viernes se apareció con dos gallinas pescuezo pelados, hasta que en las horas de la noche aparecieron sus verdaderos dueños.

Allí quedaron desplumadas y convertidas en uno de los mejores guisos que me hizo probar en vida la inolvidable Johana, la mujer que se voló de su colegio en Medellín para feriar su cuerpo en los distintos lupanares que quiso, desde San Roque, Segovia, Remedios, La Cruzada, Zaragoza, El Bagre, para morir asesinada por un mayor del ejército que dijo que la confundió con una informante de la guerrilla en una madrugada de lluvias en Puerto López. Ella fue, sí señor, la que me hizo escuchar para nunca olvidar las melodías de Juan Pardo, Mi guitarra y la del grupo Los Galos, Canción para una esposa triste, como un mensaje eterno antes de que se perdiera en aquel vuelo que sus padres tuvieron que contratar con el fin de llevarse su cuerpo para siempre hasta la ciudad de Medellín, en donde reposa bella y feliz con sus 18 años recién cumplidos.

De paso recordamos los lavaderos de ropa comunitarios, una idea desarrollada por Jorge Eliécer Gaitán Ayala en 1936 en Bogotá, que llegaron a El Bagre trasplantados por la empresa y de inmediato se convirtieron en las primeras redes sociales de aquellos años de prosperidad. Allí, el grupo variopinto de usuarias no solo intercambiaban sus trucos para lavar mejor la ropa, unos overoles recargados de grasa hasta la pretina, unas camisas de dril, pero que sabían hasta el más recóndito secreto de los dueños de las prendas, las mismas que una vez pasaban por el trajín del lavadero eran puestas a secar en unas alambradas en la pista aérea sin que ninguna de ellas pasara a manos ajenas, para luego ser planchadas y almidonadas por esas manos maravillosas que las dejaban tan limpias y acicaladas que daba pena volvérselas a poner.

Cuentan que en una de las sesiones del Concejo de Zaragoza, a comienzos del mes de junio de 1941, se presentó a discusión el proyecto de Acuerdo mediante el cual se le otorgaba a El Bagre su calidad de Corregimiento como premio a este inmenso caserío por cuyas calles no cabía un alma los domingos por la mañana, con tan buena suerte que sus argumentos encontraron eco en la corporación para darle los debates reglamentarios.

Fue así como, surtido el proceso y cerrada la discusión, el jueves 19 de junio del mencionado año, el señor presidente del cabildo, don Ernesto Estarita C., y siendo secretario general el señor Napoleón Dederlé, se procedió a enviar el Acuerdo Número 14 para la sanción del alcalde Nevardo Correa y fue entonces cuando comenzó a escribirse la historia de El Bagre, un pueblo al que muchos añoran en esos tiempos como si todo tiempo pasado fuera mejor cuando la verdad es que hoy sábado llega a sus primeros 80 años, que en el lenguaje de los iniciados son las Bodas de Roble, si se hubiera quedado en la majestad de Corregimiento.

Antes de cerrar este capítulo me dicen que la vida no es más que la sumatoria de los días que pasan y que la verdadera patria no es la que nos pintan en los libros sino todo lo que vivimos en nuestra niñez, y más cuando esa etapa la pasamos en un pueblo del que por muy lejos que estemos, jamás hemos salido de él.

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