¿Cuál crisis social?
Opinión

¿Cuál crisis social?

La crisis social de las élites es solo de ellas. Nosotros no tenemos por qué cargar con ese fardo ajeno e indeseable

Por:
septiembre 02, 2017
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En la globalización digital de estos tiempos, la uniformidad en el discurso banal y la tendencia como criterio rasante, se convierten en el reemplazo intencional de las viejas utopías por las cuales se luchó en el primer mundo y se sigue anhelando –desde un reducto de pensamiento- en este tercer mundo agonizante por culpa de los pasos que damos como emergentes.

No hay conquistas que conservar. Los sueños colectivos terminan mutando hacia anhelos individuales y mezquinos. La solidaridad es un lejano valor que se anidó en los discursos espurios. Poco queda de las iniciativas de transformaciones necesarias, los cambios estructurales y la convicción del hombre nuevo para un mundo nuevo.

Ahora resulta que las crisis sociales de una élite, son asumidas por generalidad para toda la sociedad. “Estamos en crisis social” se escucha decir cuando estalla un escándalo de corrupción, se derrumba la justicia y se corroen las instituciones.

Endilgan a todo el mundo la podredumbre amañada desde la Colonia española en las élites que con perversa visión de sociedad patrimonial, se adueñaron para sí de los remedos de Estado que se crearon en su momento y que poco en esencia, ha logrado transformarse desde entonces. No conviene decir mentiras ni posverdades: la crisis social que se experimenta no es de toda la sociedad, es una crisis de las élites colapsadas entre sí, frente a la viudez de poder por la ruptura en el mecanismo de la alternancia a la que esas mismas élites se han acostumbrado desde el siglo XIX.

Si detallamos el fenómeno, la crisis social de las élites y que por generalidad se asume como de toda la sociedad, tiene su clara intención: desplazar la presión social que demanda unas acciones concretas por parte del Estado, frente a la incapacidad para resolver de manera efectiva los problemas básicos de la gente y a cambio, ofrecen distractores para el público agolpado en el coliseo.

 

Qué mejor espectáculo que ver caer a ídolos políticos populares
y a los reyes del clientelismo y la corrupción,
para los cuales valen sus votos

 

Qué mejor espectáculo que ver caer a ídolos políticos populares y a los reyes del clientelismo y la corrupción, para los cuales valen sus votos –en su momento- pero sin permitirles posar para la foto en el abrazo santificador: en el fondo también se cuestiona una mirada de un país mezquino desde el centro desarrollado que nos mira con desdén y menosprecia a los del mundo de la periferia regional pobre y vergonzante, porque nos consideran los actuales neandertales de la sociedad.

Se aparenta dar una lección de buenas costumbres. Se encarcela a hijos en apariencia correctos, a padres ejemplares y maridos admirables. Ellos, solo cayeron en la tentación de lo divinamente demoníaco que significa este Leviatán que nos gobierna. Pero en últimas, se pasa la página al poco tiempo y se vuelve a incurrir en los mismos rituales de clase: élites acostumbradas a manejar a su antojo lo que por derecho les fue asignado en el oráculo de la historia; el Estado como patrimonio.

La lucha contra la corrupción no pasa por el espectáculo deplorable de las desgracias personales y familiares de unos tristemente célebres personajes, los cuales el mismo sistema termina premiando con la dilación y el eufemismo de la “colaboración con la justicia”. Tampoco pasa por las hipócritas advertencias desde organismos de control y de justicia minados por el mismo fenómeno. La crisis social de las élites es solo de ellas. Nosotros no tenemos por qué cargar con ese fardo ajeno e indeseable. Pero en definitiva, es lo que suelen hacer la mayoría de las veces: descargar en la masa indiferente todas las culpas posibles y hasta procrear una confrontación que derive en conflictos sociales prestados por más de 50 años.

La verdadera sociedad no se entretiene en disputas mezquinas, por el contrario, define al conflicto como el dinamizador del cambio con el diálogo y los argumentos. La verdadera sociedad es la que se transforma con la educación y la movilidad social que de ella se desprende. La que defiende al ecosistema como un todo y no se basta con una mirada extractiva y agotadora. Tenemos derecho a soñar a pesar de las pesadillas de las élites que nos gobiernan.

Coda: en medio de la crisis del discurso y de las acciones de la izquierda latinoamericana, que refrescante y jovial resultan las palabras de Pepe Mujica desde su reposo senil y admirable. Bastante tiene para dar ese abuelo universal del pensamiento reivindicador que mora entre nosotros.

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