Crónica de una represión anunciada en el Chorro de Quevedo

Crónica de una represión anunciada en el Chorro de Quevedo

"¿Cuáles son las garantías que la administración distrital prometió a las mujeres y específicamente a las lideresas de Bogotá como región?"

Por: Carmen Urzola Maldonado
julio 13, 2020
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Crónica de una represión anunciada en el Chorro de Quevedo
Foto: Frank Ballesteros - CC BY 2.5

El martes 7 de julio a las 12:30 pm, mientras las víctimas del conflicto armado Jhony Blanco y Wilhelm Orly caminaban por la calle del embudo para encontrarse conmigo en el Chorro de Quevedo y recibir una asesoría, yo ya había llegado hacía aproximadamente un minuto. Me acababa de sentar en una banca cuando llegó un policía a decirme que no podía estar ahí y aunque le expliqué mis motivos al oficial, él no quiso entender y llamó a otra patrulla para hacerme un comparendo.

Las víctimas llegaron y ya me encontraba rodeada por la policía nacional como si hacer trabajo social fuera un delito, en ese momento recordé el asesinato sistemático a los líderes sociales, entonces reflexioné “si muchos policías y soldados violan, matan y reprimen a las mujeres, entonces cuando se habla de seguridad es seguridad para quiénes y también quiénes protegen a las mujeres en Bogotá?".

Fui al Chorro de Quevedo porque lo usé como punto de encuentro ya que queda a una cuadra de mi casa, allí fui víctima de represión policíaca y nos sentimos expuestos al contagio del COVID-19, porque seis policías nos tenían rodeados. Me sentí, junto a las otras víctimas, desprotegida, indignada, con mucha rabia y lo peor fue que me tuve que ir porque tenía prisa y ya había perdido bastante tiempo discutiendo con la policía. Cuando me dirigía junto al señor Jhony y a Orly hacia nuestro destino, observé el rostro de los vendedores de chicha con sus pequeños frascos de colores insertados en medio de los dedos y a los dueños de algunos negocios mirarme con lastima, fue en ese momento que juré que volvería.

La gran responsabilidad ética que tengo como líder social de la localidad, representante de víctimas del conflicto armado en diferentes espacios como el Consejo de Planeación Local (CPL), el comité de derechos humanos de la localidad y como filósofa, maestranda en comunicación y derechos humanos, investigadora de Colciencias y periodista, me exigían volver y no precisamente “con la frente marchita”, como dice Carlos Gardel en su tango.

Antes de volver había informado acerca del abuso de poder de la policía nacional en la plaza histórica del Chorro de Quevedo, a través de los grupos de WhatsApp a todas las instituciones que nos acompañan y a todas y todos los líderes y lideresas sociales que conozco. Algunas mujeres habían dicho que también usarían las dos horas que reglamenta el decreto para salir a tomar el sol, mientras hacían ejercicios y que irían a leer un rato a la plaza. No fueron y manifestaron que le tenían terror a la policía por su actitud autoritaria y represiva. ¿Será posible vivir sin miedo en la Candelaria, centro histórico de Bogotá?

Volví el miércoles 8 de julio con un libro del filósofo colombiano Rubén Jaramillo Vélez (Colombia: la modernidad postergada) y me senté de nuevo en la misma banca del día anterior, frente a la mirada incrédula de los vendedores de chicha y de los mismos dueños y dueñas de negocios que están alrededor de la plaza. En pocos minutos, me encontraba de nuevo rodeada por siente policías, llenos de rabia y con una actitud violenta. Les dije que ellos estaban causando aglomeración y que yo solo quería leer al aire libre, fue ahí cuando recordé al filósofo griego Diógenes Laercio y su anécdota con Alejandro Magno. Todo empeoró porque le dije a los policías que su presencia me tapaba el sol y que no me dejaban respirar el tan anhelado aire puro, lo cual sorprendió a los policías, quienes se fueron a redactar el comparendo y allí escribieron las palabras que yo había tomado prestadas del filósofo griego.

Leí el comparendo y mi espíritu de maestra salió a flote, no pude evitar corregir la ortografía del documento antes de firmarlo. Uno de los policías, antes de irse en su enorme moto, gritó a viva voz “está loca” y arrancó a toda velocidad. En aras del ejercicio de memoria que hacemos permanentemente las víctimas del conflicto armado, volví a recordar que históricamente las mujeres hemos sido catalogadas de locas, putas, brujas, entre otros descalificativos para justificar así la represión, el maltrato y el feminicidio. La historia no ha cambiado. Yo en medio de mi locura me quedé ahí, porque por las diferentes labores que adelanto son varias las excepciones que legitiman mi accionar y no existe ninguna ley que prohíba sentarse sola a leer un libro en una plaza pública.

Debo confesar que mi espíritu de maestra de nuevo salió a relucir, en ese momento para impedirme ver más allá de unos jóvenes, carentes de pensamiento lógico y carentes de una ética básica que frente a las escasas oportunidades para estudiar o desempeñarse en otras labores se vieron obligados a ingresar a la policía para así poder brindarles una estabilidad a sus familias y sentirse reconocidos. Esa es la misma dinámica que ha llevado a que los diferentes grupos armados crezcan cada día más, reclutando a los jóvenes sin oportunidades en nuestro país. Es por ello que he insistido en que la policía nacional reciba capacitación en derechos humanos, porque sobre todo las víctimas del conflicto armado ya no soportamos más la represión, las injusticas y las violaciones a nuestro derechos básicos. Como filósofa de profesión, mi labor consiste principalmente en formular preguntas, entonces me pregunté: ¿cuál será la doctrina bajo la cual forman a los policías en Colombia?, ¿será bajo la doctrina de seguridad nacional o bajo la teoría de las ventanas rotas? Ambas son represivas, pero por lo menos en esta última la policía conoce a los locales.

Ahora debo apelar el comparendo, aunque los policías también escribieron mal mi número de cédula. Espero recibir allí las respuestas a todas mis preguntas. Necesitamos que pare la represión policiaca porque cada vez se hace más evidente que estamos en una dictadura y no en una democracia. Finalmente pregunto: ¿cuáles son las garantías que la administración distrital prometió a las mujeres y específicamente a las lideresas de Bogotá como región?

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