Crónica de una fuga anunciada

Crónica de una fuga anunciada

¿Acaso en 11 largos días a la justicia se le olvidó que los dos personajes relacionados con la muerte de Ordóñez se podían volar?

Por: Alfonso Acosta Caparros
septiembre 18, 2020
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Crónica de una fuga anunciada

El pasado 7 de septiembre de 2020, en horas de la noche, los patrulleros Damían Rodriguez y Camilo Lloreda causaron la muerte de Javier Ordóñez con una salvaje mezcla de electrocuciones y golpes en la cabeza.

Hora de escritura de este artículo: 12:33 a.m. del 18 de septiembre del 2020.

Es decir, han pasado 11 largos días, con sus noches, para que un juez se dignara “hacer justicia” y emitir orden de captura contra los asesinos, ante las tortuguescas investigaciones.

Uno, Damían Rodríguez, fue capturado ayer: 10 días, repito, después del asesinato.

El otro, Camilo Lloreda, se les desapareció a las autoridades.

Dicho de otra forma, se les voló, porque sabía lo que “le venía pierna arriba” y porque tuvo 11 días en libertad absoluta para organizar, planea, y ejecutar su escape.

Aquí es donde ciudadanos como yo nos preguntamos, ¿por qué no quedó bajo detención preventiva mientras se desarrolla la investigación de los hechos, más teniendo en cuenta que lo cometido fue un asesinato filmado y visto con ira, indignación e impotencia a nivel nacional e internacional una y otra y otra y otra vez?

El gobierno, tanto nacional como distrital, echó a volar las campanas, haciendo todo el escándalo posible en medio de declaraciones del presidente, la alcaldesa de Bogotá, el comandante de la policía, el defensor del pueblo, los políticos del gobierno y los de oposición.

Hasta se presentaron marchas infiltradas en las que se destrozaron e incendiaron varios CAI y hubo 14 personas muertas. Un “nuevecito de abrilito” que quiso tener ínfulas de “bogotazo” pero se quedó en “bogotacito”.

Actos de contrición, visita del presidente vestido de policía a un CAI a las 5:00 a.m. y actos públicos de desagravio, donde la alcaldesa “le plantó una silla vacía” al presidente, demostrando una vez más que no era un acto de desagravio, sino un bajo acto político.

¿Y de la guayaba qué? Como decía un comercial de Néctares California, ante el reclamo de la guayaba por no ser tenida en cuenta en su gama de sabores en los años 80. Es decir, ¿y de los asesinos qué?

En medio de tanta parafernalia, violencia y boato político se les olvido la razón que los provocadores iniciaron: el asesinato de Javier Ordoñez.

¿Acaso en 11 largos días, con sus noches, a todos aquellos se les olvidó, por estar ensimismados en lo suyo, que estos dos personajes se podían volar?

Cuando la paquidérmica justicia emitió las órdenes de captura, “el inquisidor del taser” se les había volado quizás hace tiempo.

Y ya no importa si lo capturan cuando usted lea estas líneas. El daño está hecho; la justicia, otra vez burlada; la sociedad, cacheteada; y la noticia, la vuelta al mundo girada.

Una vez más, es una vergüenza la justicia de Colombia.

Somos el hazmerreír de la crónica de una fuga anunciada.

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