Crónica de un incendio en Sincelejo

Crónica de un incendio en Sincelejo

Electricaribe, la firma que presta el servicio de energía eléctrica en la Costa Caribe, no lleva unas estadísticas sobre las casas que se queman frecuentemente por falta de normas técnicas

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agosto 02, 2014
Crónica de un incendio en Sincelejo

Cuando vio a los hombres que subían  la colina y se acercaban a su casa, Osmalis Pérez Arrieta, trató de pararse del quicio donde estaba sentada, pero su gordura falsa la dejó atornillada al piso, de modo que sin esconder el rubor de su rostro sudado, no tuvo más alternativa que atenderlos, en la puerta de su casa.

La mujer, turbada aun por la sorpresa, no tuvo tiempo de esconder las dos mazorcas de maíz asado que comía con avidez. Apenas a esa hora, 4:30 de la tarde del miércoles 30 de Julio, acababa de dejar la pila de ropa ajena que lavaba en el patio y trataba de engullir en sus dientes un desayuno-almuerzo retardado. Su marido, Blas de Jesús Mercado Pérez, se había ido  como ayudante de un señor que vende aguacates por las calles para conseguir dinero para la cena.  Su hija Michel, de trece años, que estaba sentada en la sala, a sus espaldas,  no había ido al colegio por falta de plata para el transporte.

Estaba más asustada porque, en medio del vallenato de Diomedes Díaz que ensuciaba la tarde – el volumen era muy alto para el luto riguroso que llevaba desde el 26 de febrero de 2009, cuando la casa se le había incendiado y su tío Manuel Arrieta electrocutado- había visto a los desconocidos descender del carro blanco, ahora parqueado  en el primer repechito de la calle destapada.

-          ¿Es usted Osmalis?, preguntó el más joven de los visitantes, quien parecía ser el guía.

Y Osmalis, apurando el último bocado, trató de esconder una de las dos mazorcas que tenía en cada mano, se arregló un poco  el cabello negro y quiso pararse, pero se dio cuenta que el interlocutor estaba tan asustado como ella. Allí fue donde suavizó una leve sonrisa. El joven se animó:

-          Osmalis, soy el periodista que vino a cubrir la noticia el día que se le quemó la casa.

Allí ella se serenó, pero aun así, no tuvo aliento para levantarse y ofrecer un par de sillas a los recién llegados. Estaba tan confusa como los visitantes.

José Carlos Iriarte Díaz, el joven periodista que servía de guía, había llegado un poco prevenido, pese a sus seis años en el oficio. Sincelejo no sólo ardía por la oleada de calor desatado por el fenómeno del Niño, sino por el alud de enfrentamientos entre la policía y las motos taxitas, los levantamientos de algunos trabajadores, los atracos y las muertes selectivas, en una urbe caótica, atosigada por el rebullicio de 120 mil desplazados que chupan de lo débiles servicios públicos. Los Laureles, el barrio donde acababan de penetrar, había sido escenario de hechos judiciales en los últimos días. Allí cerca, en Versalles, la tarde anterior, motorizados habían asesinado a una vendedora de chance. No obstante, la gallada de la esquina, esa horda de jóvenes sin oficio que a veces termina en pandillas, les había recibido brindándoles información.

Ahora estaban sentados con Osmalis, al frente de una historia conmovedora, de una noticia de hacía cinco años, provocada por una mala conexión eléctrica.

¿Por qué esta historia?

Electricaribe, la firma que presta el servicio de energía eléctrica en la Costa Caribe, no lleva unas estadísticas sobre las casas que se queman frecuentemente por diversos motivos y por posibles deficientes conexiones domiciliarias, pero la Internet y los periódicos están repletos de titulares funestos, algunos de ellos con muertos a bordo, un poco opacados por el caso de los niños de Fundación, calcinados en un bus destartalado. ¿Por qué entonces abordar esta noticia, cuando los sucesos atropellados del día a día no les permiten a los periodistas hacer seguimiento de los hechos? ¿            Qué importancia tiene para la prensa comercial uno de los tantos  casos que se registran en la región? ¿Qué datos adicionales tiene aparte de la poca educación, la nula revisión técnica de acometidas, el poco cuidado con los niños para que no jueguen con cables y metan objetos en los enchufes y tomen las redes como piñatas?  ¿O en mucho de los casos para que no se conecten en las acometidas del vecino, entre otras prácticas nefastas?

Fotos José Carlos Iriarte Díaz

Fotos José Carlos Iriarte Díaz

DÍA TRÁGICO

El 26 de  febrero de 2009, el periodista José Carlos Iriarte Díaz, que llevaba apenas un año como reportero raso, presenció cómo un hombre se electrocutaba en su presencia, sin que nadie pudiera hacer algo por salvarlo y en la disyuntiva de si seguir grabando la escena macabra o lanzarse como bombero a su rescate. Aunque estuvo dudando, siguió primando su labor de reportero e hizo que el camarógrafo grabara la cruda escena, aquella que Osmalis ahora quiere y no quiere ver.  Han sido los cinco minutos más difíciles en sus seis años de reportero. La prensa   registró a la víctima como Manuel Arrieta Monterrosa, de 50 años, oriundo de Tolú, separado, padre de cinco hijos, quien como su sobrina Osmalis  se dedicaba a la venta de pescado por la calle.

Una llamada telefónica al noticiero lo había puesto en el macabro escenario. La casa de Osmalis Pérez se quemó literalmente, al parecer por un corto interno, desatado cuando su hija Michel, de sólo ocho años entonces, manipulaba una lavadora en el cobertizo de atrás. Cinco niños que quedaron atrapados en el patio, fueron salvados por los vecinos, rompiendo una pared contigua. Las llamas, según Osmalis, empezaron desde afuera hacia dentro y en pocos minutos consumieron la casa que tanto trabajo les había costado  a la familia. Era una casa techada en zinc, con paredes de tablas y horcones de madera. La había construido comprando tabla por tabla, horcón por horcón y con un préstamo para adquirir las láminas de zinc, que eran entonces el elemento más sofisticado y costoso.

Los vecinos trataron de salvar algo en medio del incendio, pero fue imposible. Todos se quedaron apenas con lo que llevaban puesto ese día. Eran dos adultos y cinco hijos. Precisamente, mientras entrevistaba  a Osmalis, con el fondo de la tragedia, con la candela aún viva y los chócoros humeantes,  Iriarte oyó un quejido y volteó la mirada. Manuel Arrieta, el tío de Osmalis, se había dedicado a lanzar baldados de agua a lo poco que quedaba, y al tratar de levantar una lámina de zinc, quedó atrapado en un cable de alta tensión pelado. Ante la impotencia  de todos lo vieron morir casi en vivo y en directo.

La sensación de  Osmalis ahora es ambigua. Por un lado quisiera  volver a ver el video del archivo y por el otro borrar de su recuerdo la tarde trágica. Esa noche fueron cobijados por el alero de unos caritativos vecinos, pero apenas allí comenzaba su calvario. Quiere, incluso, romper los recortes de la prensa, que guarda en una cajilla,  pero es terca y se aferra a la historia.  “Yo quisiera borrar mis pensamientos más oscuros, pero es imposible”.

Ahora, cinco años y cinco meses después, después de rodar por algunos lugares, incluso viviendo en la orilla de un arroyo de aguas puercas y de haber sido lanzados como inquilinos, la familia es más pobre que antes, porque aunque el accidente los hizo más visibles y las promesas llovieron, la mayoría no se cumplieron. Un concejal les prometió pagarles los 130 mil pesos de un arriendo durante seis meses, pero nada más pago tres. Gracias a Comfasucre, la cuestionada Caja de Compensación Familiar de Sucre, donde se llegaron a gastar 52 millones de pesos diarios en gasolina,  la casa fue levantada, pero no sabe cuánto se invirtió.

TODOS ESTAN ENFERMOS.

Osmalis es la única hija mujer , en medio de los seis varones de Enriqueta Arrieta, una negra vendedora de  pescado callejero, proveniente de Santiago de Tolú, de 65 años, que se desplazó a Sincelejo hace 30 años  y se recogió en este barrio de pobres, pegado a la variante que va al Golfo de Morrosquillo. Tiene cáncer en el colon y en el seno, uno de los cuales le fue cortado, es diabética e hipertensa. Ya no tiene alientos para pregonar sus bocachicos ni para pelear con La Policía un lugar en el centro. Su marido la dejó a la deriva con sus seis hijos, que pronto invadieron las calles sincelejanas pregonando los productos. Todos se hacinaron en los Laureles, quizás por ser el barrio de la capital de Sucre más cercano a Tolú. Ahora, como Celia, se pudre en los avatares de la vida, triste en medio del bullicio de los cantos de Diomedes  Díaz, que en vez de alegrarla, le estorban.

Aunque solo tiene 40 años, Osmalis ya se siente cansada. Cometió la ligereza de irse con Blas de Jesús Mercado Pérez, un vendedor de pescado que la conquistó cuando solo tenía trece años, los mismos que tiene Michel, su última hija, quien acaba de recibir una cirugía a corazón abierto. Siendo una niña, el corazón le late como a una persona de cuarenta. Por su corazón salen dos chorros de sangre. Sus latidos parecen de caballo, fuertes y corcovéanos. Se agita, se aprieta, se asfixia, entonces tienen que correr al hospital. Desde que fue operada Michel-  la niña que lavaba el día del incendio- Osmalis dejó de vender pescado en las calles para dedicarse a su cuidado. Fue operada en Montería por intermedio de la Nueva EPS, con un carnet de desplazados. Y pensar que a esa edad, Osmalis, ya era una mujer de hacha, machete y garabato.  “Yo le aconsejo a las niñas que no cometan ese error, que no se casen tan jóvenes,  pues de todas maneras uno aún no tiene todas sus partes desarrolladas”, dice, ahora con más confianza con los visitantes.

Fotos José Carlos Iriarte Díaz

Fotos José Carlos Iriarte Díaz

Ahora Osmalis tiene 40 años y está enferma de quistes. También tiene irritado el colon.  Le sacaron la matriz, porque la familia es propensa al cáncer. Con su marido, de 53 años, que a esta hora se rebusca por las calles y tiene un tumor en el omoplato derecho que le impide alzar bultos como antes, tuvo todos sus hijos. El tumor y el temor  no lo dejan trabajar y el que no se  atreve a operar por miedo a no pararse de una cama en un mes. ¿Entonces quien llevaría el alimento diario al hogar? Sus cinco hijos,  ahora de 24, 23, 20, 17 y 13 años, siguen en la misma rutina.  Ninguno se preparó, porque desde niños los esperó la calle, pregonando y vendiendo pescado. Y Michel, que es la única que iba a la escuela, ahora cursa sexto grado, pero hoy no ha ido a clase, por falta de pasajes. Al igual que ella, fue operada en quistes en los ovarios. Hoy está sana, pero en cualquier momento le llegan los ahogos. Unos ingresaron al mototaxismo, que es la actividad que más enrarece las calles de  Sincelejo, otros venden pescado. Todos se rebuscan el día a día para la comida y pagar los servicios. Todos saben que lo urgente es la comida y que mañana será otro día, en el que Dios proveerá. Viven al filo de la tragedia.  La hija mayor , de 24 años, ya lleva varios maridos y tiene cuatro niños pequeños.  Osmalis suma cinco nietos, que van por el mismo camino. Sólo el hijo de 17 años  podría clasificar y ser rescatado para el estudio si la Fundación Telefónica lo inserta a su programa de escolarización al niño trabajador. Una solicitud a Fundimur, que traduce Fundación para el Desarrollo Integral de la Mujer y la Niñez, busca rescatarlo del mundo que vio desde niño: el trabajo.

Osmalis reconoce, que el accidente provocado por el circuito eléctrico, quizás por la mala utilización del sistema y la poca educación, los hizo visible ante los ojos de la prensa y hoy sólo espera que se le aparezca un ángel que le dé un empleo aunque sea para trabajar en una casa de familia. Sabe que no tuvo la educación necesaria para ser una secretaria y por ello lucha para que Michel, su última hija, pueda llegar a la Universidad, ojalá controlando aquel corazón de caballo que se le quiere salir del pecho.

ULTIMA OJEADA A LA CASA.

Ya en confianza con los visitantes, Osmalis hizo un esfuerzo por levantarse del sardinel de la tarde y de la mano los lleva por su casa de paredes desnudas. Son dos habitaciones, un baño inservible en el medio (en Sincelejo no hay agua las 24 horas) y una sala donde sobresale un televisor plasma de 32 pulgadas. En la parte posterior está el patiecito donde se refugiaron los niños el día del incendio y en el que fueron rescatados por los vecinos. También hay una pieza pequeña, con otro televisor, que era el único mueble de su hija mayor, antes que se fuera a vivir con su nuevo novio  y sus cuatro hijos a Sampues.

Y antes de despedirse de los visitantes se confiesa:

-          Yo me asusté cuando los vi, porque pensé que eran los tipos del almacén que venían a llevarse el televisor por las cuatro letras caídas que debo.

 

PD. José Iriarte Díaz se comprometió en ayudar a esa familia, consciente de que la única herramienta que los sacará de la pobreza será la educación.

No te quejes por lo que tus padres no te dieron, porque probablemente  era todo lo que tenían y podían ofrecerte (Tomado del Facebook)

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