Cordura
Opinión

Cordura

Necesidad Nacional

Por:
marzo 08, 2018
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Los hechos deberían ser tozudos, evidentes; que no existiera duda; la campaña política que culmina en su primer tramo con la elección de las Corporaciones Públicas y las consultas partidistas debería ser evidencia, resalto, de la supuesta erradicación de la violencia.

Y ello debería ser así, pues con la firma del Acuerdo de Paz y, por supuesto, con la entrada de la subversión a la contienda política -legal-, todo debería haberse reconducido por los cauces de la evitación de la fuerza y de la violencia como vehículo hacia el poder. No hay tal.

El posacuerdo, antes que ayudar, ha maximizado los ritmos de lo inapropiado: qué tal, para nombrar solo los últimos desastrosos hechos e imágenes, lo sucedido en Popayán o en Cúcuta. De no creer.

Se ponen en el telón tan solo dos de los muchos y varios de los inapropiados aconteceres; entonces, la violencia no ha dejado al país; la verbal que tanto acomete reacciones y, la de facto, la que puede producir resultados inopinables, nefastos, desastrosos.

Algunos piensan, y de pronto con razón, que son situaciones predecibles en los avatares de la recomposición social, política que nos corresponde observar; pero, siendo de esa manera, el cuidado, la prudencia y, sobre todo, el respeto por el otro, se han de imponer.

Increíble es que cincuenta y más años de una constante violencia, superada por los documentos -Acuerdos de Paz- en la vida real, se convierta al instante en un campo de batalla, de facto, de atroz vindicación.

Pero volvamos: lo que primero, es la violencia verbal, no solo por los decibeles utilizados, sino por el contenido de inenarrables afirmaciones; qué calibre de afrentas; la violencia verbal es, sin duda, el presagio de la violencia de hecho.

La respuesta no se deja esperar y, en espiral se van cargando los ánimos, se va invitando, con el proceder, sí señoras y señores, con el proceder a una mayor dimensión de mensajes, de arbitrarios y corrosivos epítetos; y así, así hasta la violencia física que se pavonea; la ganancia está en el mayor resultado y, qué ganancia tan desafortunada: se prende el país.

Sabemos por experiencia y, con dolor, que la victimización en el país no divide a las personas entre víctimas y victimarios; en nuestra historia, la del conflicto no internacional que padecimos o, padecemos, tal división no existe, es peor, pues las víctimas se convirtieron, en veces, en victimarios y se presentó también, adicionalmente, la revictimización; las cuentas no dan tan a primera mano para entender y sumar como estadística final qué fue lo que aconteció y, hasta dónde llegó la muerte.

Ahora, se trata de buscar respuesta de las autoridades, por lo menos reacciones; por supuesto las hay; pero no se puede dejar que cada episodio tenga como impronta simplemente lo que expresen los organismos de control. Esa posibilidad es para los hechos delictivos en general. Pero aquí, mientras se llega a las definiciones de ley, que debe haberlas, las consecuencias son adversas; adversas a la democracia que es en donde todos debemos vivir, la que debemos gozar y en la que se amplíen los espacios para su implementación; es tal propósito del certamen electoral: para la vida en sociedad, no para la muerte de descomposición institucional.

Para seguir en la contienda electoral, en la que vamos a primera y, creo, a segunda vuelta en la elección presidencial, es decir, nos falta mucho en términos institucionales, se debería acordar en la nación una impronta: las reglas de juego de la democracia, que es la exposición de ideas, el debate, la contradicción, deban adelantarse por el mecanismo de la palabra.

¿Será que en nuestro país no podemos acordar la palabra como medio de convicción y juego de poder? Increíble.

 

 ¿Será que en nuestro país no podemos
acordar la palabra como medio de convicción
y juego de poder? Increíble

 

Los resultados del próximo domingo pueden ser dicientes; pueden ser predecibles; pueden ser la pre primera vuelta; pero, ¿lo que sea es motivo de lucha armada? Desarmar los espíritus, es el principio para armar el diálogo, la expresión y, ello, mediante el instrumento de la palabra; la palabra.

Que vengan los planteamientos, el rigor de la información, la confrontación ideológica, la discrepancia de tesis; ya el elector sabrá por dónde coger; pero en el centro un elemento que nos está haciendo grande falta: la cordura, necesidad nacional.

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