Contar el horror
Opinión

Contar el horror

Si las encuestas no se equivocan, regresará al poder un hombre alérgico a la verdad y fascinado por imponer su versión de los hechos a los demás

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abril 03, 2018
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El horror debe ser contado para que no sea repetido. Posiblemente una de las estrategias más sofisticadas del nazismo -no del todo conocida- fue su empeño en tratar de controlar los relatos de los sobrevivientes de los campos de concentración. La estrategia incluía llegar a tal punto de “monstruosidad” en su proceder que para quien oyera luego dicha historia le costara creerla y la pusiera en duda de inmediato. Para la muestra un horror: a la entrada de las mortíferas cámaras de gas se repartían jabones para que las víctimas pensaran que se trataba de un simple baño protocolario y no opusieran resistencia. Los nazis pensaban -y no se equivocaron del todo- que nadie creería que un ser humano podría llegar a atentar de tal forma contra otro en pleno siglo XX. Por eso una de sus últimas acciones fue eliminar todo rastro físico de lo que sucedía: desmantelaron los edificios y estructuras de los campos (lagers), destruyeron archivos y registros e incineraron cuerpos ya sepultados para ocultar la magnitud de su salvajismo. Solo quedaría la frágil memoria de los escasos sobrevivientes para relatar la barbarie.

La estrategia de hacer inverosímil la verdad -controlar el relato- a su vez fue acompañada por el orden invisible que manejaba -y sostenía- los campos de concentración: la destrucción absoluta de las víctimas (física, moral y espiritual). Lo que traía consigo que los mejores prisioneros, los más virtuosos y de mayor integridad, fueran los primeros en caer. Los sobrevivientes (cuenta el valiente Primo Levi en su famosa “Trilogía de Auschwitz”) fueron los más astutos, los colaboradores o los simplemente afortunados. Ellos cargarían en los años venideros con el inmenso peso de haberse “salvado” y tendrían para siempre la venenosa duda de lo que hubieran podido haber hecho por sí mismos, por sus familias y por sus compañeros. Avergonzados evitarían contar lo que pasó. Guardarían silencio. La infamia quedaría a salvo porque no hay historia sin quien la cuente o quiera contar. También eso lo sabían los canallas.

El propósito final de los nazis no era otro distinto que el control de la verdad. Desde su privilegio y poder buscaron reducirla a la propaganda, a la retahíla, al rezo. Juiciosamente hicieron un uso manipulado y voraz del lenguaje y la información; teniendo un control estricto y excluyente del acceso a la realidad objetiva, cambiándola por una realidad fabricada. En eso replicaron -y dieron triste ejemplo- a todos los poderes arbitrarios en su meta más esquiva: reducir la voluntad de las personas de cuestionarse y como consecuencia, impedir su infaltable deber de poner en duda al poderoso. Es por esto además que el acto de contar los abusos y atropellos del tirano es un acto de genuina rebeldía y heroísmo. Aquel que cuenta incendia palacios al desnudar tronos y cínicos. Siempre ha sido así y siempre lo será.

 

 

El acto de contar los abusos y atropellos del tirano
es un acto de genuina rebeldía y heroísmo

 

 

Si las encuestas no se equivocan, regresará al poder un hombre alérgico a la verdad y fascinado por imponer su versión de los hechos a los demás. Un enemigo firme de la libertad, de los periodistas, de sus opositores y de los jueces. Un ser que con enredos y eufemismos tratará de hacernos olvidar su lúgubre pasado y sus inmensas culpas. Un veneno moral que por ahora parece no tener cura, salvo la imperiosa obligación, de todos y cada uno de los colombianos, de seguir contando el horror, de seguir recordando eso que fuimos, eso que seguimos siendo, eso que -de una vez por todas- no deberíamos volver a ser.

Contar, contar, contar. Como decía el poeta Samuel Coleridge: “hasta que esta historia no sea contada, nuestro corazón, aún arderá”. Contar el horror para que las próximas generaciones lo entiendan, lo calculen, pero sobre todo lo respeten lo suficiente y no permitan que otros -o que incluso ellos mismos- caminen la misma senda de nuevo.

Nosotros volvimos a fallar.

@CamiloFidel

 

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