Confesiones de una médica criada en un hogar de solo mujeres

Confesiones de una médica criada en un hogar de solo mujeres

"La institución familiar, esa de mamá y papá, no existe. Pero eso que llamamos familia, donde prevalece el amor, nunca quedará atrás"

Por: Luisa Fernanda Giraldo
agosto 11, 2016
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Confesiones de una médica criada en un hogar de solo mujeres
Foto: Archivo colombiadiversa.org

Tengo 31 años, soy médica graduada de una prestigiosa universidad pública, pago impuestos, trabajo, doy clases, y ni siquiera tengo fotomultas, pero para aquellos que defienden la ‘institución familiar’ soy un ser humano inferior.

Nacida y criada en un hogar de solo mujeres, entendí, desde hace muchos años, que eso que llaman familia es ese hogar donde nos crían con amor y respeto. Mi padre tuvo paralelamente dos familias las cuales abandonó paralelamente también. Por esta razón, mi mamá y dos tías decidieron criar a dos gemelas – mi hermana y yo—sin una figura paterna.

Estudié gracias al esfuerzo de una familia que, con lo poco que tenía, me brindaba la mejor educación posible. Me enseñó a respetar a las personas, a no juzgar a los demás y a tratarlos a todos por igual. Mi familia me enseñó a no dejarme derrotar, a seguir siempre adelante y con la cabeza en alto. Y así, antes de comenzar a ver pacientes, mi luchadora madre me dijo: “siempre atiende a todos de la misma manera, porque todos somos iguales. Sin importar quiénes sean, trátalos igual con dedicación y respeto, porque te están entregado lo más importante: su vida”.

He estudiado y trabajado por salvar vidas. He visto nacer y morir cientos de personas. Los he visto sonreír por una gran noticia y caer en la tristeza más profunda al saber que sus seres queridos han muerto. He sufrido en silencio luego de ver morir a un paciente y me he culpado. He culpado al sistema de salud, he culpado a la vida y a Dios por todo el dolor que he presenciado; he padecido en cama propia la pérdida del familiar más cercano; he reído, he llorado, celebrado los triunfos deportivos de Colombia y hace poco hasta los de un pesista de Kazajistán, en los Juegos Olímpicos.

La mayoría de mis amigos no crecieron en un hogar biparental y, aun así, son excelentes profesionales, esposas, esposos, hombres y mujeres criados por un papá, una mamá, tíos, abuelos, hermanos y en muy pocos casos por una familia mal llamada “normal”. Algunos son heterosexuales, otros bisexuales, otros homosexuales o lesbianas, otros no escogen y aun así todos siguen siendo seres humanos magníficos.

La ‘institución familiar’, como ellos la llaman, no existe. Hace años que dejó de existir, pero eso que llamamos familia nunca quedará atrás. Esa familia en ese hogar al que llegamos todos los días, donde nos sentimos amados y aceptados, donde nos enseñan el respeto, la dulzura de un “te quiero”, donde desde pequeños nos enseñan a luchas por nuestros sueños, a perseverar, a levantarnos, a compartir el pan, a no discriminar, a ser humanos integrales, donde reímos y lloramos, donde discutimos y volver a reconciliarnos. Familia somos todos aquellos que decidimos amarnos; familia es donde se aprender que el amor y el respeto hacia la diferencia es lo que nos hace iguales; familia es donde entendemos que nuestros derechos solo van hasta  donde llegan los derechos del otro.

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