Cómo te atreves a calificar de buen padre al verdugo de tu madre

Cómo te atreves a calificar de buen padre al verdugo de tu madre

Crónicas de nuestro pueblo. Relatos del Caribe y su gente

Por: RICARDO MEZAMELL
junio 16, 2021
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Cómo te atreves a calificar de buen padre al verdugo de tu madre
Foto: Pixabay

No entiendo por qué la abnegada entrega y el inmenso amor profesados por la madre a sus hijos, no tenga por misma naturaleza la dimensión y manifestación en sentido inverso. La madre da su vida para salvar la de su hijo, mientras algunos hijos no son capaces siquiera de salvaguardarla de los maltratos de su progenitor, llegando, incluso, al extremo de considerarlo buen padre.

Si existiera tal corresponsabilidad, de seguro no existiría la incoherencia de reconocer como buen padre a quien maltrató a tu madre.

Propio de su naturaleza, frente a los amigos, conocidos y hasta extraños se muestran con su faceta de simpáticos, sensibles y generosos individuos, mientras que en su hogar no son más que unos atarvanes, por decir lo menos.

En los años cincuenta y sesenta, mi pueblo estuvo infestado de esos ejemplares de padres en las diferentes esferas sociales: unos, como abogados o médicos; otros, como reconocidos gerentes o empleados bancarios, contadores públicos, comerciantes, ganaderos o docentes; y, los menos, como obreros, ocupados en oficios varios.

Su irracional comportamiento surgía a partir de una común “provocación”: no encontrar al llegar a casa, a su mujer contenta y dispuesta a su servicio, con comida y cama caliente, cuando en la mayoría de las ocasiones ellos venían de haber pasado hasta días enteros tomando ron o en bacanales con pareja de reprochable conducta.

Por un simple gesto de inconformidad, o cuando mucho un reclamo por su inaceptable proceder que le hiciera su pareja, le respondía con una andanada de puños contra su indefensa humanidad.

Y, lo más lamentable, la conducta de los hijos varones en edad de protegerla y defenderla, cual la de un mísero cobarde, escabullirse para otro lugar donde no presenciar la agresión ni escuchar los llamados de auxilio y gritos de dolor de su progenitora.

Por eso echo de menos, y bastante, la falta de corresponsabilidad del amor para con la madre en esa época. Ni siquiera fueron capaces de protegerla en las muchas ocasiones en que ellas recibieron cuerizas por defenderlos.

En el barrio Pueblo Nuevo recuerdo particularmente dos casos: el de una vecina, quien en incontables veces encontró refugio en mi casa cuando fue perseguida por su esposo para golpearla. Y, el más patético, el de la señora Chave, quien iba a comprar a la tienda con el rostro magullado por las trompadas que le daba su marido, a quien exculpaba ingenuamente diciendo: “algo malo debí haber hecho para que me pegara, a lo mejor se portó así por un mal trago que le dieron, pero Rafa me quiere y no pega duro”.

Me daba rabia con su hijo Euclides, quien era un muchacho alto y grueso, bueno para cazar y ganar peleas en la calle, pero muy cobarde para proteger y defender a su mamá de las golpizas que le daba su padre.

Mi amiga Betty me contó que su casa en el barrio Simón Bolívar también sirvió de refugio a tres honorables e indefensas damas del sector cuando perseguidas por sus esposos fueron en busca de amparo. Que una noche, luego de entrar a su residencia la aterrorizada mujer, al avistar ella la cercanía del marido que la perseguía, se armó con la tranca de la puerta y lo paró en seco con la advertencia de que si pasaba el dintel le partiría en tres pedazos -y no dos como es costumbre decir-, la cabeza.

En esa época el verso que describía el maltrato a la mujer, divulgado y aceptado por ella misma, era: “Si tu novio o marido te pega, es porque te quiere, y entre más puño te da, más por ti se muere”.

Cuando pelao presencié en el patio de la casa de mi tía Ercilia, sembrado de matas de maíz ya en cosecha, cuando su pareja la perseguía entre el plantío para golpearla, y por la inconciencia propia de mi edad, lo único que se me ocurrió fue divertirme con la escena, entonando el estribillo: “el zaino está en la rosa, juy perro jajá, juy perro jajá”, logrando, sin proponérmelo, con esa infantil ocurrencia, que el perseguidor desistiera de su lesivo propósito.

Ya de muchacho, me alegró mucho saber que los hijos de una de las señoras que se refugiaba en la casa de Betty, un sábado por la noche esperaron que su padre borrachín entrara a la casa después de patear la puerta, como era su costumbre hacerlo, y antes que atacara a su progenitora le dieron una buena golpiza, seguida de la advertencia de que en adelante no permitirían que le volviera a pegar.

Ese individuo fue el mismo que en una ocasión, borracho se llevó para su casa y mantuvo encerrado, bajo amenaza con una pistola, hasta cuando una de sus hijas lo liberó, al grupo musical integrado por Guille, Lucho y el Bolo, con la finalidad que a cambio de aguardiente le interpretaran durante toda la noche la canción titulada “Borrachera, borrachera” cuya primera estrofa dice: “Borrachera, borrachera, borrachera, borrachera tu eres la causa de mi pelea / borrachera, borrachera, borrachera, borrachera, tú eres muy fea”

Mi mayor complacencia fue enterarme que la señora Carmen Alicia, quien vivía tres casas siguientes a la de don Chico Díaz en el barrio San José, cansada de las golpizas sabatinas que le propinaba su marido Dámaso, cotero de profesión, después de recibir la infaltable de ese día y esperar que se acostara borracho en la hamaca, con aguja y pita para amarrar costales, cosió sus bordes, y en esa condición con una tabla de carreto le devolvió en una tarde la ración acumulada de paliza por ella de él recibida en los dos años anteriores.

Una vez aplicado el castigo, cogió su motete de ropa y partió del pueblo en un bus intermunicipal para nunca más volver. Los vecinos, solidarios con ella, esperaron que llevara una hora de viaje para descoser la hamaca y liberar al azotado.

Cuarenta años después llamé a un amigo del pueblo para darle el pésame por el fallecimiento de su progenitor y al escucharlo afirmar que “fue un buen padre”, conocedor de las permanentes golpizas que le dio en vida a su esposa, no pude evitar decirle: “Cómo te atreves a calificar de buen padre, al verdugo de tu madre”.

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