Colombianos por una Comisión de Reconciliación Nacional

Colombianos por una Comisión de Reconciliación Nacional

Es imperativa para que cese esta horrible noche que parece dibujarse en el horizonte, cuando todos los pronósticos señalaban la irrupción de vuelos de paloma y nubes de paz

Por: Pablo Emilio Obando A.
enero 22, 2019
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Colombianos por una Comisión de Reconciliación Nacional
Foto: Pixabay

El camino hacia la paz no es fácil, los colombianos lo sabemos con lujo de detalles; pero la guerra no es la mejor opción, eso también lo entendemos y de sobra. Sin embargo, nos hemos quedado como corcho en remolino al momento de abordar con seriedad esta sin salida que cada día se complica y cobra la vida de muchos compatriotas. Lo paradójico es que pretendemos hacer la paz invocando la guerra o la paz en medio de actos violentos y agresivos.

Tengo la plena seguridad de que ningún colombiano, por lo menos quienes gozan de un buen estado de salud mental y emocional, desea la guerra más que la paz o la paz menos que la guerra. Y los colombianos, después de más de setenta años de enconos y odios, no hemos podido superar esa perversa y maniqueísta categorización entre buenos y malos. Todos parecemos tener la razón desde el bando en que nos encontramos sin permitirnos una mirada diferente a la verdadera y trágica realidad nacional.

Nos ha faltado coraje para reconocer errores propios y aciertos ajenos. Que los hemos tenido en diferentes momentos de nuestra vida, arrastrándolos como un fardo pesado y difícil de descargar. Lo cierto es que en la guerra o en la paz nos odiamos y detestamos sin que nada importe el deseo mutuo de una verdadera paz para los colombianos.

Tenemos razones para odiarnos y detestarnos. Tenemos razones para amarnos y respetarnos. En el fondo es la paz el motivo de tanto odio y agresividad. Y entonces la arropamos de agresión e insultos por la sencilla razón que llevamos heridas que no han cerrado ni cicatrizado. Y ese debe ser el objetivo de un gobierno que trastabilla en medio de desconciertos y sumisiones. El único camino que le queda, la salida perfecta es la cristalización de la paz.

Abogamos por la creación de una Comisión de Reconciliación Nacional que busque puntos de encuentro y contacto entre las distintas orillas y visiones que los colombianos transitamos; de no ser así continuaremos estúpidamente desangrándonos y matándonos. Debe conducirnos hacia puerto seguro poniéndonos de acuerdo en lo fundamental. En el fondo en ese grito de odio lo que realmente existe es desconcierto y zozobra, incapacidad de perdón u olvido. Y en ese clamor de una paz, no de una beligerancia vestida de camiseta y juventud, vibra el ansía de un abrazo solidario y cálido. Lo que ocurre es que estamos asustados y atemorizados y esto nos impide avanzar en el camino, retrocediendo en medio de muertos y miedos.

Al gobierno nacional le corresponde sanar heridas, acercar bandos, superar prejuicios y tomar el timón de la concordia nacional. Casi que estoy a punto de declararme de Extremo Centro para significar con ello que estoy de lado del que grita como del que calla, del que gime como del que insulta, del que reclama la paz entre insultos como de aquel que soporta odios por el simple hecho de llevar en letras rojas un mensaje extraño de paz.

Ya tenemos la verdad. Una justicia y una reparación. Ahora abogamos por esa Comisión de Reconciliación Nacional que nos ayude a ponernos de acuerdo, insisto, en lo fundamental. Y ello es la paz. Nuestras heridas no son simplemente físicas, son más profundas por cuanto se llevan en el alma y se han heredado entre generaciones y guerras. Intelectuales, científicos, catedráticos, escritores, psicólogos y psiquiatras deben conformar la Comisión de Reconciliación Nacional buscando formas y maneras de aproximarnos en nuestras diferencias ideológicas que, en el fondo, son formas diferentes y divergentes de abordar el camino de la paz.

Este gobierno tiene el sartén por el mango y no le faltará buena sombra si se decide por la paz y logra concretarla entre los colombianos. Debe dejar atrás las perversas y sangrientas oleadas de sangre y encaminar sus pasos hacia el único anhelo nacional: la paz. Que no le tiemble la mano y ponga en cintura a quienes se creen dueños de su voluntad y mandato. Es imperativa la reconciliación nacional para que cese esta horrible noche que parece dibujarse en el horizonte cuando todos los pronósticos señalaban la irrupción de vuelos de paloma y nubes de paz. Ojalá sea una tormenta que anuncia la llegada de la primavera.

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