¡Colombia necesita una redistribución de la nobleza!

¡Colombia necesita una redistribución de la nobleza!

Y no hablamos de la que se monta en mitos y truculencias con las que se engolosinan a los más ingenuos...

Por: Jorge Ramírez Aljure
mayo 21, 2020
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¡Colombia necesita una redistribución de la nobleza!
Foto: Pixabay

Antes que una redistribución del ingreso o la riqueza, Colombia necesita una redistribución de la nobleza. Y hablo de nobleza para referirme a la única que entre los hombres puede ser deseable: la de la generosidad, la liberalidad y lo que de ahí se pudiera derivar en un flujo de resultados inestimables.

Como la convicción de que todos los seres humanos estamos hechos del mismo material terrenal, y que si hay diferencias casuales es porque a algunos les ha dado más el sol que a otros en un multimilenario e inextricable periplo de ene mil caminos y épocas, que nadie ─con 4 dedos de frente─ puede garantizar que fue previamente concebido para discriminar. Y menos por un ser especial que se tomó el tiempo que no tenía para clasificarlos y asignarlos de bueno a malo, según predilecciones inescrutables que solo caben en los humanos para disimular las limitaciones naturales que cargamos.

No a la nobleza montada en mitos y truculencias con las que engolosinan a los más ingenuos. O a partir de opulencias que no han sido fruto del trabajo ─que no hace ricos como la mayoría lo sabe─ sino de la viveza cuyas múltiples facetas van desde el ayuno severo para convertirnos en usureros hasta los fondos de inversión de los rentistas que, como gallinazos en los cielos del libre mercado, esperan caer sobre una presa previamente apreciada como apetitosa y exenta de riesgos.

Tal como le ha pasado a una añosa y enferma mujer o a un vigilante de bodega ─que apenas son la punta de un inmenso iceberg─ que por necesidad de llevar un pan a su casa han tenido que permanecer cautivos muchos días en su lugar de trabajo para cubrir la labor de sus compañeros que fueron despedidos de improviso.

Obra de mandamases a lo mero macho o de obsequiosos administradores empeñados en mostrarles a sus patronos eficiencia extrema en tiempos de coronavirus. Sin que las desapacibles condiciones a que sometieron sus víctimas sirvieran para algún tipo de consideración hasta que, al borde de la muerte, un samaritano de última instancia decidiera enviar a la primera en ambulancia a un hospital, y al otro, sin que hablara, soltarlo de forma precipitada sin pagarle el sueldo.

No menos sintomática de falsa valía ha resultado el rechazo de quienes han golpeado, expulsado o amenazado a profesionales médicos y sanitarios ─incluyendo a sus esposas e hijos─ para que no hagan parte de sus vecinos o inquilinos, pues su labor excelsa por todas las razones, pero que los pone en riesgo, no se compagina con la seguridad a toda prueba que aúllan sus circunstanciales enemigos.

Como asistimos diariamente al ronco debate entre el gobierno y la alcaldesa de Bogotá, porque algunos con nobleza de la mala, han decidido ─no obstante su dedicación completa a cubrir los problemas de una ciudad desguarnecida en asuntos sociales y de salud─ obstaculizar o demeritar su trabajo, censurándola porque no se pliega en silencio a las decisiones de un presidente y gabinete que si bien han hecho una labor rescatable, ha sido precisamente porque, a las buenas o a las malas, han tenido que ceder a las razones de fondo que la alcaldesa les ha hecho llegar y no a las que los gremios les indican.

Un ejercicio mal visto cuando no vedado en Colombia porque el pensamiento crítico y el liderazgo nato han sido relegados en nuestro ordenamiento cultural desde el comienzo de las instituciones patrias, mientras las reputaciones y mandos de salón con base en pretendidas corrientes de sangre se han impuesto a rajatabla. No alinearse con los que tradicionalmente mandan constituye un despropósito. No se puede levantar la voz, no tanto porque sea un acto de mala educación sino porque los de la clase superior no están para ser notificados, y eso molesta a un establecimiento enseñado al respeto desmedido y al silencio cómplice.

Se rechazan la autenticidad y las ideas propias. Pero su preferencia por los más necesitados rompe el canasto, pues antes que convertirla en un dechado de virtudes cristianas, la torna en populista. Término nunca aclarado pero que ─aplicado también a Trump─ sugeriría que no comulga con el dogma neoliberal en boga. Posición respetable en la extravagante mentalidad del magnate gringo pero una falta de fe imperdonable en una mandataria menor de zona tórrida, aunque no esté propiamente contra el capital ni el mercado.

Actitudes inhumanas contra todos los abusados pero peligrosas para la vida democrática de un país cuando estas pueden recaer sobre personajes públicos de largo aliento que bien pueden revivir lo que los victimarios ─que también los tienen y por ello saben identificar─ llaman resentimientos. Y más los de quienes han tenido que superar los ene mil obstáculos que una sociedad cerrada e inequitativa les ha atravesado a cada paso, y que no están dispuestos, luego de superarlos casi de milagro, a rendirles memoria eterna a quienes han demostrado ser incapaces de conducir con justicia el país después de tanto tiempo.

Porque nuestra república no es distinta a una corte europea imaginada, donde existen reyes y los demás son cortesanos, subalternos cuyo valor depende de los servicios que de rodillas le presten al único que los puede refrendar. Y cuyo acercamiento o consejo, así sea para sacarlo de penurias, debe adecuarse a las reglas insuperables de dicha diferencia.

Por el bien de Colombia, la dirigencia reconocida como culpable del fracaso no solo nuestro sino de todos los países subdesarrollados, como lo han reconocido sendos investigadores mundiales, debía dejar sus falsos alamares ─pues qué hecho histórico admirable los sustenta─ y contribuir a la realización de compatriotas que están en todo el derecho de ser ellos mismos y aspirar a mandar y remplazarlos.

Definitivamente toca redistribuir la nobleza, de la buena, porque de la mala estamos, vistas las repudiables acciones de quienes la publicitan y replican, hasta la coronilla. Y que a lo único que nos conduciría en materia política y de gestión pública es a repetir acontecimientos condenables del pasado, que por las circunstancias comprometidas que vamos a atravesar, después y a raíz de la pandemia, serían imperdonables.

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